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No tenemos memoria. Miles de personas llegan a nuestras puertas y las cerramos, las blindamos y convertimos en un lugar lo más hostil posible. Hombres, mujeres, niñas, niños, jóvenes y viejos que sólo quieren vivir en paz. Familias enteras que mueren en su lucha desigual contra unas guerras que no provocaron, quieren o necesitan, y que termina con un futuro que ya era incierto. Unas guerras que favorecimos y animamos los mal llamados países civilizados en aras de unos intereses económicos y políticos que sólo servían y sirven a las élites que manejan los hilos de la desdicha. Unas guerras que estas personas nos ruegan que detengamos y que no nos interesará parar hasta que nos convenga.
Nos cubrimos con esa frase hecha que hace tanto tiempo que dejó de tener sentido: La vieja Europa. Una frase que usábamos para mostrar una falsa superioridad cultural y moral que, ahora, está más que muerta. Llegan todas estas personas a nuestras costas y tierras y las marcamos, las numeramos y las llevamos fuera de nuestras ciudades, no sea que se mezclen con los nuestros y nos degraden con esa inmundicia que sólo nosotros vemos. Llegan a un lugar que se supone que debería ser mejor, seguro y que les diera cobijo y les dejamos morir en nuestras playas y nuestras alambradas. Se cumplen años del final del segundo gran conflicto mundial y volvemos a ver imágenes que antaño nos encogieron el corazón y nos removieron las entrañas. Y si creemos por un instante que algo así no puede volver a repetirse pecaremos de hipócritas e ilusos.
Puede que hayamos perdido la sensibilidad, puede que hayamos perdido la perspectiva, puede que, sin saberlo, ya estemos muertos por dentro a pesar de nuestro saludable aspecto. Miro a todas estas personas y sólo veo a gente que necesita calor, paz y refugio y se lo negamos marcándolos como ya hicimos no hace tanto tiempo. Ahora escuchamos discursos ampulosos y vacíos de unos dirigentes con rostro grave que dicen sufrir por tener que tomar decisiones difíciles. Luego vendrán las quejas, las lágrimas, los lamentos y la sangre. Una vez más, la sangre. Cometemos una y otra vez los mismos errores. No hemos aprendido nada.
No tenemos memoria.
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