House y Cuddy

Una buena serie de televisión no es una mera sucesión de capítulos. Es una historia que vive, respira, cambia, que a veces da rodeos o se equivoca de camino, que tiene un principio y un final o simplemente avanza sin rumbo definido. Una serie está viva, como sus personajes, que son los que la hacen latir, y para que una y otros sigan adelante deben cambiar y evolucionar. Y los seis años que lleva House en la parrilla dan para muchos cambios.

En estos seis años han sido muchas las cosas que han cambiado en el hospital Princeton-Plainsborough y mucho lo que han vivido sus habitantes. Ha cambiado el equipo de House, varias veces; Wilson se ha vuelto a enamorar, ha perdido a quien amaba y hasta se ha ido a vivir con House; Cuddy ha logrado al fin ser madre, ha tenido novio, ha vivido con él y después ha roto la relación; Cameron y Chase se han enamorado, casado y divorciado y hasta ha muerto un miembro del equipo, Kutner (Kal Penn, el actor que lo interpretaba, dejó la serie por un puesto en la Administración Obama).

Toda la serie gira en torno a Greg House, y también lo hacen los personajes que, nunca mejor dicho, le rodean. Pero House no cambiaba. A él le gusta decir que la gente no cambia (y que miente, pero esa es otra historia). Y es cierto. La gente no cambia, pero sí lo hacen sus circunstancias, y eso introduce pequeños cambios de rumbo a veces imperceptibles que no cambian radicalmente a las personas pero sí pueden hacerlas ligeramente diferentes.

En todo este tiempo, las circunstancias de House han cambiado. Casi ninguno de esos cambios fue bueno, pero aparentemente Greg siempre salía indemne, o al menos no peor de lo que estaba al principio. Recuperó a la mujer que amaba y perdió, sólo para volver a perderla; perdió a su padre y descubrió que en realidad no lo era; se enamoró y perdió otra vez; estuvo a punto de llegar a Cuddy pero lo fastidió y hasta casi recupera su pierna. Cada temporada comenzaba o terminaba, según los casos, con el intento de cambiar a House, como si de un experimento se tratase, para, al cabo de pocos episodios, dejarle como estaba. Al menos así era hasta el final de la quinta temporada, que junto a la sexta podría marcar un punto de inflexión para la serie si no abandona esa senda para volver, al cabo de unos episodios, a la ruta de siempre.

Al final de la quinta temporada House tocó fondo. No sólo eso, sino que supo que lo había tocado. Y determinó ponerle remedio. La sexta temporada arrancó con un fabuloso episodio doble, Roto, con el doctor en un psiquiátrico, decidido, aunque al principio se mostrase reticente, a levantar cabeza, a decirle adiós a la Vicodina y a tomar las riendas de su vida, sin excusarse en el dolor para ser un miserable ni hacer que quienes le rodeaban lo fueran.

House se lo tomó en serio. Dejó la Vicodina, fue a terapia (uno de los hallazgos de la temporada fue el personaje del doctor Nolan) y, en definitiva, intentó ser mejor persona. En ese camino, la historia dejó otra joya, una serie dentro de la serie, la comedia de situación que protagonizaron House y Wilson cuando se fueron a vivir juntos.

Pero en el tramo final de la sexta temporada el protagonista comprendió lo que los espectadores ya intuían. Que su propósito de enmienda no servía. Que todos a su alrededor evolucionaban mientras él seguía atascado, empeñado en atrapar una felicidad que se le escapaba. Y así llegó al último episodio, Ayúdeme, con el derrumbe de un edificio que le obliga a abrirse paso entre los escombros hasta un sótano para auxiliar a una mujer herida. La metáfora del descenso a los infiernos es bastante obvia, y en este caso también efectiva.

Para tener una oportunidad de sobrevivir, la mujer atrapada debía renunciar a una pierna. Al principio House, por motivos también obvios, se niega a autorizar la amputación. Con el paso de las horas comprende que es la única posibilidad de sacarla de allí, y para convencerla le cuenta su propia historia, sin adornos, sin guardarse nada, con una honestidad que incluso a su terapeuta le escatima. House le cuenta cómo el dolor que le causa esa pierna a la que debió renunciar ha pasado a gobernar su vida, cómo ha dejado que eso ocurra, cómo se ha escudado durante años en él para mantener todo y a todos lejos, a una distancia desde la que lo pueda controlar. House relata la crónica de su fracaso personal ante la atónita y llorosa mirada de Cuddy.

Pero de nada sirve la amputación. La mujer termina falleciendo y House se marcha de allí, en silencio, dejando su bastón atrás, de vuelta hacia la Vicodina que guarda en un escondrijo de su piso de siempre. Cuando está a punto de iniciar de nuevo el ciclo, de volver a ser él, alguien le detiene. Cuddy está allí, la real, no la alucinación de una temporada atrás. Le dice que le quiere, que quisiera evitarlo aunque no puede. Él pregunta si es una alucinación. “No”, responde ella. A lo mejor eso le asusta más, pero aun así se besan.

Y así llegamos a la séptima temporada, con mucho mejor sabor de boca que el verano pasado (al menos ahora House no está en un psiquiátrico) y unas expectativas que ojalá el equipo de la serie sepa satisfacer. La idea de ver al doctor enamorado y feliz es suficiente aliciente para los seguidores de House, que después de tantos años pensarán en él como un amigo, casi alguien de la familia, al que uno quiere que las cosas le vayan bien. Que su pareja sea Cuddy multiplica las posibilidades narrativas (sobre todo las cómicas, teniendo en cuenta el bagaje de ambos personajes) porque implica en esa relación a todo el hospital, incluido un Wilson que ojalá se prodigue en esta etapa tanto como en la anterior.

Del resto de historias de esta séptima etapa poco se sabe todavía, salvo que una de ellas contará con la presencia de Jennifer Grey (Baby en Dirty Dancing), y en cuanto al reparto, los productores han confirmado la ausencia durante unos cuantos episodios de Olivia Wilde (Trece), que rueda junto a Harrison Ford y Daniel Craig Cowboys & Aliens, de Jon Favreau. Su hueco en el equipo de House lo cubrirá una estudiante de Medicina interpretada por Amber Tamblyn. En el apartado de incorporaciones, o regresos esporádicos, Cynthia Watros (la ex mujer de Wilson) volverá a escena y Jennifer Morrison (Cameron), que fue oficialmente despedida (salía muy poco ya pero aun así seguía en nómina) de la producción la temporada pasada, volverá a pasear por los pasillos del hospital.

Este año habrá dolencias extrañísimas, diagnósticos diferenciales y puede que hasta lupus, pero la relación entre House y Cuddy está llamada a ser el motor que mueva la historia (a menos que los guionistas se cansen de ellos y los separen al cabo de un par de episodios), porque lo que muchos espectadores esperan es ver en movimiento las fotos de House y Cuddy en la playa y también esa que ha dado la vuelta a la Red en la que él, tumbado junto a ella en la cama, lleva puesto sólo un ordenador portátil. Un Mac, para más señas.

[Ésta es la versión preliminar de un texto escrito antes de ver la ‘premiere’ de la séptima temporada y hecho para un nuevo fregado en el que he metido, del que ya informaré]

Nada que decir

Time remaining

Al principio te escudas en el trabajo y la consiguiente falta de tiempo libre, que te ha obligado a decidir cada noche si quieres leer o ver series porque ambas actividades y la intención de levantarte cada mañana más o menos pronto no son compatibles. Entre el trabajo y las tareas cotidianas (domésticas o no), los días laborales son un infierno por el que te arrastras hasta llegar a los días de descanso, en los que haces cualquier cosa menos descansar, pero el tiempo es tan escaso… Y mientras tanto no atiendes a tu familia como deberías, y mucho menos a tus amigos, y encima los libros de la UNED te miran suplicantes desde la estantería del salón, rogando para que este año les hagas un poco más de caso y no te limites a presentarte a exámenes que apruebas (con nota), presencialmente y hasta por teléfono.

Pero el tiempo no es el único factor. Honestamente, tampoco tienes ganas de sentarte a escribir, de pensar en algún tema, elaborar un artículo al respecto, buscar fotos, enlaces, un título y hacerlo todo de un modo que resulte atractivo para quien pase por aquí.

Y luego está el hecho de que no se te ocurre nada sobre lo que escribir.

Cuando hablaste de la norma que va a obligar a los blogueros a indicar si lo que escriben está o no patrocinado pensaste en hacer algo sobre el código de conducta en redes sociales que algunos medios y agencias (Washington Post, Wall Street Journal, New York Times, Associated Press…) han decidido imponer a sus redactores, a los que consideran una mera extensión de la marca para la que trabajan y una voz suya en cualquier red en la que participen, así que deben «renunciar a algunos de los privilegios personales de los que gozan los ciudadanos privados» y evitar relacionarse con sus fuentes, manifestar su filiación ideológica, religiosa o deportiva, no desvelar noticias ni comentar nada que afecte a su empresa y hablar y escribir siempre como si estuvieran en la redacción, con un tono y lenguaje apropiados. Piensas en decir algo al respecto, pero no quieres volver a cabrearte ni que te salga otro post combativo, aunque crees que la medida es bastante reaccionaria y que elimina la frontera entre lo profesional y lo personal porque entiende que los redactores pertenecen a un medio determinado, algo que podría aceptarse en el caso de los ejecutivos, jefes o cargos de confianza (e incluso en los que tengan contemplado en sus nóminas un plus de disponibilidad), pero que en el caso de los redactores de base es una barbaridad.

Pero no escribes nada. Dejas pasar los días hasta que la noticia ya se ha vuelto antigua y te olvidas del tema.

agora Rachel Weisz

Vas a ver Ágora, y piensas que que podrías escribir algo sobre ella. Pero no te apetece, porque no te ha gustado, ni disgustado, ni nada. Te ha dejado igual, y crees que eso es lo peor que se puede decir de una película, que no te ha hecho sentir nada, peor incluso que decir que te has aburrido. Te han gustado todas las películas anteriores de Amenábar, pero esta te ha dejado fría, porque es gélida. No la historia, que es interesante, sino la forma en que está contada. Se te ocurre que el problema está tal vez en que ha querido abordar demasiadas cosas (ciencia, fanatismo religioso, machismo, esclavitud, ambición…), pero sin centrarse demasiado en ninguna. Viste a Hipatia y su supuesto amor por la ciencia mostrado en apenas un par de secuencias que debían haber sido vibrantes, pero no lo eran. Viste a cristianos, judíos y paganos peleando y matándose, y te dio igual, y hasta tuviste que reprimir una sonrisa cuando un grupo embosca a otro y lo apedrea, porque te acordaste de la secuencia de la lapidación en La vida de Brian (sabes que eso es culpa tuya, que no tienes la cabeza bien, así que no responsabilizas de ello a Amenábar).

Y al final no escribes nada, porque tienes muy poco tiempo libre para perderlo diciendo que una película te ha dejado igual.

Fringe

Entonces, se te ocurre decir qué te están pareciendo las tropecientas series que estás viendo. No tienes la disciplina de hacerlo semanalmente, como hace Kalimero, ni las ganas de escribir un comentario sobre cada una de las series, por mucho que te preguntes por qué sigues viendo CSI y Anatomía de Grey (instaladas en una sosez puede que irreversible); que te aburras, a tu pesar, con Dollhouse (tanto que piensas si no sería mejor que la cancelasen ya); que te sigas riendo con The Big Bang Theory y How I met your mother (sobre todo con la primera, gracias a momentazos como el experimento pavloviano de Sheldon con Penny o el Eye of the tiger); que sigas pasándolo bien con Bones y Castle; que te haya encantado el arranque de House (sobre todo el primer doble episodio, que debería recibir ya un par de premios), que puede que dé respuesta a si House es un gran médico por su dolor, su adicción a la Vicodina y porque es un miserable o si es un genio y punto; que estés disfrutando muchísimo cada episodio de Fringe y que te esté gustando Flash Forward, a pesar de que casi todo el mundo la esté poniendo a parir (temes que de nuevo se deba al síndrome lostiano o lostitis) y de que insistan en repetir una y otra vez las visiones (nos acordamos, de verdad; seguid adelante), aunque esperas que dejen de hacerlo.

Pero al final tampoco escribes de eso, y dejas pasar diez días sin poner nada nuevo en el blog, quizá porque, en realidad, no tienes nada que decir.

Parrilla televisiva otoñal

Ya sé que casi todo el mundo que ve series ha puesto en sus blogs cuándo vuelven y cuáles van a ver, pero nadie ha contado qué vamos a ver nosotros esta temporada televisiva (para nosotros arranca esta noche, o más bien mañana por la mañana cuando empecemos a descargar), así que de eso nos vamos a ocupar hoy, por si a alguien le interesa conocer el menú televisivo de este humilde hogar y, de paso, para tener a mano un calendario que este año sin duda vamos a necesitar, aunque la Guía de supervivencia en época de estrenos publicada por Alex en Basura and TV ha sido de mucha ayuda.

A continuación, una lista de las series que queremos seguir este año a ritmo USA ordenadas por su fecha de estreno o regreso (lamentablemente, Lost no vuelve hasta enero, así que queda fuera de esta primera recopilación). Puede que haya espoilers, así que cuidado:

–Jueves 17 de septiembre (esta noche)
‘Bones’ (inicio de la quinta temporada)
Como muy bien definió Felipe en Serieína, Bones es un procedimental de personajes, en el que los casos, si bien siguen siendo importantes, son casi una excusa para hablarnos de sus protagonistas. Con los años se ha convertido para mí en una serie imprescindible. Además, la temporada anterior tuvo un desenlace algo desconcertante y, por si fuera poco, hacen promos tan geniales como ésta:

‘Fringe’ (inicio de la segunda temporada)
Ésta tuvo un final no sólo desconcertante, sino también fabuloso. Nos enganchó desde el principio y queremos saber qué pasa con esa realidad alternativa, con Belly (Leonard Nimoy) y con Walter Bishop (John Noble), el científico loco ladrón de críos de otros mundos. Además, como dice Alex, hay LSD y una vaca. ¿Quién da más?

–Lunes 21 de septiembre
‘House’ (inicio de la sexta temporada)

Mi relación con esta serie siempre ha sido relajada, pero el final de la temporada anterior me dejó hecha polvo, con House más arruinado que nunca y además metido en un psiquiátrico. Quiero saber qué pasa, pero esta vez no creo que espere a verla doblada (los abundantes y técnicos diálogos me marean un poco en la versión original).

‘Castle’ (inicio de la segunda temporada)
Nathan Fillion encarnando a un escritor (de best-sellers policiacos) crápula, descarado y encantador que colabora con la policía. Eso sería suficiente para verla, porque en esta casa adoramos al señor Fillion, pero al margen de eso, la serie es muy entretenida y nos reímos mucho con ella, aunque no sea una comedia.
 
‘How I Met Your Mother’ (inicio de la quinta temporada)
Ted es un coñazo y hace tiempo que dejó de interesarnos quién es la madre de sus hijos. Pero están Barney y Robin, y Marshall y Lily, y sí nos importa lo que les pase a ellos, así que sigue en nuestra lista.

‘The Big Bang Theory’ (inicio de la tercera temporada)
Dejando a un lado las adicciones isleñas, es a ellos a los que más hemos echado de menos este verano. Queremos que vuelvan ya del Polo Norte, con las barbas y los pelos que les hemos visto en las promos y en la Comic-Con (salvo Jim Parsons, que parece que ha tenido que recurrir a los postizos porque su cara no estaba por la labor).

–Jueves 24 de septiembre
‘Flash Forward’ (estreno)

 Tiene muy buena pinta, así que habrá que probarla. 

‘Grey’s Anatomy’ (inicio de la sexta temporada) y ‘CSI’ (inicio de la décima temporada)
Como ya comenté, veré cómo arrancan y ya decidiré entonces si sigo viéndolas o no.

–Viernes 25 de septiembre
‘Dollhouse’ (inicio de la segunda temporada)

Curiosamente el mejor episodio fue uno que no se emitió inicialmente y que la Fox recuperó al comprobar lo bien que había funcionado en internet, pero a pesar de eso la primera temporada de lo último de Joss Whedon nos gustó, y seguiremos con ella.

–Domingo 27 de septiembre
‘Dexter’ (inicio de la cuarta temporada) y ‘Californication’ (inicio de la tercera)

La primera suelo reservarla para el verano, cuando acaban las demás y puedo zampármela casi del tirón. La segunda la guardaremos por si un día nos animamos y decidimos recuperarla.

–Jueves 15 de octubre
’30 Rock’ (inicio de la cuarta temporada)

No terminó con cliffhanger ni hay ninguna historia a medias cuya evolución nos interese, pero Jack Donaghy y Liz Lemon (y sus locuras) son enormes.  

–Martes 3 de noviembre
‘V’ (estreno)
Junto a Flash Forward es, por ahora, la otra única novedad de nuestra parrilla. A mí, de entrada, no me motiva mucho, pero a ver qué tal resulta.

(Lo que sigue es una nota privada para Contradictorio, mi proveedor de contenidos audiovisuales, para que no se me despiste)

Apéndice: calendario semanal de descargas 

–Martes: The Big Bang Theory, How I met your mother, House y Castle.

–Miércoles: A partir del 4 de noviembre, V.

–Viernes: Bones, Fringe, Flash Forward, Anatomía de Grey (hasta nuevo aviso), CSI (hasta nuevo aviso), 30 Rock (a partir del 15 de octubre).

–Sábado: Dollhouse.

Actualización: Alex apunta en los comentarios que Bones se emite en Canadá un día antes, es decir, los miércoles, así que puede conseguirse los jueves por la mañana.

Desprecio al espectador

Sé que el titular es un poco duro, pero creo que es eso exactamente lo que las cadenas de televisión sienten por sus clientes. Ayer estaba en casa y me acordé de que los martes es cuando ponen House en Cuatro (con todos los cambios que ha habido últimamente en las parrillas no me fiaba mucho, así que lo comprobé), y miré en la Guía del Digital+ (a pesar de todo lo que he despotricado contra él, aún no nos hemos dado de baja) para ver cuál episodio ponían.

Casualmente, el que emitían anoche era el que me tocaba ver (previa descarga, porque no lo teníamos aún), así que decidí aprovechar y así ahorrarle un capítulo a mi proveedor de contenidos audiovisuales (mi marío). Ése fue el primer error. El segundo llegó cuando a las 22.15 (hora indicada de comienzo) sintonicé Cuatro. En efecto, no había empezado (en la tele en abierto nada empieza a su hora, salvo los informativos y el fútbol), lo que me permitió disfrutar (es un decir) de los últimos minutos de El hormiguero («¿Esto lo ve alguien?», preguntaba mi marido entre campaña y campaña de muerte y destrucción en el Counter Strike; cuando pregunta eso siempre contesto que alguien lo verá si no lo han quitado ya, pero esta vez ni me tomé la molestia).

Diez minutos después de la hora prevista al fin comenzó House. Prólogo del episodio, cabecera y primer corte publicitario. Bien. Perpleja primero e indignada después me levanté del sofá, fui al baño, me cambié de ropa (no me había puesto aún el pijama), volví al salón y la publicidad aún seguía. Casi quince minutos en total de corte (el resto del episodio lo pusieron casi del tirón, con una pausa de esas de 40 segundos), más los diez minutos de retraso en el comienzo. Sé que ya me he quejado antes (en más de una ocasión) de lo mal que tratan las cadenas en abierto a sus espectadores, y también sé que la culpa es mía por olvidar lo infernal que es ver una serie o película en ellas, pero no entiendo para qué narices ha comprado Perdidos una cadena que hace esto con su serie estrella. Bueno, sí lo sé, para emitirla a la una de la mañana, en tandas de tres o cuatro episodios durante un par de semanas para después quitarla sin previo aviso.

Demasiado pronto

La tarde-noche del sábado fue bastante productiva (o improductiva, según se mire) y, además de los Globos de Oro, pude echarle un vistazo a El mentalista, la serie más exitosa de la presente temporada (o eso dicen, aunque hay que tener en cuenta que este año no es para tirar cohetes), que en EEUU emite la CBS y en España La Sexta y TNT (aquí es donde la vi yo, una vez más sin posibilidad de versión original ni subtítulos; bien por la tele de pago) y que se une a la larga lista de series procedimentales que pueblan las parrillas a este y al otro lado del charco.

Patrick Jane (Simon Baker) es el mentalista del título, que no posee ningún poder sobrenatural más allá de sus dotes de observación (y de alguna sesión ocasional de hipnosis), aunque en el pasado logró fortuna y gloria simulando tener un don para contactar con asesinos y darles caza, una exitosa carrera que abandonó cuando un psicópata apodado Red John asesinó a su mujer y a su hija como premio por burlarse de él en televisión.

Ahora asesora a un grupo de la Oficina de Investigación de California (como el FBI, pero a nivel estatal) comandado por Teresa Lisbon (Robin Tunney), una agente algo arisca con un pasado trágico a sus espaldas (su madre murió en un accidente de coche, pero su padre nunca lo superó y se dio a la bebida, lo que la convirtió en involuntaria cabeza de familia).

Sólo he visto tres capítulos, pero uno de los problemas de esta serie que es un cruce entre Psych y títulos como Bones o Life (aunque hay personajes demasiado planos y la química entre sus protagonistas es nula, dos aspectos que quizás mejoren conforme avancen los episodios) es que en el piloto ya se desvela el traumático pasado del protagonista y que dos capítulos después ya sabemos por qué su compañera y jefa es tan seria, una información crucial para entender a los personajes que se desvela demasiado pronto y de un modo nada sutil.

Aunque hay casi tantas variantes como títulos, el éxito de las series procedimentales está en establecer la justa proporción entre los casos (crímenes, enfermedades…) que se investigan y las vidas personales de los investigadores, por más que en ocasiones (como en House o Bones) los enigmas sean un mero pretexto. Pero lo que todas las procedimentales asentadas tienen en común es que la información relevante se va contando muy poco a poco, no en los primeros compases de la historia. Tardamos mucho en saber qué le había pasado a House en la pierna (y hasta esta misma temporada no hemos sabido cómo conoció a Wilson), y hemos necesitado años para componer el puzle de drama, tristeza y soledad que ha hecho a cada uno de los forenses de CSI ser quienes son.

Pero en El mentalista no hay ese misterio (al menos por lo que yo he visto), no hay esa curiosidad por conocer a sus protagonistas, porque da la impresión de que desde el inicio ya sabemos todo lo que necesitamos saber de ellos. Y eso es muy aburrido.

Pereza

Hace unos días Petit et perdue me preguntaba, a colación de mi breve comentario sobre los Globos de Oro, si la pereza que me daba ver John Adams tenía algo que ver con su calidad. Evidentemente, le respondí que no, que los trocitos que había visto al azar tenían muy buena pinta pero que, simplemente, no me apetecía verla ahora, en primer lugar porque últimamente hay demasiada seriedad en mi vida real, tanta que cuando me siento frente a la tele sólo quiero evadirme y dejarla atrás, aunque sólo sea un ratito (esto no significa que desconecte las neuronas o, aún peor, que me ponga a ver series españolas).

En segundo lugar, he aparcado John Adams (y la segunda temporada de Damages y Californication, y la tercera de Dexter, y Mad men, y puede que alguna cosa más, como Los Tudor o Life) para reservarla para el verano, porque no tiene sentido pasar todo el año viendo compulsivamente series y después estar desde mayo a septiembre-octubre (o enero, según los casos) sin nada decente que echarse a la cara.

Pero la tercera y última razón es la definitiva: sigo demasiadas series.

Así, a bote pronto (bueno, en realidad no, porque acabo de consultarlo en el disco multimedia que tenemos enchufado a la tele), sigo a ritmo norteamericano 30 Rock (a esta me apunté hace sólo unos meses, pero me puse rápidamente al día), Anatomía de Grey (toda teleadicta necesita un culebrón, y este es el mío, por mucho que se esté poniendo últimamente un poco rarita, con la vuelta a escena -de modo fantasmagórico pero sexualmente activo- del tío al que yo llamo el guapito muerto), Bones (después de ver bastantes capítulos sueltos -y desordenados-, decidí que merecía la pena verla bien), CSI (tras años sometida a la dictadura de la cadena enemiga, que reserva cada nueva tanda de episodios para cuando le viene en gana, esta recomendación de Casciari me hizo querer ver cuanto antes la séptima temporada, la del asesino de las miniaturas, y la sigo a ritmo yanqui desde entonces; lo siguiente que veré será la marcha de Grissom, y no sé si seguiré viéndola después), Californication (aunque esta la dejaré, como ya he dicho, para el verano o para alguna noche de insomnio), Cómo conocí a vuestra madre (esta también empezamos a verla tarde, pero cogimos pronto el ritmo), Fringe, House (Fox, Cuatro, muchos episodios sueltos vistos con retraso y, desde la temporada pasada, a su ritmo de emisión) y Héroes (aún no hemos empezado a ver la tercera; las críticas no animan nada).

En esta lista no se incluyen series terminadas que hemos seguido religiosamente, como El ala oeste o Studio 60, ni las inglesas (los muy vagos sólo hacen temporadas de seis episodios, incompatibles con el concepto seguir) como The IT Crowd, Little Britain o No heroics (que tiene un gran punto de partida pero no esa chispa que tienen las dos anteriores), ni tampoco dos adicciones en toda regla: Battlestar Galactica (que comenzó el viernes pasado la emisión de sus diez últimos capítulos –¿quién será el quinto cylon?-, aunque aún no hemos podido ver el primero porque mi marido, que sí curra este fin de semana -a mí me toca descanso-, salió ayer del trabajo pasada la una de la mañana; a ver si esta noche hay algo más de suerte) y, por supuesto, Perdidos, que vuelve por fin este miércoles (por cierto, que en el Reino Unido los espoilers han salido a la calle) con su penúltima temporada, toneladas de preguntas y puede que alguna respuesta. O a lo mejor no.

Rumbo incierto

Toni de la Torre publica en ¡Vaya tele! una serie titulada Por qué nos gusta, en la que ofrece unos perfiles muy personales (y muy hermosos) sobre algunos de los personajes protagonistas de series como Friends (Ross o Rachel), Battlestar Galactica (Starbuck), CSI (Sara, de la que dice «Sara Sidle es preferir trabajar con los cadáveres que con otras personas. Es escoger el turno de noche por voluntad propia (…) Sara Sidle es enamorarte de tu jefe, porque, ¿de quién sino te podías enamorar?»), House, Dexter, Sexo en Nueva York (Mr. Big) o Perdidos, entre otras muchas.

De nuestros isleños favoritos ha hablado hasta ahora de Hurley («su optimismo es el de la determinación, el de la fe de creer que si confias en que las cosas se arreglarán, realmente ocurrirá algo que las arregle»), el cada vez más fascinante Benjamin Linus («Ben Linus es el tipo de hombre que puede cambiar el mundo. Provocar guerras, traer paz, ordenar la muerte con un susurro, crear vida si así lo desea. El destino le pertenece. Con poder o sin él, el mundo siempre ha estado en manos de hombres como Ben Linus. Todo lo que ocurra en la isla, sucederá porque será su voluntad, no la de nadie más. Ni la de Jack, ni la de Locke. Él escribirá el final») o el que siempre ha sido mi favorito, John Locke («John Locke es la voluntad de darte a ti mismo otra oportunidad, la determinación de reescribir quien eres. Si tu avión no cae en una isla desierta, crea tu mismo una forma de reiniciar. Este va a ser tu momento. Deja que John Locke te enseñe cómo volver a respirar»).

[Aviso: espoilers sobre los cinco primeros episodios de la cuarta temporada de ‘Perdidos’]

Supongo que todos los que están siguiendo la cuarta temporada de Perdidos estarán tan perplejos como yo. Ya hablé hace unas semanas de los dos primeros episodios, que ya me parecían desconcertantes, pero desde entonces la cosa no ha hecho sino empeorar (o mejorar). Desde el Sayid sicario a sueldo de Ben hasta la adopción por parte de la futura Kate del niño de Claire, Aaron, pasando por el misterioso equipo de rescate, los no menos peculiares tripulantes del barco o los saltos espacio-temporales de la mente de Desmond (su conversación con Penny fue uno de los momentos más emotivos de la serie, incluido además en uno de los mejores episodios que hemos visto hasta ahora).

Me gusta el desconcierto, las sorpresas, y la sensación de que los 42 minutos de cada capítulo se me pasen en un suspiro, y apenas tengo nada que reprochar a estas cinco primeras entregas (una bomba tras otra, y los padres de la criatura prometen seguir por esa línea en los ocho que quedan de esta temporada), salvo el rumbo que está tomando Locke, mi favorito desde el principio, como he dicho más arriba. No me convencen las decisiones que toma su personaje, pero tal vez sea simplemente que el único Jedi de la isla está tomando el camino hacia el Lado Oscuro.