«Catedral», de Raymond Carver

Catedral de Barcelona

Foto: Claustro de la Catedral de Barcelona

«Se habían casado, habían vivido y trabajado juntos, habían dormido juntos —y hecho el amor, claro— y luego el ciego había tenido que enterrarla. Todo esto sin haber visto ni una sola vez el aspecto que tenía la dichosa señora. Era algo que yo no llegaba a entender. Al oírlo, sentí un poco de lástima por el ciego. Y luego me sorprendí pensando qué vida tan lamentable debió llevar ella. Figúrense una mujer que jamás ha podido verse a través de los ojos del hombre que ama. Una mujer que se ha pasado día tras día sin recibir el menor cumplido de su amado. Una mujer cuyo marido jamás ha leído la expresión de su cara, ya fuera de sufrimiento o de algo mejor».

El de arriba es uno de mis fragmentos favoritos del cuento «Catedral», de Raymond Carver, incluido en una colección publicada en 1983 y que lleva por título el de ese relato. No es, desde luego, el mejor fragmento (la parte final es mucho mejor) y, por mucho que me guste, ni siquiera sirve para ilustrar cómo es el protagonista, que justo después dice esto otro:

«Una mujer que podía ponerse o no maquillaje, ¿qué más le daba a él? Si se le antojaba, podía llevar sombra verde en un ojo, un alfiler en la nariz, pantalones amarillos y zapatos morados, no importa. Para luego morirse, la mano del ciego sobre la suya, sus ojos ciegos llenos de lágrimas —me lo estoy imaginando—, con un último pensamiento que tal vez fuera éste: «él nunca ha sabido cómo soy yo», en el expreso hacia la tumba. Robert se quedó con una pequeña póliza de seguros y la mitad de una moneda mejicana de veinte pesos. La otra mitad se quedó en el ataúd con ella. Patético».

Esto sí define mucho mejor al narrador homodiegético que sirve al lector de guía en la corta pero intensa acción del relato. Un narrador seco, distante, irónico, que bordea la descortesía en su trato al invitado que desencadena la trama y que apenas disimula su fría relación con su mujer, a la que ni entiende ni se esfuerza en entender. Carver retrata con su habitual prosa directa, económica y desprovista de artificios a un protagonista con el que no es nada fácil empatizar, cargado de prejuicios y cerrado por completo al mundo, mucho más ciego que el amigo invidente al que su mujer ha invitado a cenar.

Aunque en la vida real sea difícil que las personas cambien, la magia de la ficción puede obrar maravillas en los personajes. También en individuos como éste, que en pocas páginas y gracias a su invitado (el arquetípico extraño que altera el statu quo inicial de los protagonistas) vivirá una de esas transformaciones vitales (o epifanías) que lo arrasan todo a su paso. Pero no sabemos el alcance de ese cambio. Carver pone punto final al cuento sin responder qué pasa después. Supongo que prefirió dejarlo en manos del lector.


Podéis leer el relato completo en español aquí. Y en inglés en este otro enlace.

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