Adiós a Leonard Nimoy

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Foto: Devon Christopher Adams

(El homenaje en Libros de Babel, escrito por El Gris)

Hoy es un día aciago, como todos esos días en los que sufrimos el golpe de la repentina partida de un amor, de alguien de la familia, de un amigo. Hoy nos ha dejado Leonard Nimoy, el actor, el fotógrafo, el escritor, el poeta, el artista. Queremos pensar que en este último viaje estará rodeado de estrellas o en esos mundos imposibles y fascinantes a los que nos llevó de la mano para enseñarnos, de forma lógica, que el Universo, aunque hostil, siempre nos abraza como sus hijos. Hoy se ha apagado una luz que tuvo una vida larga y próspera, que iluminó e inspiró las vidas de varias generaciones y que nos hizo soñar que con atrevimiento podíamos viajar a donde no había ido ningún hombre. Se nos ha ido el Señor Spock, que es y siempre será un amigo.

Hoy es un día aciago.

Buen viaje, señor Spock

Buen viaje, señor Spock

Leonard Nimoy

Leonard Nimoy ha fallecido este viernes en Los Ángeles a los 83 años víctima de una enfermedad pulmonar, según ha dado a conocer su mujer, Susan Bay Nimoy. El intérprete, nacido en Boston en 1931, será recordado por su interpretación del lógico señor Spock en la serie Star Trek. Precisamente sus últimas apariciones en la pantalla tuvieron que ver con el papel que le dio la fama, en las dos entregas con las que el director J. J. Abrams relanzó la franquicia.

Tras conocerse la noticia, las condolencias de compañeros de profesión y seguidores inundaron las redes sociales. Especialmente emotivo fue el mensaje de William Shatner, el capitán Kirk de Star Trek, que dijo en su cuenta de Twitter que le «quería como a un hermano. Todos echaremos de menos su humor, su talento y su capacidad de amar». También la NASA se sumó a la despedida, recordando que Star Trek inspiró a muchos de quienes trabajan en la agencia.

Hijo de inmigrantes judíos ucranianos, Nimoy encarnó al medio humano-medio vulcaniano Spock en las tres temporadas que la serie de ciencia ficción estuvo en antena (1966-1969), así como en las seis películas protagonizadas por la tripulación original del Enterprise, de las que además dirigió dos de ellas, la tercera (En busca de Spock) y la cuarta (Misión: Salvar la Tierra). Abrams le llamó en 2009 para que volviera a ponerse las orejas del vulcaniano y diese la réplica a su versión más joven, encarnada por Zachary Quinto. Lo haría una vez más, en 2012, en la secuela Star Trek: En la oscuridad. Con Abrams también trabajó en la serie Fringe, en la que apareció en 11 episodios con un personaje recurrente, el del científico William Bell, que servía de antagonista al trío protagonista de la serie.

William Bell A lo largo de su más de medio siglo de carrera, Nimoy también intervino en otras series, como Misión Imposible, Bonanza, Colombo, Perry Mason… y puso la voz en otras como Futurama o, recientemente, The Big Bang Theory. Como director, firmó, además de las dos entregas cinematográficas de Star Trek, varios episodios de televisión y cintas muy alejadas de la serie que le dio la fama, como Tres hombres y un bebé. Además de fotógrafo, poeta, guionista, narrador (escribió dos volúmenes de memorias, No soy Spock, en 1975, y, 20 años más tarde, Yo soy Spock) y hasta cantante (su Balada de Bilbo Bolsón es muy popular en internet), Nimoy era muy activo en redes sociales. Su último tuit, publicado el 23 de febrero, fue casi una despedida anticipada: «Una vida es como un jardín. Los momentos perfectos se pueden tener pero no preservar, excepto en la memoria». Firmó el mensaje, como era habitual en él, con un LLAP, Live Long and Prosper, el saludo del señor Spock.

Críticos

Cuando era más joven me tomaba muy en serio a los críticos. Si alguno destrozaba alguna película, libro o actor que me gustase pillaba unos cabreos monumentales. Seguramente fuera cosa de mi inseguridad que necesitase que otros (y los críticos no eran cualquier otro, sino voces autorizadas, expertos que sabían de lo que hablaban) respaldasen mis gustos y mis apreciaciones, pero lo cierto es que más de una vez lo pasé bastante mal leyendo, por ejemplo, las páginas del Fotogramas (que empecé a comprar, y a leer, cuando mis compañeras del colegio pasaban de mano en mano la SuperPop en clase; también yo la leía, que conste, en la época en la que era una revista juvenil para niñas y no eso en lo que se convirtió después… Mejor lo dejo que empiezo a sentirme mayor…).

Por supuesto, esa inseguridad y esa necesidad de aprobación social de mis gustos no se limitaba a las críticas del Fotogramas. Como muchos de mi edad entonces, imagino, ansiaba que quienes me rodeaban aprobasen lo que me gustaba. Cuando me di cuenta de que no iba a conseguirlo (una ha sido rarita desde pequeña), aprendí a fingir y a esconder lo que realmente me gustaba (a Harrison Ford, porque lo normal eran Kirk Cameron, Tom Cruise y Patrick Swayze; a decir que leía las novelitas rosas que leían las demás porque lo de leer novelas de crímenes -de Agatha Christie– a los diez, doce años era perturbador, a no hablar de Star Wars y Star Trek y ese tipo de cosas…).

Con el tiempo una fue ensanchando sus círculos de amigos y conocidos y también sus horizontes. Y si, como en mi caso, tienes la suerte de que tus padres (mi madre, concretamente) te permitan irte a estudiar fuera, el beneficio es aún mayor. Puedes dejar atrás toda esa basura y descubrir (hablo de la era pre-Internet; como decía, me hago mayor) que hay más gente, mucha más gente, a la que le gusta Star Trek y Star Wars, y hablar de ello, que lee cosas mucho más raras que tú (y te las descubren, y empiezas también a leerlas) y que a Harrison Ford no hay por qué esconderlo. Aunque estaría encantada de esconderlo, ya me entendéis…

Y llega un día en que te das cuenta de que los críticos son personas, como tú, ni más ni menos, que su opinión es tan válida como la tuya (o al menos tan respetable, porque hay críticos y críticos…) y que no por el hecho de que consideren algo una obra maestra o una basura tienes que estar de acuerdo con ellos. Ni con ellos, ni con nadie, sea o no crítico profesional. Ellos, como tú, van a ver una película, una serie o leen un libro y cuentan por qué les ha gustado o no. Parece una perogrullada, y tal vez lo sea, pero a veces a muchos se nos olvida que lo que escriben, o dicen, no es más que eso, su opinión, no un dogma de fe. Lo mismo se aplica a los premios. Que algo reciba más o menos premios no lo hace mejor, ni invalida la opinión que uno tenga de lo que ha visto o leído. Es sólo que a esas personas que han votado para ese premio les ha gustado más o menos. Nada más. No obstante, eso no es óbice para que a mí, por ejemplo, me guste que reconozcan a la gente y los trabajos que me han gustado. Porque mi opinión es también válida, pero imagino que a Colin Firth le haría más ilusión un Oscar de verdad que ver ante su puerta a una pirada española con uno de juguete, ¿no?

Y volviendo a los críticos, hay que tener en cuenta a los que escriben (literal o figuradamente) antes de ver o leer lo que critican, los que ya saben si les va a gustar o no y los que escriben sus reseñas seis meses antes de estrenarse lo que sea (como dice Kalimero en su crítica al cierre de la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman, que comparto, por cierto, al 99%). Eso tampoco es nuevo, ni exclusivo de los críticos. (Que conste que lo que sigue no está inspirado por una conversación reciente con dos asiduos de este sitio -ya sabéis quiénes sois-; es algo de lo que hemos hablado muchas veces Contradictorio y yo)

Parece que hay gente que se sienta ante una película, o serie, o libro, con un esquema mental preciso de lo que quiere que le cuenten y cómo quiere que se lo cuenten. Y si la película, o serie, o libro, no encaja al cien por cien en ese esquema no les va a gustar, no importa lo que hayan disfrutado viéndola o leyéndolo, ni si les ha entretenido, emocionado, divertido o angustiado. Nada de eso importa. Hay algo aún peor: que haya alguna sorpresa, o giro de guión, o cualquier elemento que no hubieran previsto en ese esquema o que no hayan anticipado mientras veían o leían lo que sea. En definitiva, que les engañen.

A esta gente podría aplicarles una invención (estúpida e inútil, como todas las mías) de mi cosecha: síndrome del lector de Agatha Christie. Los individuos a los que me refiero son de esos que, ante una novela de detectives (vale una cualquiera, pero por mi historial me quedo con la señora Christie), se aplican concienzudamente a la tarea de intentar descifrar la identidad del asesino, desde la primera página (o, más bien, desde que aparece el cadáver). Si el criminal resulta ser quien creían, dirán que la novela les gustó. Si no, acusarán al escritor de tramposo, chapucero o alguna cosa peor.

Esto se puede aplicar a casi todo. Hay personas que se enfrentan a cualquier película, serie o libro tratando desde el principio de atrapar al asesino y otras que preferimos acompañar al detective en su búsqueda de cada pista, en cada interrogatorio, y que aplaudimos los giros y las sorpresas (sin pasarse, claro) porque nos gusta que nos sorprendan, que nos maravillen y que nos engañen. Cuestión de gustos, supongo.

Recortes de prensa

Hace unos días me dio por poner orden en las pilas de periódicos que traje conmigo cuando me mudé hace casi cuatro años y que ya llevaban en casa de mis padres unos cuantos años más. En su momento me limité a empaquetarlos y trasladarlos, y desde entonces han estado en casa sin que me haya acordado de ellos. El otro día les metí por fin mano.

Siempre es algo raro revisar al cabo de los años recortes de periódicos y revistas que ni sabes muy bien por qué guardaste en su día, pero es aún más raro cuando muchos de esos recortes llevan tu firma.

Lo primero que me vino a la mente fue el clásico cualquier tiempo pasado fue mejor. Entonces estaba en otra redacción, con otros compañeros (de los que sólo unos cuantos siguen allí) y tenía un trabajo en muchos sentidos mejor que el que tengo ahora. Había, como siempre, una buena cuota de cosas que había que hacer, pero salvo eso podía escribir casi de lo que me apeteciese, tenía un jefe que me dejaba tiempo para que lo hiciera y unos estupendos diseñadores dispuestos a embellecer mis disparates. [Desde cierto punto de vista, ahora también tengo bastante libertad, pero la cuota obligatoria es notablemente mayor. Si quiero escribir algo o hacer algo que vaya más allá de editar teletipos tengo que hacerlo en mi tiempo libre, y ahora ya no me apetece tanto escribir en casa para el periódico como entonces]

Cuando se fue la nostalgia pensé en todo el tiempo perdido que representaba aquella montaña de papel, en los días enteros que pasé en aquella redacción, de la mañana a la madrugada (por las mañanas escribía los reportajes para Cultura, comía en el chino de abajo y por la tarde-noche hacía el Cierre del periódico, y así día tras día), en el trabajo en casa durante los días de descanso y en que ese camino que al principio recordaba con agrado no fue en realidad tan fácil (tampoco es plan de remover todo aquello). Y todo para nada, para escribir cosas que probablemente nadie leyó.

Después, releyendo esas páginas, vi que algunas no estaban del todo mal, y que incluso podría recuperar algunas de ellas aquí (como ya hice en su momento con el perfil de Arthur Conan Doyle, con los reportajes sobre Star Trekuno y dos– o los de Indy –uno y dos-), así que espero que no os importe que los rescate para irlos publicando durante el verano, con la esperanza de que alguien, esta vez, se los lea. Y si no, al menos para que el blog se actualice mientras estamos de vacaciones…

‘Trek reloaded’

Puede que sea por la edad o porque ya me han decepcionado en demasiadas ocasiones, pero el caso es que hace ya un tiempo que decidí dejar de esperar nada. Consciente o inconscientemente, mis expectativas cayeron en picado y ante cualquier película, libro o serie de televisión comencé a conformarme con no sentirme estafada ni pensar que había tirado el tiempo y/o el dinero.

Ese es uno de los motivos por los que no aguardaba impaciente el estreno del Star Trek de J. J. Abrams. El otro es que no quería que se hiciera otra película con Kirk, Spock, Bones y compañía. Aunque tengo vagos recuerdos de mi infancia de alguna de las películas (emitidas por televisión), mi idilio con el Enterprise comenzó unos años después, cuando tenía unos 14 años y a Canal Sur le dio por poner la serie entera un verano. Y me atrapó. No sólo por sus historias (evidentemente no fue por la sofisticación de sus efectos especiales, aunque lo del teletransporte, por mucho que fuera una solución para ahorrar costes, siempre me fascinó), sino sobre todo por sus personajes (especialmente el trío protagonista).

Cuando terminé con lo que ahora se conoce como TOS (The Original Series) seguí profundizando en la franquicia, aunque la exploración duró poco. No me gustaba La nueva generación, ni (aunque eso lo vi mucho después) Espacio profundo 9 o Voyager. Enterprise no estaba mal (aunque debo admitir que apenas he visto un par de episodios), porque en cierta forma recuperaba el espíritu original, en el que el humor, muchas veces entre líneas, formaba también parte de la tripulación.

Con la franquicia más que agotada, Abrams anunció que dirigiría una nueva película, en la que contaría cómo se conocieron Kirk, Spock, McCoy, Scotty, Sulu, Chekov y Uhura. Y no me gustó. Bones y Scotty estaban muertos, Spock muy mayor, Kirk hacía ya mucho que no entraba en el uniforme y no me hacía gracia la idea de que otros actores los interpretaran, porque ellos eran ellos.

Después se anunció el casting, que tampoco me gustó, con una salvedad: si había alguien, aparte de Leonard Nimoy, que pudiese encarnar a Spock, ése era sin duda Zachary Quinto. Y eso es lo único en lo que no me equivoqué.

Este larguísimo prólogo trata de explicar, aunque no sé si lo he conseguido, que no me senté a ver la película como una devota seguidora dispuesta a disfrutar. Lo hice con recelo, pensando que al menos salía Nimoy, pero la historia sólo necesitó unos minutos para engancharme, los del emocionante prólogo, y no me soltó hasta el final, en el que la partitura de Michael Giacchino se funde con el tema original de Alexander Courage.

La mejor forma de revitalizar una franquicia es volver al principio, y por eso Abrams ha hecho una película para todos los públicos que sin embargo disfrutan mucho más los iniciados, porque las dos horas de metraje están plagadas de guiños. Como es normal, no podía faltar el «soy médico, no…» de McCoy, aunque la lista de homenajes la encabezan la presentación de cada uno de los personajes (mi favorita fue la de Bones) y el Kobayashi Maru, la prueba irresoluble que solamente pudo pasar Kirk, de una forma bastante imaginativa (con trampas).

Pero el mayor consuelo que se podría ofrecer a los seguidores reticentes (yo misma, como he explicado más arriba) es la presencia de Leonard Nimoy. Su aparición es uno de los momentos más emocionantes del filme (una pena que ya se conociese, aunque eso no evitó que se me saltasen las lágrimas cuando le escuché decir «soy y siempre seré tu amigo») y pone en escena la excusa argumental de la que se ha valido Abrams para reinventar Star Trek (más allá de que, como dice mi marido, no sabemos cómo eran los personajes antes de que comenzasen su misión a bordo del Enterprise): el viaje en el tiempo de Spock (y de Nero con él) ha cambiado el curso de los acontecimientos.

Kirk perdió a su padre al nacer y Spock vio morir a su madre y su planeta engullidos por un agujero negro. Estos Kirk y Spock son diferentes porque no son los que conocemos. Y en esta nueva línea temporal puede pasar cualquier cosa. Cuando me di cuenta de la estratagema estuve a punto de aplaudir, y a lo largo de la película tuve ganas de hacerlo unas cuantas veces. Como he dicho, hacía mucho que no me lo pasaba tan bien en un cine, que una película no me enganchaba desde el primer minuto al último y que terminaba con ganas de más, de mucho más.

Me encantó la historia, con ese Nero que tanto recuerda a Khan (léase Khaaaaaaaaaaaaaaan), y los actores, con los más que correctos Zachary Quinto y Chris Pine (evidentemente siempre preferiré a Nimoy y Shatner -por ahí he leído que el Shatner de la serie original no era guapo; a veces me preguntó qué ve la gente, porque la palabra guapo se queda corta-, pero eso no tiene nada que ver), aunque creo que Karl Urban (el nuevo Bones) les gana a los demás por goleada.

Aunque los elogios son casi unánimes (el crítico de El Correo de Andalucía titulaba su reseña OMG!!!, tal cual), hay dos puntos de controversia, y los dos tienen que ver con nuestro vulcaniano favorito. El primero de ellos es su emotividad, por ejemplo cuando está a punto de estrangular a Kirk. Admito que es extraño (a Spock le hemos visto otras veces alterado, casi siempre por fenómenos químicos o electromagnéticos, por ejemplo), pero hay que tener en cuenta lo que dije más arriba, que este Spock no es el mismo que conocemos (además, acaba de perder a su madre).

El segundo punto de fricción es Uhura. A todo el mundo le rechina su relación (a mí me sorprendió, no voy a negarlo, pero no me rechinó), pero vuelvo a lo mismo: este Spock ha seguido un camino diferente para llegar aquí, y aunque no fuese así, seguiríamos sin saber si esa relación existía (o existió con anterioridad) en la Star Trek que conocemos. Además, no hay que olvidar que, en los primeros borradores sobre la serie, Spock y Uhura estaban juntos, un detalle que fue eliminado a petición de la cadena y que aporta un nuevo punto de vista a la inminente revisión que planeo hacer de toda la serie.

La semana trekkie (II)

Sé que reciclar por segunda vez en una semana un reportaje está feo, pero espero que sepáis perdonarme (no es por autobombo, sino porque me gusta tener aquí las poquitas cosas que puedo escribir en el trabajo). Al menos esto lo escribí anoche, y no hace tres años…

Después de publicar una pieza sobre la historia de Star Trek (al final incluyo las dos partes de esa fantástica doble que me diseñó en su día El invitado de invierno; gracias otra vez) y de hacer dos galerías gráficas (una sobre el nuevo filme de Abrams y otra sobre la presentación de la película en el Teatro Chino), ahora os traigo un ¿qué fue de? para contar lo que ha pasado con los protagonistas de la serie original en estos cuarenta años largos que han pasado desde su estreno. Espero que os guste.

El reparto de ‘Star Trek’, 40 años después

Han pasado más de 40 años desde el estreno de Star Trek en la televisión norteamericana, y en ese tiempo han fallecido su creador, Gene Roddenberry, y dos de los miembros del reparto original, DeForest Kelley y James Doohan. Aunque a la mayor parte de ellos la serie les proporcionó una fama que nunca les abandonaría, casi ninguno ha repetido o superado el éxito que alcanzaron a bordo del Enterprise.

William Shatner – James T. Kirk

El capitán del Enterprise es intrépido, valiente, algo vehemente en ocasiones y un impenitente seductor por cuya cama han pasado casi todos los ejemplares femeninos (de distintas especies, además) con los que se ha cruzado la nave en sus viajes. William Shatner no fue la primera opción para interpretar al joven capitán James T. Kirk (Jeffrey Hunter fue el elegido por Rodenberry, pero el estudio le obligó a cambiarlo), pero no cabe duda de que Shatner es el capitán Kirk.

Tras bajarse del Enterprise, Shatner protagonizó una serie policiaca, T. J. Hooker (con Heather Locklear), e incluso se atrevió a autoparodiarse (los críticos siempre le achacaron que su Kirk era demasiado histriónico) en la secuela de Aterriza como puedas. Quizás fuera entonces cuando comenzó a construir su personaje, que pasearía por series como Boston Legal, que acaba de terminar, filmes como Miss agente especial (y su secuela) o Cuestión de pelotas y en su faceta de cantante, aunque tal vez el término sea algo generoso para sus declamaciones acompañadas de música (incluso cantó a George Lucas en el homenaje que el American Film Institute dedicó al creador de Star Wars). J. J. Abrams llamó a su puerta cuando comenzó a preparar su remake de Star Trek, y le ofreció a Shatner participar. Finalmente no hubo acuerdo, según dicen porque le ofreció al actor un papel demasiado pequeño.

Leonard Nimoy – Spock

Inventor del saludo vulcaniano, del ataque vulcaniano (esa especie de pinza en el cuello que tumba a sus adversarios) y probablemente el miembro del reparto más querido por los espectadores, Leonard Nimoy encarnó al personaje más singular de toda la tripulación del Enterprise. Medio vulcaniano, medio humano, a medio camino entre dos mundos y miembro de ninguno, Spock se esfuerza por dejar a un lado la herencia genética de su humana y emotiva madre para ser un perfecto, frío y racional vulcaniano. Como es de esperar, no siempre lo consigue, y a lo largo de la serie su contacto con especímenes como Kirk y Bones le humanizan mucho más de lo que él hubiera deseado.

Pese a que Star Trek le abrió las puertas de, por ejemplo, Misión Imposible, en la que encarnó a uno de los protagonistas durante varias temporadas, Nimoy se cansó bastante pronto de la franquicia. Estuvo a punto de no aparecer en la primera película y sólo aceptó participar en la segunda con una condición: que Spock muriese. Y el vulcaniano murió. Se sacrificó para salvar la nave y a su tripulación. A los fans no les gustó demasiado y Paramount le presionó para que volviese. Costó convencerle pero al final aceptó, aunque con otra condición: quería dirigirla. Nimoy dirigiría también la cuarta película de la saga, conocida popularmente como la de las ballenas, y también apareció en un episodio de La nueva generación. Desde entonces, apenas ha vuelto a ponerse delante de una cámara. Sí ha dirigido y prestado su potente y profunda voz (que en los avances del nuevo filme sustituye a la de Shatner en el prólogo que daba inicio a cada episodio) a videojuegos o películas como Transformers. En todo este tiempo, Nimoy se ha refugiado en la fotografía, aunque J. J. Abrams ha conseguido sacarle de ese retiro. No sólo interviene brevemente en la nueva versión de Star Trek (en la que ha tutelado a su heredero, Zachary Quinto), sino que además interpreta al malo malísimo (al que aún no se ha visto en pantalla -sólo se ha escuchado su voz en un episodio-, está previsto que aparezca en el final de temporada) de la nueva serie del creador de Perdidos, Fringe.

DeForest Kelley – Leonard ‘Bones’ McCoy

Era el mayor del reparto (había entrado ampliamente en la cuarentena cuando se enroló en el Enterprise) y cuando llegó a Star Trek ya tenía una sólida carrera a sus espaldas, cimentada en docenas de apariciones en series televisivas de los 40, 50 y 60. Siempre se sintió más a gusto en el western que en la ciencia-ficción, y su papel en la serie de Roddenberry reflejaba en parte ese disgusto por la aventura, por lo inesperado. Pese a que fue seleccionado para interpretar a Spock (en la tercera entrega cinematográfica lo interpretó en parte, cuando la conciencia del vulcaniano se fusionó con la suya al morir), finalmente se quedó con uno de los personajes más jugosos de la serie, el médico cínico y un poco sentimental en casi permanente conflicto (casi siempre humorístico) con la excesiva frialdad de Spock.

Como les pasó a muchos de sus compañeros, Kelley, un apasionado de la poesía (también escribía, y deleitaba a los asistentes a las convenciones de la serie con sus poemas sobre la franquicia), no consiguió despegarse de Star Trek. Apareció en La nueva generación y, fiel a su estilo, se quejó reiteradamente de su participación en la versión animada de la serie, porque tenía que grabar sus frases en solitario, sin Shatner ni Nimoy y sin la posibilidad de interactuar con ellos. La tercera pata del trío protagonista de Star Trek falleció en 1999, a los 79 años.

James Doohan – Scotty

MacGiver, Magnum u Hotel fueron sólo algunas de las series en las que participó James Doohan, el casi milagroso ingeniero jefe del Enterprise Montgomery Scott, Scotty, que conocía cada tuerca y cada sonido de la nave y sabía como nadie cómo arreglar cualquier cosa que fuese mal. Aunque, a diferencia de su personaje, no es escocés, sino estadounidense, sí que estudió Ingeniería, pero eso fue después de lanzarse en paracaídas el Día D en la playa de Juno como miembro de la Real Artillería Canadiense. En el ataque recibió varios disparos en una pierna y en un dedo de la mano, que perdió. Su talento para los acentos y la imitación de voces hicieron de él un recurso más que habitual cuando se precisaba de alguna voz peculiar en Star Trek, e incluso le corresponde el mérito de haber inventado la lengua klingon (después fue perfeccionada y ampliada, pero la chispa inicial fue suya).

Además de varias incursiones en los episodios (televisivos y cinematográficos) de La nueva generación, intervino en la parodia Con el arma a punto (en la que también aparecía William Shatner). Doohan falleció en 2005 y parte de sus cenizas, como las de Gene Roddenberry, fueron enviadas al espacio.

George Takei – Sulu

Sólo tenía cuatro años, pero fue una más de las víctimas colaterales del ataque japonés a Pearl Harbour. Junto a otras decenas de miles de ciudadanos japoneses o con ascendencia japonesa, su familia fue internada en sucesivos campos de internamiento, una experiencia que marcaría el compromiso político de su juventud y su madurez. George Takei estudió Arquitectura, pero acabó en la Metro, doblando películas japonesas. Ahí comenzaría su relación con el mundo del espectáculo, que le llevaría al cine, la televisión, el teatro e incluso a producir programas de entrevistas o presentar tele-maratones benéficos.

Gene Roddenberry le reclutó como una pieza esencial de su reparto multirracial y fue así como llegó al Enterprise. Como el resto de sus compañeros, intervino en las seis primeras aventuras cinematográficas de la franquicia, aunque en la última de ellas consiguió al fin que a Sulu le ascendieran a capitán. En los últimos años, aparte de hacer pública su homosexualidad, ha participado en la serie Héroes, como el enigmático (y poderoso) padre de uno de los protagonistas, Hiro Nakamura.

Nichelle Nichols – Uhura

La seductora oficial de comunicaciones de Star Trek, que en diciembre cumplirá 87 años, fue uno de los primeros personajes tridimensionales que interpretaba una actriz negra. Junto a Kirk (William Shatner) protagonizó el primer beso interracial en la pequeña pantalla norteamericana y fue, junto al resto del reparto de la serie, la primera actriz de color en estampar sus huellas en el Paseo de la Fama de Hollywood. Durante casi una década (desde finales de los 70 hasta 1987) formó parte del equipo de la NASA encargado de reclutar astronautas y desde que colgó el uniforme de la Flota Estelar hemos podido verla en pequeños papeles en numerosas series de televisión, en la película ¿Cuándo llegamos? y, al igual que su compañero George Takei, en la serie Héroes.

Walter Koenig – Pavel Chekov

Con permiso de Takei, unos meses menor, era el miembro más joven de la tripulación del Enterprise, y sin duda de aspecto más juvenil, lo que, junto a su ascendencia lituana, le convirtieron en el candidato perfecto para encarnar a la rama rusa del reparto y, de paso, para atraer a la audiencia más joven, que podría identificarse con este joven oficial novato a las órdenes del capitán Kirk.

Chekov fue su pasaporte a la fama pero también una especie de losa que nunca le abandonó. Salvo sus apariciones en distintos productos de la franquicia estelar (incluidas las andanzas de La nueva generación y hasta videojuegos), la única intervención notable de este asiduo a las series (participó en unas cuantas, desde El Virginiano a Diagnóstico Asesinato) fue un papel recurrente en otra producción de ciencia-ficción, Babylon 5.

La semana trekkie

Este viernes se estrena en España el viaje al pasado del Enterprise de J. J. Abrams (aka Star Trek), excusa más que válida para declarar unilateralmente la semana trekkie en el periódico en el que trabajo (un despliegue, eso sí, más modesto que el del cuarto Indiana Jones). A lo largo de la semana iré publicando vídeos, galerias gráficas (esta con la premiere en el Teatro Chino de Hollywood me ha quedado monísima) y reportajes como el que hoy os traigo aquí, publicado originalmente hace casi tres años, con motivo del 40º aniversario del estreno de la serie, y que convenientemente actualizado y unido a otra pieza sobre la franquicia me ha servido para enriquecer el material sobre un estreno que aguardo no sin cierta inquetud (y que no veré hasta el próximo lunes -hasta entonces no descansamos-, lo que me obligará a hacer el fin de semana lo mismo que hago los jueves hasta que veo Perdidos, esquivar todos los feeds y blogs potencialmente peligrosos).

Cuatro décadas viajando donde nadie ha llegado antes

El 8 de septiembre de 1966 debutaba en la televisión de EEUU ‘Star Trek’, una modesta serie de ciencia ficción cuyo legado sigue vivo más de 40 años después.

A mediados de los 60 el western copaba la televisión norteamericana. La idea de que un hombre pudiese pasearse por la Luna era poco menos que una quimera, y el público prefería la verosimilitud de las historias de indios y vaqueros. Fue precisamente ése el encargo que la NBC le hizo a Gene Roddenberry: una idea para un nuevo western. Pero al guionista no le interesaba el oeste. Él quería escribir un gran drama que hablase de temas sociales, de las grandes pasiones humanas, y no había sitio para eso en el western, así que decidió situar su historia en el futuro.

El proyecto se titulaba Star Trek, y presentaba a la tripulación de una nave espacial, el Enterprise, cuya misión era explorar nuevos mundos y que contaba con una mujer como segunda de a bordo y un alienígena de orejas puntiagudas. La cadena rechazó el episodio (The Cage) pero no la serie, en la que Roddenberry tuvo que hacer cambios, entre ellos sustituir al protagonista (Jeffrey Hunter) por William Shatner. La comandante pasó a ser la enfermera y Spock (Leonard Nimoy), el tipo medio humano, medio vulcaniano, una vez refinado su aspecto y perfilado el sobrio carácter que le haría famoso, ascendió a primer oficial.

Roddenberry accedió, pero insistió en introducir a un personaje asiático, Sulu (George Takei), y a otro negro, Uhura (Nichelle Nichols), pues el contexto de la serie (un siglo XXIII en el que la Tierra ya ha desterrado guerras y enfermedades para lanzarse a la exploración espacial), demandaba un reparto en el que estuviesen representadas las distintas culturas terrestres (poco después se uniría el ruso Chekov, encarnado por Walter Koenig).

Star Trek debutó el 8 de septiembre de 1966 con el episodio La trampa humana, que no fue el primero en rodarse pero introducía a un personaje que sería uno de los ejes de la serie, el doctor Leonard Bones McCoy (DeForest Kelley). Aunque no fue la primera elección para interpretar al médico de la nave, la incorporación de Kelley en el papel del cínico doctor rural envuelto a su pesar en aventuras espaciales sirvió de contrapunto perfecto al dúo que formaban el intrépido capitán Kirk y el lógico y frío vulcaniano Spock.

La magnífica conexión del trío es uno de los ganchos de la serie, una conexión que alcanzaba sus mayores cotas en los registros cómicos y en las disputas dialécticas en las que se enzarzaban Bones y Spock, que nunca llegaron a un acuerdo sobre sus opuestas visiones de la vida. Junto al carisma de la cuadrilla protagonista (que ninguno de los equipos posteriores logró igualar), Star Trek ofrecía guiones imaginativos por los que desfilaban universos paralelos, conflictos interplanetarios (con los klingon y los romulanos como principales enemigos), mil y un virus, viajes en el tiempo… y todo ello con presupuestos irrisorios. Pero el equipo de guionistas hizo de la necesidad virtud y solventó los problemas con ingenio (por ejemplo, el teletransporte no era más que un medio para evitar los costosos aterrizajes en cada planeta que visitaban), centrándose en las historias antes que en los efectos especiales.

La serie tenía una audiencia modesta, pero fiel, que le garantizó una segunda temporada. A su término, sin embargo, la cadena quiso cancelarla. La avalancha de cartas de fans obligó a la NBC a rodar una tercera, aunque, al programarla los viernes por la noche, sus ya pobres cifras cayeron en picado y, en 1969, el Enterprise echó el cierre. Como era habitual, la NBC vendió Star Trek a las cadenas que formaban parte de su red de sindicación, que comenzaron a emitirla sin tregua a lo largo y ancho de todo el país, hasta crear un fenómeno de proporciones colosales.

La reposición de cada episodio lograba audiencias que ningún estreno podía igualar, y la Paramount, dueña de los derechos, decidió aprovechar el filón, primero con una serie animada y después con un proyecto televisivo (Star Trek: Phase II) que nunca se rodó pero del que nacería el primer filme de la saga: Star Trek: La película.

Tras el éxito cosechado en el nuevo formato, Star Trek continuó con más películas mientras en 1987 nacía la primera secuela televisiva, La nueva generación, con unos personajes que mantuvieron viva la franquicia y tomaron en el cine el testigo de la primera tripulación del Enterprise tras su despedida con el sexto filme, estrenado en 1991, dos meses después de la muerte de Roddenberry. A la pérdida del creador de la saga siguieron la de Bones (Kelley) y la del ingeniero Scotty (James Doohan).

Han pasado más de 40 años y el legado trekkie sigue más vivo que nunca, como lo demuestran las convenciones que se suceden por todo el mundo, los astronómicos precios que los objetos relacionados con la franquicia alcanzan en las subastas y la expectación generada desde el anuncio de que J. J. Abrams dirigiría la undécima película de la serie, que contaría cómo se conocieron Kirk y Spock y que se estrena esta semana en España.