Bartleby, el escribiente, escrito por Herman Melville en 1853, es uno de los relatos más célebres de la historia de la literatura. A menudo se considera precursor de corrientes como el existencialismo o la literatura del absurdo y hay decenas de sesudos eruditos que han dedicado no menos sesudos ensayos a analizar su estilo, sus influencias y, sobre todo, a sumergirse en la personalidad de su peculiar protagonista.
Tal es su importancia y su repercusión que no hay una sola vez que un escritor o periodista se refiera a alguien alérgico a las tareas ingratas y no añada inmediatamente el nombre de este escribiente, o copista, que invariablemente responde «preferiría no hacerlo» cada vez que le encomiendan una labor que no quiere hacer.
No tengo obviamente datos al respecto, pero apuesto a que un gran número de los que citan a Bartleby en sus textos no han leído jamás el cuento de Melville. No les culpo; yo también lo he hecho.
Por suerte, he subsanado mi error y hace unos días que rescaté de mi estantería un volumen editado por Valdemar (no me cansaré de decir lo mucho que me gusta esta editorial) que compré hace más de un año y que incluye, además de Bartleby, el escribiente, otros cuatro relatos de Melville: El campanario, Los dos templos, El hombre pararrayos y El violinista.
Aunque ninguno de los cuatro tiene desperdicio, Bartleby es la estrella del libro, un copista contratado por un abogado ya entrado en años (el narrador de la historia) que sólo atiende a las tareas encomendadas en el momento de formar parte del despacho de abogados en el que trabaja. A todo lo demás, desde colaborar en la comprobación de las copias de sus compañeros hasta ir a echar un sobre al correo o marcharse de la oficina cuando es despedido, responde con el ya célebre «preferiría no hacerlo» («I would not prefer to», en la versión original que puede leerse en una web titulada precisamente Bartleby).
Muchos de esos sesudos críticos de los que hablaba al principio lo han definido como un individuo apático, carente totalmente de voluntad, que se abandona hasta el final (no lo desvelaré, aunque digamos que no termina bien). No creo que sea esa su patología (los psicólogos que han estudiado su caso creen que su conducta responde a una enfermedad), sino justo lo contrario, porque creo que se precisa una voluntad férrea para negarse a hacer todo aquello que no uno no quiere hacer.
Si no queréis comprarlo o no os apetece leerlo en inglés, os dejo la versión en español (editada por Libros en Red) de esta obra maestra que se lee en un ratito y que ya nunca más citaréis sólo de oídas.