Astronautas en el espacio que sufren un accidente, Sandra Bullock y George Clooney metidos en trajes espaciales, Alfonso Cuarón tras la cámara, diez nominaciones a los Oscar y unos cuantos premios ya en su haber (entre ellos cuatro Bafta y un Globo de Oro). Gravity es, junto a Doce años de esclavitud y American Hustle, una de las grandes favoritas en los Oscar de este año y, para muchos, la mejor de las tres (y de las otras seis candidatas al premio a la Mejor Película).
Pero no creo que sea para tanto.
Es una buena película, entretenida, y los 90 minutos se pasan volando. Además, es técnicamente impecable, y como experimento audiovisual (porque en mi opinión es más un experimento que otra cosa) es apabullante. Sin embargo, me parece en esencia un fabuloso espectáculo pirotécnico cuyo recuerdo se esfuma en cuanto se apaga el olor a pólvora.
Ya sé que las películas hay que verlas preferentemente en el cine, más aún una cinta como ésta, a ser posible en 3D/IMAX o boca abajo, si es así como el director quiere que la veamos. Puede que ése sea uno de mis problemas con este filme, que no lo vi en el cine en su momento y lo he recuperado ahora en casa. Antes de que nadie se me tire al cuello, debo aclarar que la tercera vez que me advirtieron de que si tenías vértigo o claustrofobia podías pasarlo mal decidí que no la vería en el cine. Tengo ésas y otras taras que no vienen al caso, y no hay necesidad de pasarlo mal si puede evitarse.
Respeto que Cuarón proponga un experimento, una experiencia, para hacer sentir al público lo que siente el personaje de Sandra Bullock, pero quizás debió pensar también en que la vida comercial de una película no se acaba cuando deja de exhibirse en las salas y que es poco lo que ofrece a los espectadores con vértigo, claustrofobia o que simplemente prefieren disfrutar de las películas en el sofá.
Ésta es otra de esas películas que es mejor ver sin saber absolutamente nada de ella, aunque con sólo ver que la firma Spike Jonze y teniendo en mente su filmografía anterior, ya sabréis que este hombre no está bien y que esta peli también irá probablemente de gente que no está bien. Por ahora es información más que suficiente. Tras el vídeo habrá mucha más, avisados quedáis.
Esta «historia de amor de Spike Jonze», como reza el cartel, candidata a cinco Oscar (película, guión original, canción, banda sonora y diseño de producción), nos propone un viaje a un futuro no muy distante poblado por individuos disfuncionales que se relacionan más con sus dispositivos que con la gente que les rodea. Ya dije que era un futuro no muy distante.
La particularidad de este mundo es que estos individuos pegados a sus cacharros (mucho más pequeños que los smartphones actuales; el punto de entrada no es la pantalla, sino el auricular) no pasan las horas chateando con sus amigos o en redes sociales, o con estúpidos y adictivos juegos de pelotitas de colores. Con quien hablan es con su sistema operativo, creado exclusivamente para cada individuo y que, como si de una persona real se tratase, aprende y evoluciona para convertirse en el compañero perfecto para su usuario. Justo lo que necesita cualquier persona disfuncional con problemas para relacionarse con los demás, ¿no?
Mi problema con esta película empieza cuando la relación entre el personaje de Joaquin Phoenix y su sistema operativo (Scarlett Johansson), que comienza como una relación entre un hombre y un asistente personal del que te acabas haciendo amigo porque es más fácil contarle tus cosas a una entelequia que habita en tu auricular que a una persona de verdad, se convierte en una historia de amor. No es que no me lo crea, es que me parece que algunas situaciones rozan peligrosamente la línea del ridículo. Puedo entender que Theodore, el protagonista, sienta todo eso que dice sentir, pero no que todos los que le rodean asuman tan tranquilamente que está liado con un sistema operativo. A no ser que estén mucho más evolucionados que quien esto escribe (no lo descarto) o que también ellos sean una panda de disfuncionales (eso tampoco lo descarto).
Supongo que con ésta me pasa como con el resto de películas de Spike Jonze que he visto, que parten de una idea maravillosa que en algún momento de su ejecución como historia se terminan fastidiando. Y por mucho que me gusten en sus papeles los dos protagonistas (tanto Joaquin Phoenix, que lleva buena parte del peso de la película, como Scarlett Johansson, que además sólo puede usar aquí su voz), el ambiente general lánguido y melancólico que rodea la historia termina por saturarme (de hecho, mucho antes de que terminase ya me estaba preguntando cuánto faltaba) y el final, con los sistemas operativos evolucionando y marchándose para estar con otros sistemas operativos que les llenan más que los seres humanos, me pareció tosco, apresurado, como si el director se encontrase en un callejón del que no sabía muy bien cómo salir. Una pena.
Aunque el cine como arte sea mucho más que una disciplina meramente narrativa, debo admitir que cuando me siento a ver una película espero que me cuenten una historia. A ser posible, una que me interese, que me entretenga y que, mientras dure, me haga olvidarme de todo lo demás. Si a la media hora me estoy empezando a fijar en todas las cosas que no me están gustando (12 años de esclavitud) o si a la mitad me estoy preguntando por qué no hacen más que repetirse una y otra vez secuencias sin que la cosa avance (El lobo de Wall Street) ya sé que, salvo milagrosa recuperación en el último acto, mi impresión final no va a ser buena.
Nada de eso me pasó con American Hustle (*). Tampoco, como sí me ocurrió con Her, miré en ningún momento cuánto quedaba porque me estaba empezando a aburrir.
(Una de las ventajas de no hacer ya información cinematográfica es que puedo, a veces, ver una película sin tener ni la más remota idea de qué es lo que estoy a punto de ver. Si tampoco tú, hipotético lector, quieres saber nada de ella antes de verla, para de leer aquí. Y tampoco veas el tráiler)
En nuestra particular carrera hacia los Oscar, hasta ahora hemos visto cinco de las nominadas en la categoría de Mejor Película: 12 años de esclavitud (nueve candidaturas en total), El lobo de Wall Street (cinco nominaciones), American Hustle (diez), Her(cinco) y Gravity (diez candidaturas). Y, por ahora, American Hustle es, de lejos, la que más nos ha gustado. ¿Significa eso que se merece las diez nominaciones y llevarse el 2 de marzo un puñado de premios? No lo sé. ¿Que es la mejor película del año? Tampoco lo sé. Lo que sí sé es que durante las dos horas y pico que dura no me aburrí, ni me pregunté cuánto faltaba para que acabase ni me fui fijando en todas las cosas que no me estaban gustando. No es una obra maestra, ni una película perfecta, pero lo pasamos bien viéndola. Y eso, para nosotros, ya es un gran punto a favor.
Admito que el subgénero de las estafas me encanta, siempre que el engaño sea elaborado (una cosa es que me engañen y otra que me tomen por tonta) y esté bien planificado y ejecutado, así que esta película ya tiene conmigo mucho ganado.
Y me terminó de ganar cuando escuché que su banda sonora incluía una de mis canciones favoritas de siempre. Y no de forma paródica, o con ese alejamiento irónico propio de posmodernos y gentuza diversa. No. En la película sale Delilah como debe ser: con personas serias (señores adultos bien trajeados) cantándola a voz en grito borrachos en un bar (**).
Debilidades personales al margen, American Hustle me gustó, me entretuvo lo que contaba, me interesó la forma en que lo contaba y me gustó mucho el cuarteto protagonista (Christian Bale, Bradley Cooper, Amy Adams y Jennifer Lawrence).
Sin embargo, no es perfecta. Algunos pasajes pueden resultar algo confusos y no termino de entender la (¿fascinante?, ¿desconcertante?) ingeniería capilar de los dos protagonistas masculinos (Bale con sus postizos y Cooper con sus pequeños rulos). Los problemas de ambos bien podrían ser una metáfora de sus inseguridades y de su desesperada lucha por convertirse en ese personaje que han creado; en definitiva, en otra persona que les permita escapar de todo, también de ellos mismos (no en vano el personaje masculino más seguro de sí mismo —Jeremy Renner— es el que tiene mejor pelo), pero también podrían, como los generosos (por decir algo) escotes con los que se pasea Amy Adams por toda la película, no ser más que una distracción, para que mantengamos los ojos ocupados en seguir los movimientos de la mano derecha y que no veamos qué hace la izquierda.
No sé si David O. Russell pretendía lo primero o lo segundo. Sea lo que sea, conmigo ha funcionado.
——————————————— (*) ¿Por qué en la traducción se escoge el hiperbólico La gran estafa americana en lugar del más apropiado Una estafa americana? No sé ni por qué me sigo preguntando estas cosas…
(**) Mucha gente de mi edad (y más jóvenes) seguro que conoció a Tom Jones cuando lo vio en El Príncipe de Bel Air. Yo lo reconocí. Fue mi madre la que me lo presentó mucho tiempo antes, cuando me ponía los discos que ella escuchaba cuando era más joven. En su colección había muchos singles, y uno de ellos era el de Delilah. Que, al igual que What’s new, Pussycat, hay que cantar a voz en grito. El alcohol es opcional.
Breve sinopsis: Película basada en la historia real de Jordan Belfort, un joven que hace realidad su sueño de convertirse en broker en Wall Street y funda una exitosa y desquiciada compañía cuyos excesos no tardan en llamar la atención del FBI.
Me ha salido una sinopsis ciertamente breve, pero si añadimos que al final al protagonista lo juzgan y condenan a una pena ridícula porque delata a todos sus compañeros y al salir de la cárcel se reinventa como profesor de cursos de liderazgo (una cosa de coaching de ésas), casi he resumido completa la película. Bueno, en realidad no. Faltan las fiestas salvajes, las muchas prostitutas, las toneladas de droga y los discursos motivacionales del protagonista a sus empleados. Y poco más hay que contar.
Entonces, ¿de qué va El lobo de Wall Street? ¿Es una historia de redención, en la que el protagonista al final paga por sus excesos? ¿Una policiaca, sobre la investigación del FBI? ¿Una judicial, sobre el proceso? ¿Una de antagonismo entre Jordan Belfort y el agente que le investiga? ¿Una de superación personal? ¿Una de sueño americano? ¿Una de amor o de amistad? ¿Un retrato sobre Wall Street? ¿Una fábula sobre la corrupción y la podredumbre moral de la sociedad en la que vivimos?
Pues no. Ninguna de las anteriores. O sí, tal vez todas ellas. La verdad es que no tengo claro qué es lo que Martin Scorsese quería contar. Lo que sí tengo claro es que le ha salido una especie de Casino (pero mucho, mucho peor), con detalles de Wall Street (también peor) y toques de Atrápame si puedes (mucho peor).
«Sólo un reparo, pero grave: cuando termina, y cesa el encantamiento, podríamos preguntarnos si nos ha cegado el brillo de la pirotécnica visual y si hacían falta tres horas para contarnos lo que se nos ha contado y mostrarnos lo que se nos ha mostrado».
Mi problema es que no necesité que terminase la película para plantearme eso. A medio metraje ya me estaba preguntando cuándo demonios iba a pasar algo. Sí, la primera parte me gustó, es alocada, trepidante y divertida, pero tras hora y pico de drogas, prostitutas y fiestas disparatadas, tenía ya bastante claro cómo era la vida de este Jordan Belfort. Y tras el primer discurso mesiánico a sus empleados también sabía ya cómo dirigía su compañía y motivaba a quienes trabajaban para él. Pero aún quedaba otra hora y pico más de todo eso. Más drogas, más prostitutas (*), más fiestas, más discursos, en un in crescendo que parece no tener fin (a todo esto, ¿lo del barco? ¿A qué demonios venía eso?).
Casi como si necesitase poner fin a tanto desenfreno, o tal vez recordando de repente que en esa historia real en la que está basada la película hay una investigación del FBI, Scorsese pone en escena a un agente (Kyle Chandler) para perseguir a su protagonista. Pero, como decía, ésta no es una historia de antagonismo entre el protagonista y su perseguidor, ni tampoco una policiaca o judicial, así que lo que podría haber sido una subtrama (o incluso trama) interesante se queda en unas pinceladas cuya única función es echar el freno a esta montaña rusa.
En mi caso, me quedé con ganas de saber más de la investigación, de saber más del policía, de ver más de Wall Street aparte del circo de la empresa de Belfort… En definitiva, eché en falta más sustancia, más historia, más evolución de personajes, más reflexión…Más algo. [Sin ir más lejos, me habría gustado ver en pantalla algunas de las acertadas reflexiones que apunta Paco Casado (devuelta) en su crítica. A él le ha gustado mucho.]
Pero se ve que a Scorsese, como dice mi marido, no le interesaban ni el policía, ni la investigación, ni nada más aparte de las fiestas, las prostitutas y las drogas. Y, en mi opinión, no hacían falta tres horas para eso.
——————————————– (*) Que conste que en esta casa no tenemos problema con ver drogas, fiestas y prostitutas en pantalla, que nadie nos tome por puritanos. No es ése el problema de la película. De hecho, mi marido apuntó, aprobándolo, algo así como «hay que ver que todas las tías que salen en la peli están buenas» y, sobre Margot Robbie, la actriz que encarna a la segunda esposa del protagonista, destacó que «es criminal (mucho énfasis en eso de ‘criminal’) lo buena que está.
Breve sinopsis: Película basada en la historia real de Solomon Northup. un hombre negro libre, culto y músico que en 1850 fue secuestrado y vendido como esclavo.
A la hora de enfrentarse a una historia dura, hay directores que despliegan todos los recursos técnicos a su alcance para intensificar la emoción de lo que cuentan y, al mismo tiempo, provocar en el espectador una reacción a esa historia que están contando. Algunos que escogen este camino se pasan de frenada y en lugar de detenerse en el sentimiento siguen a todo trapo hasta el sentimentalismo.
Hay otros directores que eligen el camino opuesto. Intentan distanciarse de lo que están contando, para presentarlo de la forma más aséptica posible, con sobriedad, sin efectismos, usando sólo los recursos mínimos, los menos visibles (porque el encuadre, el montaje, etcétera, son también recursos técnicos, no lo olvidemos), para dejar que sea la historia la que conmueva al espectador y no los artificios que la envuelven. Pero también aquí hay quienes se pasan de frenada, y en lugar de hacer una película sobria terminan haciendo una película demasiado fría.
Esto es lo que en mi opinión le pasa a 12 años de esclavitud. Siendo la historia durísima, siendo lo que se ve en pantalla durísimo, en ningún momento me transmitió ni me hizo sentir esa dureza. Ni me emocionó. Tampoco me aburrió, ni me entretuvo. Dos horas y cuarto después, me quedé como estaba.
No tengo demasiado que reprochar a la película, salvo unos cuantos ejemplos de música desafortunada (¿Hans Zimmer? ¿En serio?), planos cuya excesiva duración no entiendo y secuencias cuya brevedad me sorprendió (para no extenderme mucho, la película tiene un ritmo muy irregular, porque se detiene durante minutos en detalles que no hacen avanzar la trama, ni contribuyen al desarrollo de personajes, ni nada, mientras que secuencias que sí que aportan a la trama son despachadas en lo que parecen sólo unos segundos) y la insistencia en mostrar una y otra vez secuencias similares que no añaden nada a la narración (no pretendo sonar insensible, pero no necesito tantas secuencias y tantos minutos para entender la dureza del trabajo de los esclavos).
Y en cuanto a los actores, todos muy correctos. Ninguno tiene la culpa de que sus personajes sean, según el caso, planos y unidimensionales o demasiado breves para desarrollar esa multidimensionalidad que apenas tienen tiempo de sugerir. Porque está muy bien que la historia gire en torno al protagonista y que él tenga muchos matices, pero los que le rodean deberían ser algo más que marionetas.
Pero como no todo va a ser malo, gracias a esta película Steve McQueen ha unido en pantalla (bueno, en el reparto, porque no comparten pantalla; una de esas secuencias despachadas con prisa es el traspaso del protagonista de uno a otro) a Benedict Cumberbatch y Michael Fassbender, lo que ha propiciado que compartan fiestas y nos dejen fotos como ésta:
Ya sé que voy un poco tarde, pero no creo que a él le importe. Después de todo, a partir de ahora será «el ganador de un Oscar Colin Firth» en todas las promos de películas que veamos. Bueno, yo sí suelo verlas (admitamos que, aunque tenga legiones de seguidoras, el señor Firth sigue sin ser mainstream; espero que eso no cambie con el Oscar…), y no todos los días le dan un Oscar a uno de los tuyos (no tiene pinta de que a Harrison Ford le vayan a dar uno que no sea honorífico) como para dejarlo pasar sólo porque no tengas tiempo de hacerlo en su momento.
Podría contar con los dedos de una mano las ocasiones en que no he seguido, como fuera (televisión, internet o radio) la ceremonia de los Oscar en las últimas dos décadas. Una de ellas fue el año pasado y otra éste. Los motivos son diversos y no vienen al caso. El año pasado, además, no me apetecía. Éste nos pilló fuera de casa y temía, por mucho que tuviese todas las quinielas a favor, llevarme otro chasco como el del año pasado (Jeff Bridges estaba genial, sí, pero él no está en mi lista).
Pero aunque no me quedé a verlo sí que me desperté pronto, en medio de un sueño en el que, precisamente, me levantaba para comprobar qué había pasado. Abrí los ojos a eso de las siete y media (bastante antes de lo que acostumbro) y, media hora después, cuando asumí que no iba a volver a dormirme, encendí la luz de la mesita de noche y luego el iPad para ver cómo había quedado la cosa. Va a sonar un poco abuela cebolleta, pero no hace tanto tiempo era una odisea enterarse de qué había pasado en los Oscar si no habías seguido la ceremonia. Tenías que esperar a un boletín de la radio, que no te daba todos los datos que tu curiosidad necesitaba, o a los informativos de mediodía, que tampoco satisfacían, en absoluto, tu ansia de información. Y si había algún español de por medio, mejor te ibas olvidando, porque sólo te contarían qué había pasado con el español en cuestión. Lo del enfoque patrio alcanzó cotas surrealistas cuando hace poco hablaron en TVE de los Bafta sólo para decir que el premio al mejor actor lo había ganado Colin Firth, «el rival de Javier Bardem en los Oscar».
En lugar de abrir Twitter, donde más tarde leería cosas como que Mark Darcy era trending topic mundial o «cada vez que Colin Firth sonríe, Dios salva a un gatito» (ambos mensajes fueron rápidamente retuiteados, claro), me fui a la web de los Oscar, donde comprobé que, esta vez sí, Colin Firth había ganado.
[El vídeo se ve de pena, pero el bueno, el oficial, tiene desactivada la opción de inserción]
Debo admitir que todavía no he visto la gala completa, salvo el vídeo de arriba (varias veces; aquí está la transcripción por si a alguien no le queda claro lo que dice el chico) y el trocito de Billy Crystal (¡vuelve!), así que no sé si es justo o no el varapalo que los críticos le han dado al espectáculo (sobre todo a James Franco), ni he visto la mayoría de las películas candidatas como para saber si los premios han sido justos o no, aunque sí me habría gustado que David Fincher se llevase el de Mejor Dirección por The Social Network y, como sorkinista reconocida, habría montado un cirio si Aaron Sorkinse hubiese ido de vacío.
[Por si a estas alturas hay alguien que no se haya dado cuenta de que esto no es un artículo sobre los Oscar sino sobre Colin Firth, aquí va otro vídeo del susodicho inglés, esta vez en la rueda de prensa posterior a la entrega del premio. Y esta es la transcripción (por Twitter decían que, ahora que ya había ganado, podía dejar de lado ese falso acento porque no había quien le entendiese)]
Y no sólo todavía no he visto la gala, sino que no vi El rey tartajaEl discurso del rey hasta la semana pasada (primero fue complicado encontrarla -no iba a verla doblada, y los que viven en Sevilla ya saben por lo que hay que pasar para ver algo en versión original-, después localizar unos subtítulos y más tarde encontrar un par de horitas libres…). Por lo pronto diré que me gustó mucho. Mucho. Colin Firth está espectacular (no es generosidad de fan) y Geoffrey Rush soberbio (as usual, en su caso no tiene mérito). Hasta Helena Bonham-Carter, a la que odio profundamente desde hace mucho tiempo, está bien.
Durante la promoción Firth hablaba de la importancia de detalles como los encuadres para acentuar esa sensación de desamparo que transmite el protagonista a través de todo el filme y que estalla en sus peores momentos de tartamudez. No sé si con otro actor me habría pasado lo mismo, pero me angustié bastante en determinados momentos de la película. Esa fue una de las razones por las que me gustó tanto, porque, como se suele decir, me metió en ella. Y eso no es algo que me suceda últimamente con frecuencia. Pero también me reí mucho, porque la película tiene momentos muy divertidos. Puede que esa sea una de las claves, el acertado equilibrio entre los detalles dramáticos y otros más cómicos y el tono sobrio, elegante, que preside la narración de la historia y articula toda la película, que nunca cae en el sentimentalismo fácil. No importa que se sepa qué cuenta y cómo acaba. Importa el viaje. Importa cómo se cuenta. Y en mi opinión está muy bien contado, aunque haya quien considere ese clasicismo aburrido. Como siempre, es cuestión de gustos.
Además, The King’s Speech tiene otro plus que no descubrí hasta que leí este post de Serieína sobre Orgullo y prejuicio: es el reencuentro de Colin Firth y Jennifer Ehle 15 años después. Y yo sin darme cuenta. Cuando digo que he perdido la cabeza…
La red social también la vi en su momento. Y también me gustó mucho, aunque de otra manera. Si cualquier producción con Colin Firth permanentemente de traje gana muchos puntos en cualquier competición, ¿qué decir de una dirigida por David Fincher y con un guión de Aaron Sorkin? De esa combinación no puedes esperar menos que la excelencia. Y lo consiguen con creces (por cierto, que cuando me enteré de que los dos gemelos son en realidad un único actor me quedé de piedra).
Si tuviese que elegir una de las dos películas, no sabría con cuál quedarme. No me habría parecido mal que ganase ninguna de las dos, aunque creo que lo más justo habría sido que una se llevase el de Mejor Película y otra el de Mejor Director, porque Montaje, Guión Adaptado yBanda Sonora se me antoja poco para el filme de Fincher. Podría decirse que La red social ha sido una más de las víctimas de la especialidad de Harvey Weinstein: las rectas finales. Al antaño cofundador de Miramax se le da muy bien promocionar sus producciones en las semanas previas a las entregas de premios para mejorar las opciones con las que arrancan la temporada de galardones, aunque para ello tenga que poner ante los focos a actores que, como Colin Firth, prefieren los cinematográficos a los de platós de televisión y cámaras de periodistas. Pero una vez más Weinstein ha ganado. Lo hizo con El paciente inglés, con Shakespeare in love y ahora con El discurso del rey. ¿Qué tienen esas tres películas en común aparte de los Weinstein? Colin Firth. Al menos esta vez no le roba su chica ningún Fiennes. Algo es algo (aunque Bonham-Carter no sea Kristin Scott Thomas ni, desde luego, Gwyneth Paltrow).
No es que Firth sea alérgico a la prensa. Lo suyo es pura timidez, como se puede apreciar en cualquiera de los vídeos que he puesto más arriba. En el momento en que sabe que ha ganado y que tiene que subir a por la estatuilla y hablar ante toda esa gente, la primera emoción que inunda su cara no es alegría, sino pánico. Después se sobrepone y tiene hasta su gracia (con lo soso que muchos dicen que es; opinión que no comparto, claro). Aunque puede que no sea humor, sino puro terror, porque decir que tiene ganas de ponerse a bailar o que a partir de ahora va a dedicarse a cocinar, aunque nadie quiera comerse lo que haga es, cuanto menos, curioso.
Leí hace unos días (sabe Dios dónde) que resultaba llamativo que ninguno de los actores premiados en los Oscar, salvo el regio Firth, al que igual le cae dentro de no mucho un sir delante («el ganador de un Oscar sir Colin Firth»; ideal para tarjetas de visita), se acordó de dar las gracias a los guionistas que escribieron los papeles por los que fueron galardonados. Por cierto, que hace rato que no pongo ningún vídeo, y aún me queda en la recámara el de los Globos de Oro. Aquí va:
Ya dije antes que hace bastante tiempo que sigo los Oscar, pero este año he hecho bueno el dicho «no te acostarás sin saber una cosa más» y he descubierto que a la entrada del Governor’s Ball tras la gala hay una especie de barra de bar donde unos señores con guantes graban el nombre de los ganadores en sus respectivas estatuillas. Algo que puede que no hubiese averiguado de no ser porque me puse exhaustiva con el material gráfico referente al señor Firth.
Este de la izquierda es el señor Firth, muy contento tras recoger su muñequito con su nombre grabado. Antes de terminar este homenaje al flamante ganador de un Oscar, un par de cositas más, como este vídeo de Sky News (3:25) en el que los periodistas le interceptan en la fiesta de Vanity Fair. Es un corte de una toma algo más larga, que vimos en directo y que muestra que, incluso «con un par de copas», como describió con mucha clase la reportera de Sky News, Colin Firth no pierde jamás la compostura (ni deja de estar bien derechito). En el vídeo original se ve cómo al ver a las cámaras se detiene durante un segundo en una escalera, como si estuviese estudiando sus posibilidades de salir corriendo sin tener que posar o hacer declaraciones. No lo consigue. Y de propina, Austenbook, una versión facebookizada de Orgullo y prejuicio, descubrimiento cortesía de Hermanastra.
En el improbable caso de que quien haya llegado al final de esto tenga ganas de seguir leyendo cosas sobre Colin Firth aquí van estos otros artículos que hemos publicado sobre él:
[Éste es el reportaje que escribí sobre los Scream Awards para el número 1 de la revista Giant. Es un señor tocho, pero prometo que los osados que alcancen su final serán apropiadamente recompensados por el dios de los ladrillos… En la otra vida, que es donde siempre recompensan los dioses]
Homenajes, estrellas, premios y el DeLorean
En un mundo ideal, Perdidos ganaría cualquier premio al que se presentase, los Emmy serían más justos, Alfred Hitchcock se habría ido con unos cuantos Oscar en su bolsillo, Bill Murray tendría alguno (y Roberto Benigni no) y Katharine Hepburn habría superado la media docena (y así la Academia de Hollywood no tendría tanto miedo a darle otra estatuilla a Meryl Streep). Pero no vivimos en un mundo ideal, y las entregas ‘oficiales’ de premios suelen ningunear todo aquello por lo que los espectadores, que al fin y al cabo son los que mantienen el circo en pie, sienten predilección.
Por suerte hace tiempo que las academias e instituciones variadas dejaron de ser las únicas con derecho a conceder premios, y en los últimos años han sido muchos los que se han animado a poner en marcha convocatorias en las que son los espectadores, y no los supuestos expertos, los que reconocen la labor de profesionales del cine o la televisión.
Los Scream forman parte de esa nómina de premios ‘populares’. Nacidos hace cuatro años en el canal del grupo MTV Spike, los Scream Awards rinden cada año homenaje a lo mejor de la fantasía, la ciencia-ficción, el terror y los cómics en una gala a la que los invitados no acuden con modelitos de Versace o Armani, sino ataviados con sus mejores, más terroríficos e insólitos (y a veces desconcertantes) disfraces. Y aunque también hay ovaciones y largos aplausos, lo más habitual, como su propio nombre indica, son los gritos.
En los Scream Awards 2010 hubo premios y avances de lo que veremos en los próximos meses y también unos cuantos homenajes. Pero uno de ellos destacó sobre los demás. Aprovechando el 25º aniversario de su estreno y su salida al mercado en Bluray, la gala rindió un emotivo tributo a Regreso al futuro, una de las series más queridas por espectadores de casi todas las edades -especialmente si tienen treinta y tantos o cuarenta y pocos- y cuya mención suele venir acompañada de un arrebato de nostalgia y alguna frase del tipo “ya no se hacen películas como esas”.
Para recordar las andanzas temporales de Marty McFly, Spike volvió a rodar el tráiler original de la primera entrega y reunió sobre el escenario a Michael J. Fox, Christopher Lloyd y al coche que los unió a los dos, el DeLorean. Seguramente el coche no sería más que una réplica del original, que sale a subasta este mes, pero volver a verlos a los tres juntos fue un momento especial que, unido al clip de la película que proyectaron, seguro que hizo derramar alguna lágrima a más de uno.
En el mundo ideal del principio Michael J. Fox tampoco tendría parkinson, pero lo tiene, y tan avanzado que se prodiga poco en público. Por eso fue tan emocionante volver a verle pese a que sólo pudiera aguantar un par de minutos sobre el escenario. Junto al DeLorean, cuyo precio oscila entre 80.000 y 100.000 dólares, también saldrán a la venta otros objetos de la serie, como la chaqueta autoajustable. Los beneficios serán para la fundación de Fox contra la enfermedad que padece.
El DeLorean no fue el único vehículo que se subió al escenario. También lo hizo -al menos una parte- el Oceanic 815 (y Jimmy Kimmel, portavoz de la serie), para darle la última despedida a Perdidos. Henry Ian Cusick, Ian Somerhalder, Carlton Cuse y Damon Lindelof fueron algunos de los miembros del equipo que acudieron al homenaje y Jorge García habló en nombre de todos. “Es estupendo estar en una entrega de premios que nos quiere”, dijo, y una vez más vimos el ojo de Jack abrirse y cerrarse. Perdidos no logró el premio a la Mejor Serie, que fue para True Blood, pero Matthew Fox sí vio su trabajo reconocido.
True Blood fue una de las triunfadoras de la noche, porque dos de sus protagonistas (Anna Paquin y Alexander Skarsgård) se fueron con premio a los mejores intérpretes de terror (además, logró el premio a la Holy Shit Scene of the Year (la secuencia más desconcertante, por un impetuoso y retorcido encuentro sexual en el que interviene Stephen Moyer).
Si True Blood reinó en la pantalla pequeña, Inception (Origen) lo hizo en la grande. Para el filme de Christopher Nolan, presente en la gala, fueron el Ultimate Scream, el Mejor Filme de Ciencia-Ficción, Mejor Actor de Ciencia-Ficción (Leonardo DiCaprio), de Reparto (Joseph Gordon-Levitt), Revelación (Tom Hardy) y a la Mejor Lucha. En el apartado de Terror la ganadora fue Zombieland, que además recogió (de manos de Bill Murray) los trofeos al Mejor Cameo y al Reparto mejor ensamblado.
En el de Fantasía, como era de esperar, triunfó Crepúsculo (Mejor Filme para Eclipse y premios de interpretación para Kristen Stewart y Robert Pattinson), y el premio a la mejor cinta del año en 3D (y el de efectos visuales) fue para James Cameron y su Avatar. No triunfó en los galardones mayores, pero el reparto deIron-Man 2 no se fue de vacío. Robert Downey Jr. fue elegido Mejor Superhéroe, Mickey RourkeMejor Villano y Scarlett Johansson Mejor Actriz de Ciencia Ficción.
Además de cine y televisión los Scream Awards premian también a los cómics más sobresalientes del año, y en esta ocasión dictaminaron que The Walking Dead era el Mejor Cómic, Geoff Johns el mejor guionista, Frank Quitely el mejor artista y Kick-Ass la mejor película adaptada desde un cómic.
Entre la extensa nómina de los premios (una treintena) hubo sitio para reconocer la mutilación más memorable y hasta para escoger a la peor película del año (Piranha 3D). Y si se puede medir el desagrado, también se puede cuantificar la expectación, y por eso el último galardón de la noche fue para gritar que la película que se espera con más ganas es la Linterna Verde que dirige Martin Campbell y protagoniza Ryan Reynolds, que agradeció un premio “más gratificante que un ‘a quién demonios le importa” cuando apareció en el escenario tras una enorme luminaria (verde, claro).
Avances y exclusivas
Además de una ocasión para premiar a los mejores del año y para homenajear a los favoritos de los fans, los Scream Awards son un fastuoso escaparate en el que las productoras y distribuidoras proyectan avances de algunos de los títulos más esperados por los espectadores. Así, Rainn Wilson presentó un vídeo de su último trabajo, Super, de James Gunn (y de paso compartió -de modo bastante gráfico- con el respetable lo poco que le gustó Life as we know it, la enésima comedia romántica protagonizada por Katherine Heigl), mientras que parte del equipo de Scream, con David Arquette, Neve Campbell y el gran Wes Craven a la cabeza, llevaron a la gala un pequeño aperitivo de la cuarta entrega de la serie, en la que entran en nómina -probablemente en la de víctimas- cuatro mujeres muy conocidas por sus apariciones en la pequeña pantalla: Mary McDonell (la presidenta Roslin de Battlestar Galactica), Kristen Bell (Veronica Mars), Anna Paquin (True Blood) y Hayden Panettiere (Héroes).
Menos estruendosa, pero más sobrecogedora (aunque no tanto como el clip de Paranormal Activity 2), fue la aparición de Sir Anthony Hopkins, que introdujo el tráiler de su filme The Rite -basado en un exorcismo real al que tuvo que enfrentarse el sacerdote al que interpreta- advirtiendo de los peligros que acechan en las sombras y de lo frágil que es el equilibrio entre la luz y la oscuridad. Oscuridad, y mucha, hay en Las cenizas de la muerte, el capítulo que cierra la historia de Harry Potter, de cuya primera parte vimos también un adelanto. Pero no todo fue cine. En el apartado de adelantos se colaron también los zombis de Walking Dead, que debutaban en la cadena AMC sólo unos días después y a los que los amantes de la sangre (y los seguidores del cómic de Robert Kirkman y Tony Moore) esperan ansiosos desde hace meses. [La foto es de un desfile de zombis que promocionaban la serie en San Diego, en la Comic Con]
La heroína y el antihéroe
Ha lidiado con aliens, dioses de otros mundos, Bill Murray, malvados tiranos atrapados en cuadros y hasta con James Cameron. Y siempre ha salido airosa, motivo más que suficiente para que los Scream Awards homenajeasen con el premio a la Heroína a Sigourney Weaver, que fue presentada por su amigo Cameron y que hizo su aparición en el escenario encerrada dentro de un gigantesco huevo de Alien. Weaver, que reconoció que gritó cuando la organización la llamó para comunicarle el premio, mostró su agradecimiento con un breve y emocionado discurso plagado de palabras malsonantes que fueron suprimidas en la emisión televisiva.
Si Sigourney Weaver fue la heroína de la noche, el título de antihéroe se lo lleva, por méritos propios, otro grande, Bill Murray. El actor apareció en el escenario (fue subido por un elevador oculto bajo una trampilla) vestido, y esa es la noticia, con su uniforme de Los cazafantasmas (“Buscaba algo limpio que ponerme y sólo encontré esto”, se justificó). Pero Murray no habló de Los cazafantasmas, ni de la tantas veces pospuesta tercera entrega, en la que parece que sí participará (Dan Aykroyd la está escribiendo y jura que es buena). El actor estaba allí para recoger su premio al Mejor Cameo por su aparición en Zombieland. Murray agradeció los premios a ese público que siempre está ahí “cuando más os necesitamos” y aprovechó la ocasión para recordar a algunos de los compañeros de profesión que ha perdido, como “John Belushi, John Candy… y Mickey Rourke”, que le escuchaba sentado entre el público. Por desgracia no pudimos ver juntos sobre el escenario a Murray y Weaver (que todavía no hay confirmado si estará en Cazafantasmas 3), pero sí se encontraron entre bambalinas. Y siguen haciendo buena pareja.