Democracy

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«Secretary of State. That’s what I wanted. That’s all I wanted. That’s what I was promised. And now, here I am, President of these United States.

You made this bed, America. You voted for me. Are you confused? Are you afraid? Because what you thought you wanted is now here.

And there you are, staring back, slack-jawed, bewildered, wondering if this is what you actually asked for.

This democracy, your democracy, elected me.

And if you think it was hard getting here, you’re beginning to understand what I’m willing to do to stay.

I look across at this crowd gathered today and I know that these are not my supporters. I’m looking at people who are waiting, with a smile on their face, for their turn. And the most vicious among them are the ones who are smiling and clapping the hardest.

Power is a lot like real estate. Remember?»

President Francis J. Underwood — House of Cards (S05 Chapter 61)

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Memoria

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No tenemos memoria. Miles de personas llegan a nuestras puertas y las cerramos, las blindamos y convertimos en un lugar lo más hostil posible. Hombres, mujeres, niñas, niños, jóvenes y viejos que sólo quieren vivir en paz. Familias enteras que mueren en su lucha desigual contra unas guerras que no provocaron, quieren o necesitan, y que termina con un futuro que ya era incierto. Unas guerras que favorecimos y animamos los mal llamados países civilizados en aras de unos intereses económicos y políticos que sólo servían y sirven a las élites que manejan los hilos de la desdicha. Unas guerras que estas personas nos ruegan que detengamos y que no nos interesará parar hasta que nos convenga.

Nos cubrimos con esa frase hecha que hace tanto tiempo que dejó de tener sentido: La vieja Europa. Una frase que usábamos para mostrar una falsa superioridad cultural y moral que, ahora, está más que muerta. Llegan todas estas personas a nuestras costas y tierras y las marcamos, las numeramos y las llevamos fuera de nuestras ciudades, no sea que se mezclen con los nuestros y nos degraden con esa inmundicia que sólo nosotros vemos. Llegan a un lugar que se supone que debería ser mejor, seguro y que les diera cobijo y les dejamos morir en nuestras playas y nuestras alambradas. Se cumplen años del final del segundo gran conflicto mundial y volvemos a ver imágenes que antaño nos encogieron el corazón y nos removieron las entrañas. Y si creemos por un instante que algo así no puede volver a repetirse pecaremos de hipócritas e ilusos.

Puede que hayamos perdido la sensibilidad, puede que hayamos perdido la perspectiva, puede que, sin saberlo, ya estemos muertos por dentro a pesar de nuestro saludable aspecto. Miro a todas estas personas y sólo veo a gente que necesita calor, paz y refugio y se lo negamos marcándolos como ya hicimos no hace tanto tiempo. Ahora escuchamos discursos ampulosos y vacíos de unos dirigentes con rostro grave que dicen sufrir por tener que tomar decisiones difíciles. Luego vendrán las quejas, las lágrimas, los lamentos y la sangre. Una vez más, la sangre. Cometemos una y otra vez los mismos errores. No hemos aprendido nada.

No tenemos memoria.

Rajoy lo sabía

Si soléis ver los informativos televisivos los fines de semana sabréis que no hay uno solo en el que Mariano Rajoy no tenga un sarao mitinero, estemos o no oficialmente en campaña (llevamos unos siete años en una campaña extraoficial perpetua). Convenciones de su partido, mítines, encuentros con empresarios, jóvenes, parados, cultivadores de remolachas… No hay casi ninguna capital española por la que Rajoy no haya pasado un fin de semana en los últimos meses.

Pero, curiosamente, este fin de semana su agenda está vacía.

Si ayer estuvisteis en España (pero no perdidos en mitad de ninguna montaña ni en coma), sabréis que ayer por la mañana el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, ZP, dijo que no se volverá a presentar a las elecciones, un asunto lo suficientemente relevante como para que el líder de la oposición se pronunciase al respecto.

Pero curiosamente este fin de semana, precisamente este fin de semana, en el que además los socialistas inician oficialmente su precampaña para las autonómicas y municipales de mayo y en el que el PP tenía actos organizados prácticamente por toda España (lamentable, una vez más, Francisco Camps y su euforia al saber que Zapatero no será candidato), Rajoy estaba desaparecido en combate.

La hipótesis de Contradictorio, mi santo esposo, es que Rajoy lo sabía. Sabía qué iba a hacer Zapatero y cuándo lo iba a decir porque el propio presidente se lo había dicho y ha preferido (igual se lo pidió ZP) quitarse de en medio un par de días, no se sabe si por respeto o por miedo (no sería la primera vez que desaparece cuando se produce algún suceso que merecería al menos unas palabritas de un tipo que aspira a presidir el Gobierno de España).

Si hubiese tenido una agenda y la hubiese cancelado podría hablarse con propiedad de miedo (o de un extravío en una montaña e incluso un coma), pero que no la tuviera invita aún más a la sospecha.

La reacción del PP al anuncio, no por previsible menos graciosa, comenzó con un impulsivo tuit de los populares madrileños (elecciones ya), una linea que siguieron todos los que ayer abrieron la boca (¿qué parte de «voy a acabar la legislatura» no entendieron?), mientras en la dirección del partido se reorienta el punto de mira de sus torpedos, que en lugar de dirigirse a Zapatero irán ahora «a por todo el PSOE»,

No tengo intención de votar a ninguno de los dos, pero entre la desorientación de unos y la que se le viene encima a los socialistas, por donde pronto van a empezar a volar los cuchillos como en los viejos tiempos, podemos reírnos bastante. Lástima que a ninguno de los dos partidos les importe un carajo ápice lo que nos pase a España y los españoles.

Políticos y ciudadanos

[Este texto es parte de otro publicado en Redes y cacharros sobre la convención que el Partido Popular celebra este fin de semana en el hotel Renacimiento de Sevilla -el mismo del EBE, a eso viene el primero de los párrafos que siguen- y que estoy cubriendo para el periódico en el que trabajo. Es algo de lo que me apetecía escribir y que me apetece tener aquí]

La convención del PP no es el Evento Blog, claro. En el EBE no hay escáneres en cada entrada (entiendo su instalación, que conste), ni portátiles (sobre todo Macs) por doquier (algún iPad, pocos, y mucho smartphone). Y el café no cuesta dos euros (ya sé que no es el tema, pero no he podido evitarlo).

Tampoco es El ala oeste. Ni siquiera una convención Obama style (que me perdone el actual presidente de EEUU, pero jamás será tan bueno como el presidente Bartlet. Nadie puede), pero eso también lo sabía, así que no cabe desencanto porque cualquier no afiliado que espere de saraos de este tipo, no importa del partido que sea, algo más que una sucesión de mítines con los que se puede estar más o menos de acuerdo se equivoca.

Y, en cierto sentido, es una pena. Los distintos partidos políticos se han encargado, especialmente en los últimos años, aunque la cosa viene de lejos, en politizar con tanto ahínco todas las esferas de la vida pública que los ciudadanos han asimilado esa politización y la extienden a casi cualquier ámbito, hasta impregnar toda conversación o debate de ese tufillo odioso del “ellos” y “nosotros”. Esa crispación llega a todas partes. Si cualquiera, en un bar, un blog o Twitter alaba o critica a cualquier partido enseguida se le tachará de facha o sociata. Y toda esa crispación se ha revuelto contra los propios partidos y contra los políticos, haciendo inevitablemente sospechosa cualquier propuesta, declaración o iniciativa que emane de unos y otros. Eso, obviamente, también se extiende a la Red, y por eso cualquier proyecto que llame a la participación ciudadana, que pretenda conectar con los ciudadanos, se percibe como mera propaganda.

Rajoy decía esta mañana, cuando le preguntaban por el descrédito general que sufre la clase política, que las generalizaciones son siempre injustas y que hay muchos grandes servidores públicos que trabajan mucho para la ciudadanía. Tiene razón, pero como siempre los que más ruido hacen no son los más trabajan, sino los que se ponen delante de los focos.

Y hay que cambiar a casi todos los que se ponen delante de los focos, pero no sé si eso será suficiente, no sé si tendrán que pasar una o dos generaciones, de ciudadanos y políticos, para que la esfera pública deje de ser una arena en la que luchan unos contra otros y se convierta en un espacio en el que los ciudadanos puedan comunicarse efectivamente con unos representantes que les escuchen.

Filibusteros

[Nueva entrega de ‘todo lo que sé de política estadounidense lo aprendí en ‘The West Wing’]

Cuando un hispanohablante se refiere a un filibustero normalmente piensa en un pirata. Pero si eres un angloparlante, especialmente si vives en Estados Unidos, la cosa se complica un poco, porque entonces, además de un pirata, puedes estar refiriéndote a un aventurero que no atiende otras órdenes que las que dictan su bolsillo y/o su ideología o a un miembro del Senado estadounidense, cuya normativa incluye como táctica parlamentaria algo llamado filibusterismo y que básicamente consiste en obstaculizar un debate o votación sobre un determinado asunto aburriendo a los presentes en la Cámara hasta que deciden suspender la sesión. Para ello, el filibustero debe tomar la palabra y no soltarla. Debe seguir hablando, sin detenerse ni sentarse en su escaño, hasta que los senadores decidan aplazar el debate, la votación o lo que sea que tengan entre manos. No importa lo que el filibustero diga. Puede leer la lista de la compra, un libro (ha pasado), un periódico o lo que se le ocurra. El caso es que ni se pare ni se siente.

Esto, que parece directamente sacado de una obra de ficción o de los vetustos anales del comienzo de la democracia estadounidense, ocurrió en el Senado de EEUU la semana pasada. Bernie Sanders, senador independiente por Vermont, mostraba así su rechazo al acuerdo sellado entre Obama y los republicanos para mantener las deducciones fiscales, instauradas por Bush, a los ciudadanos cuyos ingresos superan los 250.000 dólares al año.

Sanders, que estuvo hablando durante ocho horas y media (el récord lo tiene el senador Strom Thurmond, de Carolina del Sur, que en 1957 aguantó 24 horas y 18 minutos para posponer la votación de una ley de derechos civiles), no cree que lo suyo fuese una acción de filibusterismo: «Pueden llamar lo que estoy haciendo hoy como quieran. Pueden llamarlo filibusterismo. Pueden llamarlo un discurso muy largo», dijo Sanders. «No estoy aquí para batir ningún récord o para montar un espectáculo. Simplemente estoy aquí hoy para explicar lo mejor que pueda al pueblo americano que tenemos que conseguir un acuerdo mucho mejor que éste».

Pero de nada le sirvió a Sanders el esfuerzo, porque la votación se pospuso pero finalmente la ley salió adelante, aunque sí logró que se votase una enmienda (también perdió esa votación) que ha servido, junto a su puñetazo en la mesa, para que salte a la palestra el descontento de muchos demócratas (y de muchos que, como Sanders, votan con ellos sin serlo) con acuerdos que negocia el presidente Obama y de los que se enteran, como se suele decir, por la prensa. (Y de paso demuestra, como apunta este artículo, que los demócratas podrían haber obstaculizado, si hubieran querido, leyes aprobadas durante el mandato de Bush como, por ejemplo, las que tuvieron que ver con la invasión de Irak.)

También sirvió para que muchos ciudadanos, tanto de allí como de todo el mundo, se enterasen de qué es lo que el Senado estaba a punto de aprobar y de paso aprendieran algo que ya sabíamos los que adoramos The West Wing, porque la serie de Aaron Sorkin (a quienes hayan visto La red social: ¿nos os olía a puro Despacho Oval la conversación del decano -o lo que fuese- con los dos gemelos?) también tuvo su propio filibustero en el tramo final de la segunda temporada. La acción transcurría, como en el caso de Sanders, un viernes por la noche, cuando Howard Stackhouse, demócrata, toma la palabra para detener la votación de una ley sobre bienestar familiar en la que no había conseguido introducir una pequeña partida para centros dedicados al autismo.

El filibusterismo en cuestión les pilla a todos los inquilinos del Ala Oeste con las maletas en la puerta para ir a ver a sus respectivas familias, pero deben quedarse hasta que la votación termine. Mientras C. J., Josh y Sam escriben a sus padres y madres para contarles lo que está pasando (y a través de sus relatos es como Sorkin nos cuenta la historia), Donna averigua que lo que ha movido a Stackhouse a la rebelión es que tiene un nieto autista.

En uno de esos giros tan infrecuentes, por desgracia, en la vida cotidiana, los chicos del presidente trabajan para ganarse a otros senadores, también abuelos, para que le hagan larguísimas preguntas a Stackhouse para que el pobre hombre pueda descansar sin, técnicamente, dejar de ser un filibustero. Finalmente, Stackhouse tiene más éxito que Sanders y consigue incluir en la ley la partida para los centros de autistas. Pero como ya he dicho, las cosas no suelen terminar así en la vida real.

‘Presidential crossover’

The West Wing WallpaperAaron Sorkin no quería que su presidente Bartlet tuviese un segundo mandato. Su plan era que perdiese la reelección y que el gobernador Robert Ritchie (James Brolin) tomase las riendas del país. Pero la NBC no quería que la serie acabase tan pronto, así que decidió que Bartlet ganase (gracias en buena parte a aquel glorioso y emocionante debate en el que le dio un baño a su rival) para seguir gobernando su ficticia Casa Blanca cuatro años más. Sorkin dejó entonces The West Wing, y la serie siguió sin él. Con el paso de los años, conforme la segunda y última etapa de Bartlet en la Presidencia se acercaba inexorablemente a su fin, llegó el momento de buscar un sustituto, y los entonces guionistas de la serie se fijaron en un joven y prometedor senador de Illinois para tomarle como modelo con el que crear a su Matt Santos (Jimmy Smits).

Este es uno de esos casos en los que la realidad imita a la ficción, porque unos años después aquel prometedor senador, Barack Obama, se postuló como candidato a ocupar la Casa Blanca. Durante casi un año le vimos pelear contra sus oponentes en el Partido Demócrata, especialmente con la aguerrida Hillary Clinton, hasta que finalmente su formación le designó oficialmente como candidato demócrata a la Presidencia de Estados Unidos (un proceso largo, a ratos tedioso y a ratos emocionante, que conocimos, como tantas otras cosas, gracias a The West Wing). En medio de esa agotadora carrera, el ahora presidente encontró a su Toby, un Jon Favreau capaz de emular los arrebatos más inspirados de los mejores Toby Ziegler y Sam Seaborn.

Por suerte para Obama, en el tramo final de la lucha por la Casa Blanca tuvo que vérselas con John McCain y su indefinible compañera Sarah Palin. Aunque la lectura del artículo que David Foster Wallace le dedicó al candidato republicano muestra que McCain no es exactamente como nos lo han contado, lo cierto es que el ficticio Arnie Vinick (Alan Alda) habría sido un rival mucho más difícil de batir (de hecho, si a mí me dan a elegir entre Santos y Vinick, me quedo con el segundo, sobre todo antes de que su partido le obligase a republicanizarse).

The West Wing Jed & AbbeyPero este es también uno de esos casos en los que la realidad supera a la ficción. Jed Bartlet llegó a la Casa Blanca con un Nobel de Economía bajo el brazo (sus críticos siempre le acusaban de ser un esnob, de creerse superior, más inteligente que los demás; no es que lo creyese, simplemente lo era, y no entendía por qué tenía que ocultarlo y hacer creer a los ciudadanos que era idiota) y Barack Obama ha logrado el Nobel de la Paz antes de cumplir nueve meses en el cargo.

The West WingAunque han sido muchas las voces que se han alzado contra la decisión de la Comisión del Premio Nobel, la única pega que yo le pongo es que tal vez es demasiado pronto. Puede que, como dijo el mismo Obama, no sea un reconocimiento a sus logros, sino una llamada de atención, una advertencia para que no se descarríe y no decepcione a los que han puesto tantas esperanzas en él (también hay quien dice que es un castigo a su predecesor, al que no le importaba demasiado que los demás pensasen que era idiota). Lo que está claro es que Barack Obama no se conforma con hacer realidad lo que otros crearon en la ficción. Para Obama no es suficiente parecerse a Matt Santos. Quiere ser Jed Barlet. Ojalá lo consiga.

PD: Buscando cosas sobre la serie me he topado con este encuentro (ficticio, claro) Obama-Bartlet escrito por Sorkin para The New York Times antes de las elecciones del pasado noviembre. Aunque no tiene desperdicio, una de las mejores partes es cuando Obama le pide consejo para lograr el apoyo de esas mujeres blancas que las encuestas dicen que está perdiendo (Bartlet responde: «Llevo 40 años casado con una mujer blanca y sigo sin saber qué quiere de mí») y cómo conseguir el apoyo del pueblo americano: «Yo no tenía que ser el presidente de América, sólo de la gente que veía The West Wing; no te mentiré: ser ficticio fue una gran ventaja».

La crisis, lo plano y Zapatero

Nota: Esta es una historia de política ficción. Cualquier parecido con la realidad sería preocupante y un cachondeo.

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Foto: Artyom Korotayev (AFP/Getty Images)

Zapatero se nos ha ido a Rusia. Suponemos que ha decidido tomarse unos días de descanso del oasis de tranquilidad que es la vida política en España, con la crisis resuelta y todos los partidos políticos lanzando loas a su extraordinaria gestión sin ningún tipo de fisura que pueda comprometerla. Y se nos ha ido a un pequeño lugar llamado Yaroslavl para asistir con orgullo patrio, y sus revolucionarias ideas económicas, a unas conferencias sobre seguridad internacional llamadas The modern state and global security. No sabemos muy bien la razón de que haya sido invitado a tal evento, pero imaginamos que la discreta, eficaz y aceptada por todos gestión del caso Gürtel y otras correrías de los traviesos chicos del Partido Popular ha sido el acicate final para que los organizadores hayan llevado a ojitos a la gran Rusia. Lo curioso y que no sabíamos es que, al parecer, también ha sido elegido en secreto para llevar la contabilidad del evento dadas sus innegables aptitudes. No fue fácil descubrirlo pero, tras analizar literalmente con lupa fotos y vídeos del acontecimiento, pudimos ver su mano en alguna que otra cosa. La lista sería extensa pero una no demasiado larga deliberación nos ha llevado a traer la que consideramos prueba definitiva del crucial papel de nuestro querido presidente llevando las cuentas del evento en cuestión.

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Foto: Dmitry Astakhov (AFP/Getty Images)

Lo que vemos destacado en la imagen no es otro que el pequeño Lack, posiblemente la mesa más vendida y versátil de la historia de esos grandes amantes de lo plano que son los amigos suecos de IKEA. Ningún otro salvo el leonés hubiese sido capaz de llevar a cabo una decisión tan arriesgada y brillante como la de controlar el gasto del acontecimiento eligiendo un mobiliario tan elegante y económico, no en vano nuestros amigos nórdicos redujeron hace poco el precio del complemento ideal de todos los salones para hacerlo, si cabe, aún más accesible. Así, con un poquito de aquí y otro de allá (hoteles de muchas estrellas, vuelos, dietas e hipotéticas acompañantes patrocinadas por Berlusconi aparte), el éxito de la labor ahorrativa de Zapatero está más que garantizado. Tan simple y genial que nadie, misteriosamente, había pensado en ello. Ya sólo nos queda esperar la vuelta de José Luis de la gran madre Rusia a nuestro país para que siga aquí lo tan elegantemente empezado allí, para seguir con tal eficacia con todo el mobiliario de la Moncloa y para que los caducos muebles dieciochescos del Palacio Real se vean al fin postergados en favor de unos paquetes planos que el mismo ZP se encargaría de abrir y montar llave allen en mano. ¡Por favor, Lacks para todos ya!

PD: Sólo una nota final para los líderes internacionales. Todos sabemos que la crisis global es enorme, que el ahorro se debe imponer sobre los excesivos dispendios y que los hoteles de alto standing no son negociables pero, por favor, aumenten el nivel de sus eventos usando muebles de más alcurnia (quedando claro mi amor sin par por las pequeñas mesas de IKEA). Y como botón un ejemplo. Muy agradecido.