Pereza

Hace unos días Petit et perdue me preguntaba, a colación de mi breve comentario sobre los Globos de Oro, si la pereza que me daba ver John Adams tenía algo que ver con su calidad. Evidentemente, le respondí que no, que los trocitos que había visto al azar tenían muy buena pinta pero que, simplemente, no me apetecía verla ahora, en primer lugar porque últimamente hay demasiada seriedad en mi vida real, tanta que cuando me siento frente a la tele sólo quiero evadirme y dejarla atrás, aunque sólo sea un ratito (esto no significa que desconecte las neuronas o, aún peor, que me ponga a ver series españolas).

En segundo lugar, he aparcado John Adams (y la segunda temporada de Damages y Californication, y la tercera de Dexter, y Mad men, y puede que alguna cosa más, como Los Tudor o Life) para reservarla para el verano, porque no tiene sentido pasar todo el año viendo compulsivamente series y después estar desde mayo a septiembre-octubre (o enero, según los casos) sin nada decente que echarse a la cara.

Pero la tercera y última razón es la definitiva: sigo demasiadas series.

Así, a bote pronto (bueno, en realidad no, porque acabo de consultarlo en el disco multimedia que tenemos enchufado a la tele), sigo a ritmo norteamericano 30 Rock (a esta me apunté hace sólo unos meses, pero me puse rápidamente al día), Anatomía de Grey (toda teleadicta necesita un culebrón, y este es el mío, por mucho que se esté poniendo últimamente un poco rarita, con la vuelta a escena -de modo fantasmagórico pero sexualmente activo- del tío al que yo llamo el guapito muerto), Bones (después de ver bastantes capítulos sueltos -y desordenados-, decidí que merecía la pena verla bien), CSI (tras años sometida a la dictadura de la cadena enemiga, que reserva cada nueva tanda de episodios para cuando le viene en gana, esta recomendación de Casciari me hizo querer ver cuanto antes la séptima temporada, la del asesino de las miniaturas, y la sigo a ritmo yanqui desde entonces; lo siguiente que veré será la marcha de Grissom, y no sé si seguiré viéndola después), Californication (aunque esta la dejaré, como ya he dicho, para el verano o para alguna noche de insomnio), Cómo conocí a vuestra madre (esta también empezamos a verla tarde, pero cogimos pronto el ritmo), Fringe, House (Fox, Cuatro, muchos episodios sueltos vistos con retraso y, desde la temporada pasada, a su ritmo de emisión) y Héroes (aún no hemos empezado a ver la tercera; las críticas no animan nada).

En esta lista no se incluyen series terminadas que hemos seguido religiosamente, como El ala oeste o Studio 60, ni las inglesas (los muy vagos sólo hacen temporadas de seis episodios, incompatibles con el concepto seguir) como The IT Crowd, Little Britain o No heroics (que tiene un gran punto de partida pero no esa chispa que tienen las dos anteriores), ni tampoco dos adicciones en toda regla: Battlestar Galactica (que comenzó el viernes pasado la emisión de sus diez últimos capítulos –¿quién será el quinto cylon?-, aunque aún no hemos podido ver el primero porque mi marido, que sí curra este fin de semana -a mí me toca descanso-, salió ayer del trabajo pasada la una de la mañana; a ver si esta noche hay algo más de suerte) y, por supuesto, Perdidos, que vuelve por fin este miércoles (por cierto, que en el Reino Unido los espoilers han salido a la calle) con su penúltima temporada, toneladas de preguntas y puede que alguna respuesta. O a lo mejor no.

Química

Soy de Letras, lo que explica (pero no disculpa) que no sepa mucho de química (de física ni hablamos), salvo lo suficiente para saber que, más allá de tablas periódicas y complicadas fórmulas, es un elemento imprescindible para que una película, serie, programa de televisión u obra teatral funcione.

Sin olvidar la labor de los guionistas, los directores y hasta los productores, todos sabemos que Sé lo que hicisteis funciona por la química entre Ángel y Patricia, que Friends lo hacía por la química entre sus seis protagonistas y que lo mejor de Studio 60 era la pareja Danny TrippMatt Albie (aunque no fue suficiente para salvar la serie).

El otro factor indispensable para conectar con el público (ya sea lector, espectador u oyente) es hacer las cosas con cariño. Puede sonar tonto, pero si haces una cosa que te gusta con cariño y disfrutas haciéndolo, la gente lo nota y lo aprecia. Pasa con la tele, el cine, la radio, la televisión y también con el periodismo, porque soy (aunque ya sé que en la profesión esto es casi una herejía) de la opinión de que el periodismo es básicamente un producto de entretenimiento.

Y todo eso hay (buenos guiones, química y gusto por lo que hacen) en la pareja BertoAndreu (después de tanto tiempo yéndome a la cama con él, hay confianza). Para quien no conozca a Berto (el que a estas alturas no sepa quién es Andreu, aunque sea de oídas… sólo se me ocurren insultos, así que mejor dejo los puntos suspensivos), sólo diré que es la revelación televisiva de la temporada.

Berto (Romero) es un chico de nariz generosa, gafas de pasta que no necesita, amigo de los monos y orgulloso poseedor de una réplica de la espada de Darth Vader. Además de todo eso, es un cómico que empezó como periodista, hace monólogos en el teatro y, desde esta temporada, tiene una presencia fija, diaria e imprescindible en el programa de su ficticio tito Andreu, en el que analiza la prensa (en concreto las fotos y gráficos que salen en prensa) desde su particular punto de vista, como diría un cronista cursi.

De ese peculiar análisis de la prensa surgen situaciones como la de anoche (no tengo el vídeo, lo siento), en la que esturrearon por el plató a bebés de la realeza (interpretados por muñecos) con la ayuda de una catapulta, aunque Berto es capaz también de hacer un reportaje en el Salón del Manga de Barcelona disfrazado de Gazpacho (el de Los fruittis),

reducir a tres o cuatro minutos la hora larga que dura el programa de su tito

o incluso presentarlo él solito un día que Andreu se cogió libre entre la gala de la Academia de la Televisión y el Evento Blog.

En la etapa del programa en la otra cadena ya hizo alguna que otra impactante aparición, como este Tunéame doctor,

pero es este año cuando está demostrando todo su potencial (sigo parafraseando a ese hipotético cronista cursi) y, aunque ya surgen algunas voces que reclaman que Berto tenga su propio programa, pido por favor que no nos priven de él en Buenafuente, porque si Andreu solo es fantástico, junto a Berto es insuperable.

Ahora los tramoyistas

Mientras los guionistas norteamericanos siguen en huelga, un nuevo colectivo relacionado con el mundo del espectáculo se ha cruzado de brazos para reivindicar mejoras laborales: los tramoyistas (para quien no esté familiarizado con el término, que de todo hay en la viña del Señor, los tramoyistas son esos individuos que se encargan de montar los decorados en los escenarios teatrales).

El paro, iniciado hace unos días, ha obligado a echar el telón a la mayor parte de los grandes musicales de Broadway y los empresarios teatrales y las autoridades neoyorquinas se ponen en lo peor y ya se lamentan por las pérdidas millonarias que podría causar en las arcas de la Gran Manzana un Broadway apagado en la jugosa campaña navideña.

La relevancia del paro de los tramoyistas no hace sino confirmar que, aparte de actores, guionistas y directores, son muchos los oficios que conforman el engranaje de una producción teatral, televisiva o cinematográfica, y que la caída de una sola de esas piezas puede dar al traste con el espectáculo.

Esta importancia de lo aparentemente nimio centraba uno de los episodios (tal vez el más divertido) de la fenecida Studio 60, uno titulado precisamente The disaster show y en el que primero el departamento de atrezzo y después otros técnicos se declaraban en huelga por culpa de la prepotencia de Danny/Josh (que por cierto no salía en todo el capítulo; Matt/Chandler tampoco), lo que provoca un caos total que alcanza de lleno a la pobre Alison Janney (la gran CJ), invitada de la semana en el ficticio show y a la que le pasa casi de todo.

P. D.: Para quien quiera saber qué pasa con su serie favorita con toda la historia de la huelga, las chicas ByTheWay se han tomado la molestia de hacer una lista con el estado actual de la producción de los títulos más populares.

Polémicas estúpidas

Ya sabemos lo delgada que es la línea que separa lo apropiado de lo inapropiado. Sabemos que en España, el horario de protección infantil no es más que un eufemismo y que en la sobremesa podemos ver todo tipo de atrocidades y vulgaridades (ahí están Aquí hay tomate y los resúmenes de Gran Hermano), aunque la ficción nacional tenga siempre un sesgo familiar que elimina cualquier contenido que pueda suponer una ofensa al espectador (las apariciones de elementos como lenguaje soez, violencia o sexo son meramente colaterales, tangenciales, y siempre se muestran de un modo sutil y mojigato).

Decimos siempre que el cine y la televisión españoles son mucho más libres que sus hermanos norteamericanos, porque allí no pueden mostrar secuencias de sexo explícito en la pantalla grande (si lo hacen, saben que se ganarán a pulso la etiqueta de para mayores de 18 y perderán millones en la taquilla), pero nos olvidamos de Los Soprano, de A dos metros bajo tierra, de Dexter, protagonizada por un asesino en serie, o de Californication, centrada en las andanzas de un tipo que fuma sin parar (también marihuana), suelta un taco cada vez que abre la boca y, como bien indica el título, tiene una vida sexual de lo más ajetreada (y además David Duchovny enseña el culo, ¿qué más se puede pedir?).

Pero claro, todo eso se puede ver en la televisión de pago, no en ninguna de las grandes networks, que, como ya vimos en Studio 60, tienen que tener mucho más cuidado con lo que emiten para no herir las susceptibilidades de los espectadores y, sobre todo, de los anunciantes.

La polémica estúpida de la semana tiene que ver precisamente con uno de esos deslices, una tontería que ha molestado no sólo a los filipinos, sino también al Gobierno del archipiélago. ¿Y qué ha provocado tanto revuelo? Pues un chiste (sin demasiada gracia, todo hay que decirlo), incluido en la premiere de la cuarta temporada de Mujeres desesperadas.

En una secuencia del episodio Susan va al médico, interpretado por Nathan Fillion (esa criatura que lleva el gafe a cuestas como una mochila, que acabó con Firefly y Drive y que, claro, tenía que estar en la secuencia de la polémica). No sé qué es lo que le pasa a Susan, porque no he visto el capítulo completo, pero el caso es que el doctor Fillion alude a la posibilidad de que haya entrado en la menopausia. Ella se pone hecha una furia y le pide ver de cerca todos esos diplomas que cuelgan de la pared, no sea que alguno de ellos sea de «alguna escuela médica de Filipinas».

Y ya está, eso es todo. Pero esa minucia ha levantado una ola de indignación entre la comunidad filipino-estadounidense, que ha orquestado una campaña para que la ABC se retracte, cosa que ya ha hecho, aunque la polvareda ha llegado ya al Gobierno filipino, que exige que se vuelva a editar el episodio y que se emita de nuevo sin la ofensiva frase.

La polémica es sin duda excesiva, pero esta oleada de neo-corrección política no es exclusiva de EEUU. No hay más que recordar la retirada en España (Hernán Casciari hizo en Espoiler un top ten de la censura publicitaria) de anuncios del Burger King, Bocatta, de Dolce & Gabanna, algunos de AXE o aquel de Amena protagonizado por enanos que duró en antena poco más de unas horas.

De vuelta

Si tenía algún lector, seguramente lo habré perdido. Estar más de un mes sin dar señales de vida es imperdonable, aunque comprensible teniendo en cuenta el hartazgo extremo con el que puse punto y final a una de las temporadas más horribles de mi carrera, a la que sólo sobrevivieron dos neuronas y media a las que no les apetecía pasarse por aquí.

El mismo día 1 (a las 07.00, para redondear la faena) volví al tajo (al que por cierto se ha incorporado el autor de este blog), unas horas después de que nuestro jefe se despidiera dejando como única instrucción un “suerte y trabajad mucho”. En estos días (todos y cada uno de los cuales los he pasado aquí, en una bonita tanda de ocho jornadas consecutivas) me he puesto al día (y he comprobado, con algo de vergüenza, que ninguno de los blogs por los que paseo a diario ha cerrado por vacaciones) y me he dejado seducir por el completo menú farmacológico (ansiolíticos incluidos) que mi traumatólogo me ha recetado para aliviar una contractura cervical brutal que arrastro desde hace meses y con la que ni siquiera las vacaciones han podido acabar.

¿Y qué he hecho en todo este tiempo? Televisivamente hablando, he terminado Studio 60 descorazonada por saber que no volverá, me he partido con The IT Crowd, he comenzado Sports Night (sí, más Sorkin) y (al fin) Los Soprano y he devorado Dexter y Jericho. De todo ello hablaré en los próximos días, de eso y de mi estupendo viaje a Londres, en el que, además de monumentos, museos y tiendas, vimos a Tim Burton y Oliver Platt y hasta charlamos con Rick McCallum en el Star Wars Celebration.

No sé si queda alguien ahí fuera, pero si lo hay, bienvenido. Estamos de vuelta.

Devuélvanle su voz al presidente

Ayer preestrenaron en AXN el primer episodio de la sexta temporada de El ala oeste de la Casa Blanca (la serie terminó en USA hace un año y ahora emiten un aperitivo, en un canal de pago, de su penúltima etapa, que tampoco ha sido editada aquí en DVD, así que supongo que aún queda bastante para que podamos ver, en canales ajenos al p2p, su desenlace) y, aunque tengo todavía a medias la quinta, me puse a ver el episodio (un deporte de riesgo, lo sé, pero se me habían acabado los subtítulos de Studio 60 y tenía mono de Sorkin).

El caso es que ya con el previously me quedé atónita. Al parecer, a Donna la mandan a Gaza (¡!) para que acompañe a una expedición del Congreso que se supone va a mediar por la paz o algo así. En el grupo va también el almirante Fitzwallace. En su excursión por Oriente Próximo, el convoy sufre un ataque en el que mueren dos congresistas y Fitzwallace y además Donna resulta herida de gravedad. Al margen de todo esto hay una supercompleja operación puesta en marcha por el presidente para que palestinos e israelíes alcancen una paz definitiva.

El episodio en sí se desarrolla básicamente en torno a las dos tramas mencionadas. Por un lado, Donna. Josh está con ella, en el hospital donde ha sido ingresada (donde la someten a una operación tras otra), junto a un irlandés llamado Colin que, francamente, no tengo ni idea de quién es. Ésta es la carita que tiene el pobre Lyman durante todo el episodio.

Mientras, en Washington, todo el mundo parece haberse vuelto loco. El presidente y Leo andan todo el día a la greña, hay un mal rollo general entre todos y encima está por allí Locke, vestido de general, tratando de convencer a todos de que la mejor respuesta al ataque contra los congresistas americanos es bombardear a discreción toda la zona, Irán incluido.

Por si fuera poco el caos (ya he dicho que tengo la temporada anterior a la mitad, pero ¿qué demonios ha pasado para que esté todo el mundo tan desquiciado?), a Bartlet le han cambiado la voz.

Ya sé que las series (y las películas) hay que verlas en la versión original, que el doblaje mutila una obra audiovisual y todo eso, pero qué quieren que les diga, yo El ala oeste la he visto siempre doblada. He intentado verla en versión original pero, aparte de que sus vertiginosos diálogos convierten en una tarea hercúlea (al menos para mí) procesar todo lo que leo y los escasos fotogramas que me da tiempo a ver, estoy acostumbrada a verles con sus voces españolas, y me chirrían algunas de las originales, especialmente la de Martin Sheen, mucho menos presidencial que la de Ernesto Aura, doblador habitual de actores como Laurence Fishburne, Tommy Lee Jones o Arnold Schwarzenegger.

Ignoro por qué (he buscado alguna noticia al respecto, pero no he encontrado nada), pero el caso es que Aura no doblaba a Bartlet en el episodio que vi ayer (podría pensarse que igual es un doblaje provisional, pero todos los demás tenían las voces de siempre). El honor le correspondió, según creo haber identificado gracias a la base de datos de El doblaje, a Salvador Vives, voz de Rupert Everett, George Hamilton o Mark Harmon en NCIS. No es mal actor de doblaje, ni su voz es mala. Simplemente, es muy diferente a la de Aura, que, aunque a su vez es totalmente distinta de la de Martin Sheen, encaja mucho mejor con la voz que debería tener el líder del mundo libre.

¿Un fracaso anunciado?


Pomposa y pedante son sólo algunos de los elogios que los críticos han otorgado a la última producción firmada por Aaron Sorkin, Studio 60 on the sunset strip, cancelada por la NBC por su baja audiencia sólo unas semanas después de su estreno. Aunque la emisora se comprometió a emitir los episodios ya grabados, parece claro que la serie no volverá.

Studio 60 era una de las series más esperadas del año. Suponía el regreso del creador de El ala oeste de la Casa Blanca tres años después de haber abandonado la Administración Bartlett, estaba ambientada en el mundo de la televisión y contaba con un reparto de lujo encabezado por Bradley Whitford y Matthew Perry.

La serie muestra las entrañas de un show televisivo, al estilo del Saturday Night Live, dirigido por Danny Tripp (Whitford) y escrito por Matt Albie (Perry). A la tensión de la emisión en directo se suma la presión de la audiencia -(que recae sobre los hombros de Jordan McDeere (Amanda Peet)-, la de los lobbies que pretenden decidir sobre los temas que se abordan en el programa y la relación que mantuvieron Matt y la actriz principal del show, Harriet Hayes (Sarah Paulson).

Aún me quedan unos cuantos episodios por ver, quizás porque a mí también me da rabia ver algo que me gusta y que se ha acabado cuando no había hecho más que comenzar. Son muchos los que han dicho que era más que previsible el castañazo, pero es bastante mejor que muchas de las producciones que ocupan la parrilla de EEUU (de las españolas ni hablo). No está a la altura de El ala oeste, pero los diálogos, el ritmo y la interpretación de los actores, en especial la pareja Josh-Chandler, una de las mejores que he visto en mucho tiempo, son más que notables. (La única pega es Sarah Paulson. Tanto la actriz como su insufrible personaje lastran un poco el conjunto.)

Pero la audiencia, esa masa informe y voluble a la que ningún estudio es capaz de comprender (otro día hablaremos de los gustos de los espectadores), le dio la espalda y Sorkin echó el cierre. En España la está emitiendo Canal+, una buena oportunidad para que no se pierdan un detalle aquellos que, como yo, tienen problemas para seguir el ritmo de los diálogos de Sorkin y su patentado (y a veces estresante) walk and talk.