La mejor comedia en emisión

(Ya dije que no creo en la objetividad, pero aun así considero que la contundencia del titular bien merece un par de precisiones antes de entrar en materia. Cuando hablo de la mejor comedia en emisión me refiero a la mejor de cuantas nosotros vemos. De ese análisis quedan excluidas las series inglesas -‘Little Britain’, ‘Extras’, ‘The IT Crowd’…- porque varias de las que vemos ya han terminado y en cualquier caso no se pueden comparar temporadas de seis episodios con otras de veintitantos)
En casa vemos bastantes series (tengo pendiente un post con nuestra parrilla otoñal para la inminente nueva temporada televisiva; los primeros cálculos apuntan a que vamos a tener que hacer un calendario de visionado porque si no va a ser imposible seguir todo lo que queremos ver) pero, dejando a un lado las ya mencionadas series inglesas, actualmente sólo vemos tres comedias: 30 Rock, The Big Bang Theory y How I met your mother (el resto de las que hemos probado, como The Office o Curb your enthusiasm, no nos han gustado), y creemos que The Big Bang Theory es la mejor de las tres. Antes de explicar por qué, explicaremos un poco de qué va, por si hay alguien que aún no conozca a Sheldon Cooper.

The Big Bang Theory se centra en cuatro amigos, cuatro científicos que trabajan en el Caltech y que podríamos definir como geeks, nerds, cerebritos y casi cualquier término que se nos ocurra. Sheldon Cooper es físico teórico, un niño prodigio cuyos conocimientos académicos y científicos han ido evolucionado exponencialmente desde la infancia pero cuyas habilidades sociales están al nivel de un niño de Primaria o de un robot. Tiene una lista de manías más extensa que el listín telefónico de una gran ciudad, es incapaz de entender conceptos como la ironía o el sarcasmo y necesita literalmente instrucciones para afrontar casi cualquier contexto social, por no mencionar que siempre que puede demuestra su enciclopédico conocimiento sobre casi cualquier cosa y deja claro que es más listo que todos los que le rodean. O eso cree él.

Leonard Hofstadter es el santo que comparte piso con él. Es físico experimental, intolerante a la lactosa y con una paciencia infinita para amoldarse a las normas de Sheldon. A pesar de haber sido criado por una versión femenina y nada maternal de su compañero de piso, es el más normal del lote, que completan Rajesh Koothrappali, astrofísico indio cuya principal singularidad es su incapacidad para hablar con mujeres, sobre todo si son hermosas, salvo que previamente se emborrache, y Howard Wolowitz, un ingeniero aeroespacial judío de preocupante líbido que lo intenta con cuanta fémina se ponga a tiro.

La serie comienza con la llegada al edificio en el que viven Sheldon y Leonard de Penny, una chica del Medio Oeste llevada a California por su sueño de ser actriz, aunque por ahora debe conformarse con ser camarera en la Cheesecake Factory. Penny, cuyo apellido aún no sabemos, no es científica, no tiene un impresionante currículum académico ni entiende casi nada de lo que dicen los chicos, pero sirve de catalizador para el grupo, que ignora que hay todo un mundo fuera de las pantallas de sus ordenadores y de sus laboratorios y personas reales, como Penny.

Alex ya explicó en Basura and TV que la serie despegó cuando sus creadores decidieron que el motor de la acción no debía ser Leonard, perdidamente enamorado de Penny desde el piloto, sino Sheldon. Aunque la historia de Leonard y Penny sigue ahí (de una forma sutil y divertida que ya quisieran haber conseguido otras muchas series), en la segunda temporada la serie se centra en probar a Sheldon, en ver cómo reacciona ante situaciones cotidianas que para él suponen todo un reto.

The Big Bang Theory TVGuide 1Después de esta larguísima introducción (nunca se me ha dado bien ir al grano), aquí van los motivos por los que creemos que es la mejor comedia en emisión, comparándola principalmente con las otras dos que vemos, How I met your mother y 30 Rock:

1. No hay episodios malos. Puede haberlos mejores y peores, pero todos y cada uno de los 40 emitidos hasta ahora son buenos. Al no haber una línea narrativa de fondo, como le ocurre a How I met your mother, no hay una acción que tenga que avanzar ni, por tanto, episodios de relleno. Tampoco hay capítulos insulsos que se salven por una genialidad/locura de sus protagonistas (como les pasa a muchos de 30 Rock).

2. Un buen grupo de personajes. Lo mejor de 30 Rock son Liz Lemon y Jack Donaghy. Solos o en compañía de otros personajes funcionan, pero no brillan tanto como juntos. El problema es que no sale siempre uno de los dos. Cuando no lo hacen la cosa flojea bastante. How I met your mother sufre el mismo síndrome que Anatomía de Grey: su protagonista (Ted) es un coñazo. Barney y Robin funcionan bien siempre, solos o acompañados; Marshall y Lily, casi siempre; pero Ted necesita a alguien más en pantalla para resistir la tentación de apagarla. En The Big Bang Theory el equilibrio es prácticamente perfecto. Ya sean solos, en pareja, en grupo o con extraños, la cosa siempre funciona, por mucho que Sheldon aporte un plus.

3. Los capítulos resisten sin problemas las revisiones. Todos sabemos que la única razón por la que Cuatro ha estado repitiendo ad nauseam Friends (y Antena 3 Los Simpson) es porque la gente lo veía, no importa cuántas veces hubieses visto el episodio en cuestión. No voy a comparar Big Bang Theory con Friends, pero sí que comparte con ella, a mi juicio, que no importa que veas un capítulo repetido, porque te vuelves a reír con los mismos chistes. A la espera de que vuelvan del Polo Norte, este verano hemos repasado las dos primeras temporadas de la serie (varias veces, de hecho), y nos hemos vuelto a reír, y eso hay pocas comedias que lo resistan.

PD: Además de todo esto hay una última cuestión, no computable para establecer un ranking de comedias, aunque me ha llamado la atención. En 30 Rock y How I met your mother hay abundantes referencias frikis, algunas metidas con calzador. Eso no ocurre en The Big Bang Theory. En ella no hay detalles frikis. No hacen falta. Sus protagonistas son así.

Televisión de pago (II)

El otro día me quejaba de la práctica del Plus de doblarlo todo en lugar de subtitularlo (me refería a los Oscar y los Globos de Oro, pero la aberrante práctica se extiende al espantoso doblaje de The IT Crowd; si dejaron Little Britain sin doblar, ¿por qué no han hecho lo mismo?), y por eso me alegro de que estén emitiendo el Saturday Night Live (programas de ahora pero también de hace unos años) con subtítulos, sin doblaje alguno (la brillante idea de hacer una versión española del SNL me parece tan disparatada que no merece comentario), aunque desde aquí me gustaría hacer, humildemente, un par de precisiones a los que se encargan de traducirlo: tuesday no significa jueves, sino martes; bitch no es bruja, sino zorra (o puta, o perra), y the Staten Island Zoo no es, en ningún caso, el Zoo Estatal.

Pereza

Hace unos días Petit et perdue me preguntaba, a colación de mi breve comentario sobre los Globos de Oro, si la pereza que me daba ver John Adams tenía algo que ver con su calidad. Evidentemente, le respondí que no, que los trocitos que había visto al azar tenían muy buena pinta pero que, simplemente, no me apetecía verla ahora, en primer lugar porque últimamente hay demasiada seriedad en mi vida real, tanta que cuando me siento frente a la tele sólo quiero evadirme y dejarla atrás, aunque sólo sea un ratito (esto no significa que desconecte las neuronas o, aún peor, que me ponga a ver series españolas).

En segundo lugar, he aparcado John Adams (y la segunda temporada de Damages y Californication, y la tercera de Dexter, y Mad men, y puede que alguna cosa más, como Los Tudor o Life) para reservarla para el verano, porque no tiene sentido pasar todo el año viendo compulsivamente series y después estar desde mayo a septiembre-octubre (o enero, según los casos) sin nada decente que echarse a la cara.

Pero la tercera y última razón es la definitiva: sigo demasiadas series.

Así, a bote pronto (bueno, en realidad no, porque acabo de consultarlo en el disco multimedia que tenemos enchufado a la tele), sigo a ritmo norteamericano 30 Rock (a esta me apunté hace sólo unos meses, pero me puse rápidamente al día), Anatomía de Grey (toda teleadicta necesita un culebrón, y este es el mío, por mucho que se esté poniendo últimamente un poco rarita, con la vuelta a escena -de modo fantasmagórico pero sexualmente activo- del tío al que yo llamo el guapito muerto), Bones (después de ver bastantes capítulos sueltos -y desordenados-, decidí que merecía la pena verla bien), CSI (tras años sometida a la dictadura de la cadena enemiga, que reserva cada nueva tanda de episodios para cuando le viene en gana, esta recomendación de Casciari me hizo querer ver cuanto antes la séptima temporada, la del asesino de las miniaturas, y la sigo a ritmo yanqui desde entonces; lo siguiente que veré será la marcha de Grissom, y no sé si seguiré viéndola después), Californication (aunque esta la dejaré, como ya he dicho, para el verano o para alguna noche de insomnio), Cómo conocí a vuestra madre (esta también empezamos a verla tarde, pero cogimos pronto el ritmo), Fringe, House (Fox, Cuatro, muchos episodios sueltos vistos con retraso y, desde la temporada pasada, a su ritmo de emisión) y Héroes (aún no hemos empezado a ver la tercera; las críticas no animan nada).

En esta lista no se incluyen series terminadas que hemos seguido religiosamente, como El ala oeste o Studio 60, ni las inglesas (los muy vagos sólo hacen temporadas de seis episodios, incompatibles con el concepto seguir) como The IT Crowd, Little Britain o No heroics (que tiene un gran punto de partida pero no esa chispa que tienen las dos anteriores), ni tampoco dos adicciones en toda regla: Battlestar Galactica (que comenzó el viernes pasado la emisión de sus diez últimos capítulos –¿quién será el quinto cylon?-, aunque aún no hemos podido ver el primero porque mi marido, que sí curra este fin de semana -a mí me toca descanso-, salió ayer del trabajo pasada la una de la mañana; a ver si esta noche hay algo más de suerte) y, por supuesto, Perdidos, que vuelve por fin este miércoles (por cierto, que en el Reino Unido los espoilers han salido a la calle) con su penúltima temporada, toneladas de preguntas y puede que alguna respuesta. O a lo mejor no.

Los peligros de la piratería

Aparte de que se te puede llenar el ordenador de virus si no tienes cuidado con lo que descargas (al menos eso es lo que te dicen en el servicio técnico cada vez que llamas porque tienes un problema con el ADSL) y de que te pueden meter un buen paquete si te pillan las celosas autoridades que velan por los derechos de la propiedad intelectual (esas mismas que nos cobran de más por CD, DVD y otros soportes y que nunca hicieron nada contra las redes de venta de cassettes piratas), hay otras cosas que te pueden pasar si cometes el terrible pecado de ceder a la tentación de la piratería.

Corrección: Mi novio me informa de que las autoridades sí que intervinieron en su día contra la piratería de cassettes, aunque en mi infancia los mercadillos de la Costa del Sol estaban plagados de puestos (nada de mantas en el suelo, puestos con sus mesas, toldos y demás) donde podías comprar casi todo lo que había en el mercado.

Servicio técnico

Aunque pueda parecerlo, la historia que sigue a continuación no está sacada de las tomas falsas de The IT Crowd. Está basada en hechos reales y así es como ocurrió. Más o menos…

En casa tenemos ADSL, de tres megas, contratada con Orange, aunque la línea es de Telefónica. El lunes por la mañana la velocidad había caído en picado hasta los 400 kb. Después de varios intentos y tras comprobar que aquello no subía de ninguna de las maneras, mi novio apretó el botón del pánico y llamó a la atención al cliente de Orange. Varias llamadas después (“ha probado a apagarlo y encenderlo de nuevo”, “¿utiliza programas de descarga?”, “pues pásele un antivirus porque hay sitios muy peligrosos y gente muy mala capaz de instalar en su ordenador programas espía que reduzcan la velocidad de conexión a Internet…”), una chica diagnosticó al fin nuestro problema. Al parecer, Telefónica había decidido unilateralmente que a partir de ese día, el lunes, nuestra velocidad iba a ser de 512 kb (de ahí los 400 de más arriba). ¿Por qué? Nadie lo sabe. La muchacha que nos atendió se comprometió a resolver el problema y 24 horas después (el martes por la noche) estaba solucionado.

En condiciones normales, en un universo lógico, la historia debería haber acabado aquí. Pero no. Esta mañana, a las nueve y pico (mi novio sale de trabajar todos los días sobre la una de la mañana y yo esta semana tengo turno de tarde, así que tres cuartos de lo mismo, lo que significa que a esa hora estábamos bastante fritos) me despierta el teléfono. “¿Sí?” (con voz soñolienta, como es normal). “Le llamo de Telefónica, por una incidencia con su línea ADSL”. Ipso facto le paso el auricular a mi novio, al que el tipo en cuestión le pregunta si se ha resuelto ya el problema. Él dice que sí, pero el individuo insiste en que compruebe la velocidad. Como a mi novio le daba apuro decir que estábamos durmiendo (la mayoría de la gente cree que el universo sólo funciona de ocho a tres y no conciben que haya gente que trabaje más allá de esas horas y mucho menos que duerma mientras ellos trabajan), quedó en llamar más tarde. Una hora y algo después, sobre las once, el tipo vuelve a llamar y le dice que nos va a mandar un técnico para que compruebe personalmente que la conexión va bien porque tienen que hacerlo y bla, bla, bla y que llegará en tres cuartos de hora.

A las dos y media, con el último bocado del almuerzo aún entre mis dientes y apuradísima porque entro a trabajar a las cuatro, se persona el técnico más lastimoso, triste y apático que haya visto en mi vida, quien por supuesto no se disculpa por interrumpirnos mientras comemos ni por llegar casi tres horas después de la hora acordada. Mi novio, muy previsor, quitó de en medio el PC portátil y plantó en el salón un ejemplar de esas extrañas criaturas que atemorizan y desconciertan, a partes iguales, a los técnicos corporativos, un Mac, así que el tipo sólo toqueteó un par de teclas y, cuando comprobó que no tenía ni idea de qué hacer con aquello, se fue, pidiéndonos que le firmásemos un recibo como justificante de su visita, un recibo que por supuesto no miramos hasta un rato después y que incluye un cargo de 39 euros por comprobación de línea o algo así y que, después de llamar tanto a Telefónica como a Orange, no sabemos si vamos a tener que pagar ni quién nos lo va a cobrar.