[AVISO: Este texto contiene abundantes ‘espoilers’ sobre ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’. Si aún no la has visto (más te vale que tengas una buena excusa), espera a verla antes de leer esto]
Antes de entrar en materia, quisiera hacer una aclaración. Lo que sigue a continuación es mi opinión de la película, con la que podéis o no estar de acuerdo pero, al igual que yo respeto las opiniones de los demás, pido que se respete también la mía. No pretendo convencer a nadie de nada, y no quiero que nadie intente convencerme a mí. Aunque me gusta leer comentarios favorables sobre aquello que me ha gustado (como la de Carlos Boyero o la de Carlos Colón, por mencionar las que tengo a mano), ni busco reafirmación ni me van a hacer cambiar de opinión unos señores que, al igual que yo, basan sus críticas, artículos o comentarios en la respuesta a una simple pregunta: ¿me ha gustado? Una vez aclarado que no voy a aguantar tonterías del tipo «no eres objetiva» (nadie lo es; somos personas y las personas no son objetivas) o «tú qué vas a decir», vamos al lío. Los espoilers, después de la foto.
Lejos de sentir el espíritu festivo, lúdico y dicharachero de quien va a reencontrarse mucho tiempo después con un viejo amigo, yo fui al cine con miedo. Por mucho que haya dicho, pensado o escrito que había que confiar en ellos, estaba casi segura de que George Lucas y Steven Spielberg (y, en los momentos más críticos, también Harrison Ford) la iban a cagar, así de simple, que me iban a destrozar un mito de la infancia y que ya nunca más podría decir en público que era fan de Indiana Jones (ni siquiera un tibio «me gusta») porque a partir de esta película mi arqueólogo iba a dejar de ser un icono para convertirse en objeto de mofa de grandes y pequeños. Y con todo eso en la cabeza (y puede que alguna cosa más) me metí en el cine para ver, por primera vez (ya expliqué las vicisitudes que me llevaron a duplicar la dosis inicialmente prevista), Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.
No sé con certeza en qué momento desapareció el miedo, pero lo hizo. El recelo, sin embargo, me acompañó durante un buen rato (la pifia podía aparecer en cualquier recodo), hasta que definitivamente tuve la seguridad de que aquello que veía era realmente una película de Indiana Jones. (De hecho, fue en el segundo pase, libre ya de todo temor, cuando disfruté de verdad).
Hay quien se queja de falta de originalidad, pero El reino de la calavera de cristal ofrece, a mi entender, justo lo que promete: traer a Indy de vuelta. Y ya sabemos lo que eso significa: que va a correr, a saltar, a dar latigazos, a caerse (muchas veces), que le van a dar de lo lindo y que al final, nadie sabe cómo, va a conseguir aquello que busca. Hay malos muy malos (gran Cate Blanchett), compañeros fieles (como el militar -Alan Dale, el Charles Widmore de Perdidos– que explica la honorable carrera militar y espía del coronel Jones) y otros no tanto, y una chica, en este caso su chica, Marion, que vuelve a escena como si el tiempo no hubiese pasado tampoco para ella (aparte de alguna que otra arruga).
Ya he dicho en alguna ocasión que las aventuras del arqueólogo siguen un esquema que a veces puede sufrir pequeñas modificaciones, pero que es siempre el mismo. Y en esta ocasión no ha sido diferente. La fórmula Indy arranca, una vez más, desde el mismo inicio de la película (con el logo de Paramount reflejado en el paisaje) y una secuencia en apariencia superflua pero que permite contextualizar en unos minutos la acción que nos van a contar. La elegancia sigue en la ejecución de los soldados norteamericanos (aunque parezca contradictorio) y, por supuesto, en la presentación del héroe, cuya figura vemos sacar del maletero del coche y arrojar al suelo y cuyo rostro veremos (antes, una vez más, su sombra) sólo cuando se haya vuelto a poner su sombrero.
La temprana aparición de los malos de la función da una pista de que apenas tendremos un respiro. El doctor Jones sólo puede detenerse a tomar aliento en la secuencia con Jim Broadbent, en su encuentro con Shia LaBeouf (persecución en moto aparte) y en sus breves momentos con Marion, aunque en esos tampoco está demasiado tranquilo. La parte del Marshall College, que prueba que hace ya mucho que Junior dejó de ponderar las virtudes de la investigación en la biblioteca en favor del trabajo de campo, sirve para homenajear de modo muy distinto a dos figuras importantes en la saga: una foto en su casa, un retrato en uno de los pasillos de la Universidad y hasta una estatua recuerdan la memoria del fallecido Denholm Elliot (Marcus Brody), unos honores que no comparte el padre del héroe, desaparecido también en la ficción, tal vez para cerrar cualquier posibilidad de que vuelva en una posible continuación Sean Connery (recordemos que rechazó participar en este filme porque se había retirado, aunque meses después llamó a los productores de James Bond para ofrecerse a aparecer en la próxima).
Estos momentos de respiro sirven de transición entre los grandes tramos de acción que articulan la historia: el inicio en el almacén donde guardan el Arca (por si alguien no se acordaba de que era ahí donde la metían está John Williams para recordarlo), con explosión nuclear incluida (a la que Indy sobrevive metido en un frigorífico, algo muy criticado por los adalides del realismo); la ya mencionada persecución en moto con Mutt Williams (Shia LaBeouf); el cementerio donde reposan los restos del conquistador Orellana (puro Indy, con esos pasadizos secretos, palancas escondidas, bichos y hasta siniestros guardianes); y el largo y trepidante tramo final, en el que simplemente hay de todo.
En realidad es así como podría resumirse este cuarto Indiana Jones: hay de todo, todo lo que se supone debe estar: bichos, serpientes, traidores, peligros mortales que se suceden, un sombrero que insiste en alejarse del héroe, látigo, persecuciones imposibles, saltos por precipicios, cataratas, sinuosos senderos llenos de telarañas, acertijos, carreras, trampas y hasta extraterrestres (algo también muy criticado porque las naves espaciales son poco verosímiles; supongo que también lo son los espíritus que surgen del Arca, que un sacerdote pueda arrancarle el corazón a una persona sin matarla o que en alguna parte haya un caballero de las Cruzadas vivito y coleando que se mantiene a base de agua).
Ya decía más arriba que el doctor Jones está muy bien acompañado, a uno y otro lado. Aunque se echa en falta más presencia de personajes como los de Broadbent, John Hurt y Ray Winstone, Cate Blanchett y Shia LaBeouf suplen con creces este demérito. La primera es la coronel Spalko, el ojo derecho de Stalin, como la llaman en alguna ocasión, una agente soviética experta en parapsicología y en técnicas de control mental que busca la calavera de cristal para que su líder pueda doblegar las mentes y las almas de los seres humanos de todo el planeta. El segundo es un joven chulesco e impetuoso que ama su moto y está obsesionado con mantener su peinado perfecto (algo imposible si vas de viaje con Indy). Mutt acude al protagonista en busca de ayuda para rescatar a su madre (Marion, aunque eso lo sabremos más adelante) y a su amigo, el profesor Oaxley (Hurt). Va en busca de un aventurero y sólo encuentra a un veterano profesor, aunque no tardará mucho en descubrir que Jones sólo es profesor «a tiempo parcial».
Aparte de las secuencias de acción y de todo lo relacionado con la búsqueda de la dichosa calavera (empezando, claro, por otro clásico: el héroe explicando qué es), los otros grandes momentos de la película son de Marion, tan respondona, belicosa y resuelta como siempre, la única a la altura de Indy, y la única capaz de ponerle nervioso y hacerle titubear cuando se encuentran. El otro día una amiga me contaba cómo su encuentro con Indiana Jones eliminó de un plumazo todos los príncipes azules (de ficción) que hasta entonces habían ocupado su corazón. Ella, decía, quería ser Marion. Que llegase, se tomase una copa y luego desapareciese. No le importaba. El reino de la calavera de cristal va un paso más allá. Después de dejarla una semana antes de la boda, embarazada (eso él no lo sabía) y desaparecer durante casi 20 años, él le confiesa que no ha perdido el tiempo: «He estado con varias mujeres, pero todas tenían el mismo problema». «¿Cuál?», pregunta ella. Y él responde con cuatro palabras que desarmarían a cualquiera y que, claro, desarman también a Marion: «Que no eran tú».
Las principales críticas a la película, aparte de la falta de originalidad y la poca verosimilitud de algunos fragmentos (también por la aparición de la nave espacial del final) se refieren al macguffin, a las calaveras de cristal (y todo lo que conllevan). Dicen que es poco interesante, que requiere demasiadas explicaciones, en definitiva, que no funciona. Tal vez esos críticos olvidan que, al igual que el verdadero macguffin de La última Cruzada no era el Grial, sino Henry Jones Sr., aquí el auténtico macguffin no es otro que su hijo, Indiana Jones.
Y funciona, vaya si funciona. Harrison Ford está portentoso, magnífico, inigualable una vez más en el papel de su vida. Nadie sabe interpretar como él a Indiana Jones, porque él, como no me canso de repetir (ni los padres de la criatura, Lucas y Spielberg), es Indiana Jones. Puede que otros actores lo hubiesen hecho mejor (o peor), pero sin duda sería diferente, porque el Indy al que conocemos y amamos lleva el rostro de Harrison Ford.
Han pasado 20 años, sí, pero aparte de unas cuantas arrugas, no es en su físico donde se nota (está más que en forma, tanto que mi futuro cónyuge declaró que le encantaría estar así a su edad; le dije que yo quiero que esté así ahora), sino en su mirada. Ha perfeccionado tanto la sonrisa del héroe de vuelta ya de todo (y sus expresiones de desconcierto) que uno piensa que durante los últimos 19 años, aparte de bastantes pelis malas, no ha hecho otra cosa que ensayar ante el espejo por si algún día tenía que volver a coger el látigo.
Tal vez la saga continúe con Henry Jones III, pero el sombrero y el látigo son de su padre (él se encarga de dejarlo claro en la secuencia nupcial final). Lo que venga no será Indiana Jones, sino otra cosa. El reino de la calavera de cristal es la última aventura de Indy y nadie debería perderse su despedida.
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