Lecturas de 2014

Lecturas 2014

2014 fue un año bastante pobre en lecturas, con menos de la mitad de libros leídos de lo normal en mí, pero aun así me apetecía dejar por aquí la lista de lo que leí el año pasado, junto con algún breve comentario, por si le sirve a alguien de utilidad. La lista incluye alguna relectura (El Hobbit, Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer) y autores repetidos, como Stephen King, Julian Barnes y, sobre todo, Neil Gaiman. Lo de este último se explica por mi tendencia a leer en serie las obras de los autores que acabo de conocer (y me gustan, claro). Al señor Gaiman lo descubrí el año pasado con American Gods, y después de esa novela cayeron unas cuantas más.

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‘El Hobbit’, una review cualquiera

Esencialmente, no me aburría tanto en una sala de cine desde que vi en su momento Inglorious Basterds o Toy Story 3, y puedo asegurar, sin miedo a equivocarme demasiado, que eso es mucho aburrimiento.

Bilbo Bolsón tratando de entender el despropósito que es la película.

El agujero de la alfombra de Tolkien

[Esto lo escribí hace ya unos cuantos años en el medio en el que trabajaba entonces. Tenía pendiente desde hace unos meses recuperarlo por aquí. Conmemorar el aniversario del fallecimiento de Tolkien es tan buena excusa como cualquier otra]

“En un agujero en el suelo vivía un hobbit”. La frase se le ocurrió a John Ronald Reuel Tolkien cuando corregía los exámenes de sus alumnos de Oxford. Mientras hacía un descanso, su mirada se detuvo en un agujero de la alfombra de su despacho, y sin saber muy bien cómo (ni qué demonios era un hobbit ni por qué vivía en el suelo) la frase apareció.

Aunque nacido en Sudáfrica, Tolkien (1892-1973) era muy pequeño cuando su familia se trasladó a Birmingham, por lo que siempre se consideró un ciudadano inglés. De hecho, fue ese amor por su país lo que le llevó a escribir las historias de la Tierra Media. A Tolkien le dolía que Inglaterra no contara con una mitología propia similar a la de las culturas griega o escandinava, así que optó por crear él mismo un mundo legendario que pudiera dejar como herencia a su gente.

Como buen lingüista, no sólo se ocupó de imaginar esas leyendas, sino también el idioma de sus protagonistas. Así, comenzó a trabajar en El libro de los cuentos perdidos, tarea a la que dedicó toda su vida y que se publicaría tras su muerte como El Silmarillion. Sin embargo, paralelamente, decidió aprovechar su descubrimiento de los hobbits para escribir una historia que nació como un cuento con el que mandar a sus hijos a la cama y que se llamaría El hobbit. El libro es el germen de la historia de El Señor de los Anillos y la presentación en sociedad de los llamados medianos a través de las peripecias de Bilbo Bolsón, un apacible hobbit acostumbrado a los pequeños placeres de la vida cotidiana (la buena comida y fumar en pipa hundido en su sillón) que ve cómo una tarde un mago (Gandalf) y 12 enanos le arrastran hasta una aventura que tiene su final en la guarida de un dragón.

Lo que empezó en 1930 como un entretenimiento se convirtió, siete años más tarde –gracias a la insistencia de algunos amigos de su círculo de Oxford, como C. S. Lewis, que le animaron a publicarlo–, en todo un éxito de público y ventas.

Aunque en un principio Tolkien se resistió a darle una continuidad al relato de los hobbits, porque estaba más centrado en su proyecto mitológico, decidió fundir ambas historias. La filología dejó paso a la epopeya y nació El Señor de los Anillos. La mal llamada trilogía (en realidad es una sola historia, dividida en seis libros que se editaron de dos en dos) se publicó en 1954. Ese año vieron la luz el primer volumen, La Comunidad del Anillo, y el segundo, Las Dos Torres. El tercero, El Retorno del Rey, lo haría al año siguiente.

Para celebrar los 50 años de la edición original, los editores anglosajones sacaron hace unos años una versión especial que pretendía corregir algunos de los errores de las versiones anteriores y añadir contenidos nunca publicados. El volumen (los tres libros, más los apéndices, están integrados en un solo tomo, de más de 1.200 páginas) buscaba ser fiel a la idea original de Tolkien. Entre otras curiosidades, incluye las ilustraciones y mapas originales que pintó el propio escritor, pero que quedaron fuera de la publicación original por decisión de la editorial (para abaratar costes).

El texto fue íntegramente revisado por Christopher Tolkien (hijo del autor y custodio del jugoso legado de la Tierra Media) siguiendo el manuscrito original, que se encuentra en la Universidad estadounidense de Michigan. Entre los añadidos figuran dos árboles genealógicos completos, inéditos, del linaje de los Boffin y los Bolger, y tres páginas del Libro de Mozarbul, escrito por los enanos antes de ser asesinados en las Minas de Moria. Además, la palabra Anillo aparecía impresa en rojo, tal como quiso Tolkien.

Hace unos años, una encuesta de la BBC proclamó a El Señor de los Anillos como el libro preferido por los lectores británicos. Después de más de 100 millones de volúmenes vendidos y su traducción a más de 20 idiomas, poco importa ya la opinión de los estirados críticos que consideraron la trilogía una “aventura juvenil”.

A pesar de que es un texto apto para todas las edades, por decirlo de alguna manera, no es un libro infantil, ni siquiera juvenil (como sí lo son los de Harry Potter, por ejemplo). El Señor de los Anillos no es solamente un relato de aventuras, es la obra de un erudito, de un experto en mitología y filología que creó un universo propio, un mundo ficticio con sus propios idiomas y sus propias razas. Tolkien creó a los elfos, los hombres, los enanos y los hobbits, les dio sus lenguas (incluso el complejo alfabeto élfico y sus distintas variantes dialécticas), su historia, su linaje y su propia geografía (el escritor dibujó los mapas de la Tierra Media y bautizó cada colina, cada valle y cada río).

El Señor de los Anillos es, en esencia, una gran lucha entre el Bien y el Mal por la libertad de la Tierra Media, una batalla que tiene su epicentro en la posesión de un anillo (el Anillo Único) que, por una jugada del azar, cae en las manos de la única raza que no ambiciona poder, ni riquezas, ni gloria: los hobbits. Con la estructura de un viaje, no sólo geográfico sino, sobre todo, personal, el pequeño hobbit portador del Anillo, Frodo (sobrino de Bilbo, el que derrotó al dragón en El hobbit y encontró la joya) abandonará su hogar en compañía de tres amigos hobbits (Sam, Merry y Pippin), un elfo (Legolas), un enano (Gimli), dos hombres (Boromir y Aragorn, heredero de la estirpe de los reyes de los hombres que comparte con los hobbits su falta de ambición) y probablemente uno de los mejores personajes de la serie: el mago Gandalf el Gris, protector y consejero de la Compañía del Anillo.

En realidad, la historia de El Señor de los Anillos comienza mucho antes, en El Silmarillion, con la misma creación de la Tierra Media, que tiene sus propios dioses y también su ángel caído, Melkor (mentor de Sauron, el malvado forjador del Anillo, que ambiciona someter a los pueblos libres de la Tierra Media).

Tolkien nunca explicó de dónde salió el término hobbit ni por qué los medianos vivían en agujeros excavados en el suelo. Lo que sí está claro es de dónde surgió la afición de los hobbits a las pipas y su gusto por la tranquilidad y la vida sosegada. No hay más que mirar cualquier foto del escritor.