Palabras que necesita el español: ‘Tsundoku’

Dicen que las diferentes lenguas plasman el modo de ver el mundo de los pueblos que las crean y usan y que les ayudan a codificar esa realidad que perciben sus sentidos. Las lenguas son un reflejo de sus usuarios, que las utilizan como una herramienta de comunicación que contiene, se supone, recursos suficientes para satisfacer sus necesidades. Como no hay dos grupos de individuos iguales, ni dos concepciones del mundo iguales, tampoco hay dos lenguas idénticas. Y así, evoluciones y mezclas al margen, lenguas que nada tienen que ver incluyen vocablos (diferentes en su forma, eso sí) que reflejan una misma idea, mientras que otras carecen de palabras para explicar conceptos que sí recogen lenguas primas, o hermanas.

Las lenguas van evolucionando, pero no siempre al mismo tiempo que sus hablantes y que el mundo que a éstos rodea, y siempre se echan en falta palabras para expresar nuevas ideas y nuevos objetos que hasta hace poco no existían. En esos casos se suelen importar vocablos de otros idiomas, tal cual o adaptándolos a la grafía propia. Son numerosos los ejemplos en las distintas lenguas, como también los ejemplos de palabras que evocan ideas tan complejas y/o tan precisas que sería muy difícil traducirlas a la lengua propia en una o dos palabras. En este artículo recogen 11 de estas palabras, entre las que se encuentra la española sobremesa. Casi cualquiera de ellas merecería un artículo propio, aunque la que traigo hoy aquí no está en esa lista: Tsundoku.
tsundoku

La conocí gracias a este post de Open Culture (del que he tomado prestada la imagen de arriba), en el que explican su origen y dicen que es un sustantivo que denota el acto de comprar libros y apilarlos sin leer en estanterías, suelo y mesitas de noche. Salvo lo del suelo (jamás pondría un libro en el suelo), creo que describe bastante bien una de mis aficiones (y también la habitación en la que ahora me encuentro): comprar muchos más libros de los que puedo leer. Podría decir que soy una bibliófila, que me encantan los libros y que me gusta tanto comprarlos como leerlos, pero eso sólo sería parte de la historia (y de mi problema). Lo que yo hago es tsundoku. Compro y apilo libros por todas partes. Y por eso necesito que los señores de la RAE me importen esta palabra al español, o me busquen otra que me sirva (igual existe y yo no la conozco…).

Si, como a mí, os gusta el léxico y jugar con las palabras, podéis pasaros por Words for that, una iniciativa que busca encontrar palabras (sólo en inglés, me temo) para expresar situaciones cotidianas que aún no tienen vocablo que las describa. Los usuarios pueden proponer ideas, palabras y votar las propuestas de otros. Algunas son muy divertidas y me gustaría que hubiese algo así en español, aunque el español sea, por desgracia, mucho menos flexible para estas cosas que el inglés.

‘Juego de tronos’ con las voces en inglés

Esta mañana abro Twitter y me encuentro una imagen que reunía tuits de diferentes usuarios quejándose airadamente porque Canal+ estrenó anoche la nueva temporada de Juego de tronos en versión original subtitulada:

Como era tan sumamente burro y no sería la primera vez que circulan bulos por Twitter, he hecho una somera búsqueda para ver si es cierto que había gente quejándose de que lo habían emitido «con las voces en inglés». Y sí, es cierto. Hay gente quejándose. Mucha, de hecho. Y, como dice @elgris, el problema no es el inglés:

O, al menos, no sólo el inglés (ni el español, porque si tienen problemas con gestionar unos subtítulos es que no andan muy allá de lectura en español; ni de escritura, según se deduce de sus tuits). La cuestión de la catetez, como dice @kalimero, también es importante:

Y también, quizás, que toda esa gente no sabe que Juego de tronos lo pusieron en EEUU la noche anterior, por lo que es imposible doblarlo, a no ser, claro, que uses un intérprete y le insertes otra pista de audio encima con una traducción simultánea, así, a pelo (sería, cuanto menos, curioso; algo así es lo que hacían no recuerdo si en Polonia, coger a un tipo, uno solo por programa, para doblar encima todas las voces de todos los actores).

A lo mejor es que no saben que el episodio se emitió la noche anterior. O que en realidad se rueda en inglés y que las voces a las que ellos están acostumbrados (las de la versión en español) son las de otros actores, no las de los tipos y tipas que ven en pantalla.

Si yo fuera Canal+, empezaría a preguntarme y a averiguar qué porcentaje de espectadores suponen los gañanes que, como los que aparecen en el Storify que he insertado al final de este texto, se han quejado airadamente de que en su tele hayan aparecido «unas voces en inglés». Porque imagino que la cadena habrá realizado un esfuerzo importante (económico y de recursos técnicos y humanos) para poder emitir esto sólo unas horas después. Un esfuerzo que, si los gañanes son, como en el resto del mundo, mayoría entre los clientes de Canal+, igual no merece la pena.

Más perlas en este Storify.

Profesores de Lengua en Secundaria

Hace unos días me quejaba en este otro artículo de las carencias lingüísticas y de conocimientos en general que mostraban hoy en día muchos estudiantes universitarios, en concreto de Periodismo. Y me preguntaba cómo gente que claramente no sabe escribir ni sabe tampoco casi nada del mundo en que vive puede haber llegado a la Universidad.

Por mi hermano, que enseña en Primaria, sé de algunos de los disparates que se cometen en las aulas al dictado de las autoridades educativas (llamadlos consejerías o Ministerio de Educación o, simplemente, el sistema), que reprimen con dureza cualquier intento por parte de los profesores de hacer algo productivo con los alumnos que se les encomiendan. Lo que no sabía es hasta qué punto llega el disparate. Un profesor de Lengua en Secundaria me ilustró muy bien la situación en un comentario que reproduzco aquí por su interés (las negritas son mías):

Como profesor de Secundaria de Lengua, me gustaría comentarte un par de aspectos que, quizá, te ayuden a responder a algunas de las preguntas que lanzas en tu texto.

«No entiendo qué se les enseña en los niveles educativos previos», comentas. El problema no es el qué, sino en qué condiciones. Me explico: lo lógico sería, en mi asignatura, que pudiese suspender a alguien por faltas de ortografía, ¿verdad? ¡Pues no! No puedo restar ni una sola décima a aquellos alumnos que me escriben con faltas. ¿Por qué? Porque vienen unos señores inspectores que me pueden sancionar si lo hago.

Pero voy más allá. Yo no he estudiado Filología, sino Periodismo. Los avatares del destino me han llevado a trabajar en la enseñanza, campo en el que me marqué, como objetivo primordial, conseguir que las nuevas generaciones escribiesen mejor. ¿Y sabes lo que ha sucedido? Que, a pesar de que he tenido bastante éxito en esta empresa, mis compañeros de departamento, filólogos ellos, me recriminan por dedicar tiempo a escribir en vez de a enseñar morfosintaxis. Y no me apoyan en absoluto.

A esto hay que añadir un aspecto más: los padres, que suelen ser peores que los hijos. A mí me han obligado a aprobar a alguien que tenía suspendidos todos los trimestres de Lengua y el examen de recuperación de septiembre. ¿Por qué? Porque los padres se empecinaron en que su hijo tenía que pasar al siguiente curso como fuera; y, con la connivencia de los inspectores, no tuve más remedio que aprobar a una persona con faltas, que apenas entiende lo que lee y que, por supuesto, no sabe distinguir un sustantivo de un adjetivo.

Ese es el panorama al que nos enfrentamos muchos (porque, evidentemente, no soy el único) profesores de Secundaria de Lengua castellana y Literatura a día de hoy. Esa es la sociedad en la que vivimos. Entiendo tu indignación: comprende nuestra impotencia.

Un cordial saludo,

Un profesor de Secundaria

Ignoro dónde enseña este profesor, pero imagino que será lo de menos. Por lo poco que sé, creo que hace tiempo que el sistema educativo es una broma de mal gusto que, al final, terminará engullendo a este profesor y a todos los que, como él, sigan pensando que su trabajo es enseñar a sus alumnos, no aprobarles porque lo dicen los inspectores (o sus padres, tanto da). Como digo, soy profana en la materia, así que no se me ocurre cómo dar la vuelta a esta situación, pero el panorama es desolador.

Estudiantes de Periodismo

Sigo creyendo que no es el periodismo el que está en crisis, sino las empresas periodísticas, pero en los últimos tiempos han llegado a mis alarmados oídos datos que me hacen pensar que, aunque no lo esté ahora, el periodismo estará definitivamente en crisis dentro de no mucho.

Supongo que, además de los especímenes de los que voy a hablar, habrá también en las aulas de las facultades de Periodismo estudiantes normales, con un mínimo conocimiento del mundo en el que viven y un mínimo interés y curiosidad por saber más de él, puesto que se están preparando para contar a la gente cómo es ese mundo. No sé si suponer es el verbo adecuado. Tal vez confiar, esperar o desear sean más apropiados. Pero junto a esos estudiantes normales hay otros que tienen dos problemas fundamentales: el desprecio por la lengua y un desinterés absoluto por lo que pasa a su alrededor.

Puede parecer una obviedad, pero la lengua es una herramienta fundamental para un periodista. Los periodistas trabajamos con palabras, jugamos con ellas para contar las historias que tenemos en la cabeza de modo atractivo, eficaz y ajustado a la realidad. Debemos dominar las palabras y su uso, su significado, su sentido, su ortografía y la gramática y la sintaxis con que todas ellas se articulan en un mensaje.

Basta salir de los márgenes de nuestro timeline de Twitter o Facebook o mirar los comentarios de un periódico para comprobar que la gente, en general, no sabe escribir. Ni le importa. Es más, si haces algún comentario al respecto, por muy educado que sea, te responderán con estupideces del tipo «lo importante es que se me entienda» o «no he tenido la suerte de estudiar». Y, como tienes más educación que ellos, no les dices que el problema es que no se entiende lo que dicen y que en lugar de alardear de su ignorancia ante el mundo bien podrían coger un libro. Porque es evidente que tienen conexión a internet y tiempo libre para pasearse por redes sociales y periódicos. Si no saben, es porque no quieren saber.

¿Soy radical? Es posible, pero no entiendo, por ejemplo, que estudiantes con alarmantes faltas de ortografía lleguen a la Universidad (y salgan de ella con un título bajo el brazo). No entiendo qué se les enseña en los niveles educativos previos y cómo los profesores universitarios no suspenden sistemáticamente a los alumnos que no escriben correctamente (me consta que algunos bajan nota, pero no sé si llegan a suspender). Esto se aplica a cualquier especialidad, pero sobre todo a quienes aspiran a ganarse la vida escribiendo o hablando. No tengo una lista de todas las barbaridades que he visto en los últimos 15 años en becarios y redactores (y hasta directores) de los sitios en los que he trabajado, pero podría decir que mis ojos han padecido casi cualquier aberración ortográfica que imaginéis. Sí, ésa también.

Aquí repito lo que dije más arriba. Si estás trabajando en un ordenador, con conexión a internet y diccionarios on line a mano, si metes la zarpa es por pura desidia.

El otro problema es el desinterés por eso que llamamos actualidad. Si estás estudiando Periodismo, se supone que quieres ser periodista, y en principio los periodistas trabajan en medios de comunicación en los que se habla de temas de actualidad, ¿no? Por eso tiene cierta lógica pensar que algo te interesará la información y los medios de comunicación, ¿no?

Pues por lo visto, no.

Como en el apartado anterior, hacer una lista de todas las cosas obvias que el estudiante medio de Periodismo no sabe sería largo y tedioso, así que sólo dejaré unas muestras, a modo de ejemplo.

-No saben quién es Felipe González («no sé… ¿alguien importante?» fue la balbuceante respuesta de una becaria cuando se le pidió que buscase una foto del antiguo presidente del Gobierno y, ante su silencio, uno de mis compañeros le preguntó si no sabía quién era).

-Tampoco saben quién es John Fitzgerald Kennedy (en realidad no sé qué es peor, si lo anterior o esto, pues la anécdota ocurrió justo cuando se cumplía medio siglo de su muerte, con el bombardeo mediático correspondiente. Pues no, ni por ésas. En serio, ¿cómo puede un estudiante universitario no saber quién es JFK? No me lo explico).

-Ni Artur Mas (la verdad es que tiene mérito. No saber quién es Artur Mas viviendo a día de hoy en España implica un nivel de abstracción digno de aplauso. También implica que en su vida se ha acercado a un medio de comunicación, en general, lo que me hace de nuevo preguntarme por qué estudia Periodismo).

Con estas lagunas, no quiero ni saber cuáles serán sus conocimientos en el resto de asuntos. No, de verdad que no quiero saberlo.

Lo mejor es que esta gente, como esos de los que hablaba más arriba, no son conscientes de su propia ignorancia, de que hay cosas que deberían saber. Algunos sí lo son, e incluso se enorgullecen de ello y se rebelan contra los profesores que les penalizan en las calificaciones por las faltas de ortografía o de expresión, y contra los que (sádicos torturadores) les ponen en clase tests de actualidad, porque a ellos no les interesa la actualidad ni tienen tiempo de mirar medios de comunicación para ver qué demonios pasa en el mundo. Lo que a ellos les gusta es que los profesores planteen temas para debatir en clase. Claro que sí. Debatamos sobre temas de los que claramente no tenemos ni idea. Otros medios no sé, pero la televisión sí que la ven. Y saben perfectamente qué quieren ser de mayores: tertulianos.

Aunque parezca exagerado, todo esto es real, y corresponde a alumnos reales que en estos momentos estudian Periodismo en Sevilla, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla y también en alguno de esos centros privados que imparten esta titulación. No sé vosotros, pero yo voy a empezar a mirar planes de pensiones. Suponiendo que aún haya un sistema público cuando me toque retirarme, está claro que esta gente no va a ser capaz de pagarme la jubilación…

"Y es que"

Mundo insólito: un locutor ha leído una larga noticia sin recurrir ¡ni una sola vez! al «Y es que».

La moda del «y es que» no es nueva. Empezó a introducirse, poco a poco, sin hacer mucho ruido, en el lenguaje periodístico (tanto audiovisual como escrito) hace ya unos cuantos años. Pero lo que empezó como una moda se ha convertido en una plaga. Hoy en día, es casi imposible ver, escuchar o leer una información en la que no se emplee, al menos una vez, la puñetera muletilla. Dejando a un lado que es horrible (hay palabras y expresiones bonitas y otras feas, sean o no correctas; pernoctación es un ejemplo de término horrendo), se ha estandarizado su uso como conector y, por si fuera poco, casi siempre se utiliza mal.

Según indica la Wikilengua a partir de las indicaciones de la Fundéu (Fundación de Español Urgente), su función es «expresar contrariedad, un pretexto o una justificación, como en ‘No comeré nada… Es que no tengo ganas’, o para precisar en qué consiste algo a lo que se ha hecho referencia, como ‘Te honra una cosa y es que eres sincero». Pero casi nunca se sigue esta recomendación. En su lugar, se usa para enlazar frases, tengan o no relación entre sí, y también con un valor causal, cuando lo correcto es decir o escribir «porque», «ya que» o cualquiera de sus variantes.

No creo que sea fácil erradicar esta epidemia que otros también han denunciado, pero desde aquí nos sumamos a la lucha por desterrar el odioso «y es que», al menos del lenguaje periodístico.