Críticos

Cuando era más joven me tomaba muy en serio a los críticos. Si alguno destrozaba alguna película, libro o actor que me gustase pillaba unos cabreos monumentales. Seguramente fuera cosa de mi inseguridad que necesitase que otros (y los críticos no eran cualquier otro, sino voces autorizadas, expertos que sabían de lo que hablaban) respaldasen mis gustos y mis apreciaciones, pero lo cierto es que más de una vez lo pasé bastante mal leyendo, por ejemplo, las páginas del Fotogramas (que empecé a comprar, y a leer, cuando mis compañeras del colegio pasaban de mano en mano la SuperPop en clase; también yo la leía, que conste, en la época en la que era una revista juvenil para niñas y no eso en lo que se convirtió después… Mejor lo dejo que empiezo a sentirme mayor…).

Por supuesto, esa inseguridad y esa necesidad de aprobación social de mis gustos no se limitaba a las críticas del Fotogramas. Como muchos de mi edad entonces, imagino, ansiaba que quienes me rodeaban aprobasen lo que me gustaba. Cuando me di cuenta de que no iba a conseguirlo (una ha sido rarita desde pequeña), aprendí a fingir y a esconder lo que realmente me gustaba (a Harrison Ford, porque lo normal eran Kirk Cameron, Tom Cruise y Patrick Swayze; a decir que leía las novelitas rosas que leían las demás porque lo de leer novelas de crímenes -de Agatha Christie– a los diez, doce años era perturbador, a no hablar de Star Wars y Star Trek y ese tipo de cosas…).

Con el tiempo una fue ensanchando sus círculos de amigos y conocidos y también sus horizontes. Y si, como en mi caso, tienes la suerte de que tus padres (mi madre, concretamente) te permitan irte a estudiar fuera, el beneficio es aún mayor. Puedes dejar atrás toda esa basura y descubrir (hablo de la era pre-Internet; como decía, me hago mayor) que hay más gente, mucha más gente, a la que le gusta Star Trek y Star Wars, y hablar de ello, que lee cosas mucho más raras que tú (y te las descubren, y empiezas también a leerlas) y que a Harrison Ford no hay por qué esconderlo. Aunque estaría encantada de esconderlo, ya me entendéis…

Y llega un día en que te das cuenta de que los críticos son personas, como tú, ni más ni menos, que su opinión es tan válida como la tuya (o al menos tan respetable, porque hay críticos y críticos…) y que no por el hecho de que consideren algo una obra maestra o una basura tienes que estar de acuerdo con ellos. Ni con ellos, ni con nadie, sea o no crítico profesional. Ellos, como tú, van a ver una película, una serie o leen un libro y cuentan por qué les ha gustado o no. Parece una perogrullada, y tal vez lo sea, pero a veces a muchos se nos olvida que lo que escriben, o dicen, no es más que eso, su opinión, no un dogma de fe. Lo mismo se aplica a los premios. Que algo reciba más o menos premios no lo hace mejor, ni invalida la opinión que uno tenga de lo que ha visto o leído. Es sólo que a esas personas que han votado para ese premio les ha gustado más o menos. Nada más. No obstante, eso no es óbice para que a mí, por ejemplo, me guste que reconozcan a la gente y los trabajos que me han gustado. Porque mi opinión es también válida, pero imagino que a Colin Firth le haría más ilusión un Oscar de verdad que ver ante su puerta a una pirada española con uno de juguete, ¿no?

Y volviendo a los críticos, hay que tener en cuenta a los que escriben (literal o figuradamente) antes de ver o leer lo que critican, los que ya saben si les va a gustar o no y los que escriben sus reseñas seis meses antes de estrenarse lo que sea (como dice Kalimero en su crítica al cierre de la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman, que comparto, por cierto, al 99%). Eso tampoco es nuevo, ni exclusivo de los críticos. (Que conste que lo que sigue no está inspirado por una conversación reciente con dos asiduos de este sitio -ya sabéis quiénes sois-; es algo de lo que hemos hablado muchas veces Contradictorio y yo)

Parece que hay gente que se sienta ante una película, o serie, o libro, con un esquema mental preciso de lo que quiere que le cuenten y cómo quiere que se lo cuenten. Y si la película, o serie, o libro, no encaja al cien por cien en ese esquema no les va a gustar, no importa lo que hayan disfrutado viéndola o leyéndolo, ni si les ha entretenido, emocionado, divertido o angustiado. Nada de eso importa. Hay algo aún peor: que haya alguna sorpresa, o giro de guión, o cualquier elemento que no hubieran previsto en ese esquema o que no hayan anticipado mientras veían o leían lo que sea. En definitiva, que les engañen.

A esta gente podría aplicarles una invención (estúpida e inútil, como todas las mías) de mi cosecha: síndrome del lector de Agatha Christie. Los individuos a los que me refiero son de esos que, ante una novela de detectives (vale una cualquiera, pero por mi historial me quedo con la señora Christie), se aplican concienzudamente a la tarea de intentar descifrar la identidad del asesino, desde la primera página (o, más bien, desde que aparece el cadáver). Si el criminal resulta ser quien creían, dirán que la novela les gustó. Si no, acusarán al escritor de tramposo, chapucero o alguna cosa peor.

Esto se puede aplicar a casi todo. Hay personas que se enfrentan a cualquier película, serie o libro tratando desde el principio de atrapar al asesino y otras que preferimos acompañar al detective en su búsqueda de cada pista, en cada interrogatorio, y que aplaudimos los giros y las sorpresas (sin pasarse, claro) porque nos gusta que nos sorprendan, que nos maravillen y que nos engañen. Cuestión de gustos, supongo.

El hombre del mes: ‘Harrison Ford, el héroe discreto’

[Al final sí que le voy a copiar a Kalimero lo de su chica de la semana, pero reconvertido en el hombre del mes. En mi caso, cualquier lista siempre empieza con Harrison Ford, así que para la ocasión recupero algo escrito hace cuatro años, cuando fui a la presentación de Firewall en Barcelona, un viaje espantoso pero que mereció con creces la pena para estar bien cerquita del hombre que ha encabezado todas mis listas desde hace un par de décadas, cuando la entonces pequeña Mninha se quedó prendada de un tipo con sombrero y látigo. Lo que sigue, aparte de un perfil del que en casa llamamos el niño del gorro, es la prueba de que, como decía el otro día, nadie se leía lo que escribía en el periódico en el que trabajaba. Curiosamente, apenas he tenido que tocarle nada, salvo alguna referencia temporal y el cuarto Indiana Jones]

A veces resulta difícil serle fiel a Harrison Ford, sobre todo en  los últimos años, en los que la irregularidad de su filmografía ha convertido cada cita con las salas de cine en una especie de prueba de fe que sus seguidores afrontan con más devoción que convencimiento.

Aunque hasta el momento se ha mantenido a salvo del ridículo, sus últimos trabajos no invitan al optimismo. Hollywood Homicide, K-19, Caprichos del destino, Lo que la verdad esconde… Títulos en el mejor de los casos fallidos que sin embargo no han minado un ápice el prestigio de un actor que, a sus 67 años, sigue siendo capaz, cuando entra en una habitación, de robar un latido al corazón de los presentes.

A pesar de que hay pocos actores a los que les encaje mejor la etiqueta de estrella de Hollywood, Ford nunca se ha sentido cómodo con las servidumbres que conlleva la fama. No se cansa de repetir que satisfacer a los espectadores es su principal preocupación a la hora de aceptar un proyecto pero, tras treinta años en la cumbre, no ha perdido el destello de timidez que invade su mirada cada vez que aparece en público.

Resulta difícil explicar, como lo es intentar razonar cualquier afecto, el secreto de la fascinación que despierta este hombre de voz grave, cálida y profunda que contrasta con un físico rotundo, de movimientos pausados pero firmes tan opuesto a los actuales cánones de belleza que han desterrado de pasarelas y portadas de revistas la masculinidad en favor de apolíneos y sosos efebos.

Hace casi 30 años, mucho antes de que se inventara esa tontería de la metrosexualidad, Ford, ataviado con sombrero fedora, cazadora de cuero y látigo, ya demostraba que aunar fuerza e inteligencia no era una utopía, y que en un solo hombre podían confluir la erudición arqueológica y el gusto por la aventura de un atípico héroe que hizo de frases como “ya pensaré algo” o “improviso sobre la marcha” el preludio de arriesgados planes cuyo éxito siempre pendía de un hilo.

Este actor, nacido en Chicago y cuyo nombre portan una especie de araña y otra de hormiga descubiertas hace unos años, tiene el honor de ser el actor más taquillero de todos los tiempos, con casi 6.000 millones de dólares recaudados, aunque sus comienzos en el cine no fueron precisamente fáciles. Ford, que encontró en la interpretación una vía de escape a su desastroso expediente académico, se marchó pronto a Hollywood, donde escuchó durante años que nunca sería una estrella. Sin perder la esperanza, hizo de su maña con la madera su medio de vida y pronto se convirtió en el carpintero de las estrellas, lo que le permitió entablar relación con productores y directores que le darían sus primeros papeles en títulos como Ladrón y amante o la serie El virginiano.

En ese camino se interpuso en 1973 George Lucas, que le ofreció participar en American Graffiti, cuyo éxito le permitiría afrontar La guerra de las galaxias. En el largo y tortuoso proceso de selección del reparto para la aventura galáctica, Lucas pidió a su amigo Harrison que le ayudase dando la réplica a los aspirantes. Al intérprete, que ya rozaba los 35 y aún esperaba su gran oportunidad, no le agradaba mucho el cometido, así que, en cada prueba, Ford añadía al entonces embrionario Han Solo el cinismo que convenció a Lucas de que era el hombre perfecto para encarnar a ese pirata espacial, embaucador y caradura, osado y sinvergüenza capaz de derretir el duro corazón de la princesa Leia y de paso el de millones de féminas. El éxito del nacimiento de la saga galáctica sorprendió a todos, incluido Ford, cuyo nombre saltó a las primeras páginas de periódicos y revistas.

Pero, salvo una pequeña aparición en Apocalipse Now, el actor no notó su revalorización, así que no se lo pensó cuando Lucas puso en marcha El Imperio contraataca. Entre la segunda y la tercera entrega de Star Wars llegaría la otra gran oportunidad de su vida: el arqueólogo creado por Lucas y llevado a la pantalla por Steven Spielberg con el que se hizo después de la negativa de Tom Selleck. En el doctor Jones Ford encontró su mejor alter ego, alejado de la insultante autosuficiencia de Solo y más cercano al perfil de hombre corriente enfrentado a situaciones extraordinarias que podría resumir tanto su carrera como su vida personal. Los 80, que alumbraron El Imperio contraataca y El retorno del Jedi y los tres primeros Indiana Jones, fueron su década más fructífera. Trabajos como Blade Runner, Único testigo (su única nominación al Oscar), La costa de los mosquitos, Frenético o Armas de mujer (en la que protagonizaba un estelar cambio de camisa ante una pléyade de jaleantes secretarias) probaron su versatilidad en diferentes registros, una línea que continuaría en Presunto inocente o A propósito de Henry. En los 90 llegarían Juego de patriotas, Sabrina, La sombra del diablo, Air Force One… una cosecha floja de la que sólo se salvan El fugitivo y Seis días y siete noches.

En los últimos años, este actor apasionado de los aviones y celoso de su vida privada (que ahora comparte con Calista Flockhart) ha espaciado cada vez más sus trabajos, hasta hacer de cada estreno un pequeño acontecimiento capaz de reunir a cientos de periodistas que, a pesar de las normas que les condenan a la distancia, se atreven a acercarse al hombre que ha acompañado sus sueños desde la niñez para comprobar qué pasa cuando se traspasa la frontera que separa la fantasía de la realidad.

Diferencias ¿irreconciliables?

Como nos temíamos, la quinta entrega de Indiana Jones ya está en marcha, aunque la buena noticia es que los padres de la criatura (uno biológico y el otro adoptivo), George Lucas y Steven Spielberg, no se ponen de acuerdo sobre qué historia van a contar ahora. El primero quiere continuar a partir de la acción de la calavera y el segundo retroceder en el tiempo para abordar los orígenes del héroe (algo francamente complicado teniendo en cuenta -mal que me pese- la edad de Harrison Ford, la muerte de River Phoenix y la renuncia a la saga de Sean Connery; la contratación de otros actores sería una debacle).

Todo esto lo contó George en una entrevista al Sunday Times en la que admitía que le costó mucho convencer a Spielberg para rodar la cuarta y que finalmente aceptó porque lograron llegar a un acuerdo entre los planteamientos de ambos para la película.

Con motivo de la calavera muchos han aprovechado para volver a atacar a Lucas (mi marido suele decir eso de «qué fácil es criticar a George Lucas») en una comparación con Spielberg que se sostiene con argumentos tan peregrinos como su afán mercantilista (claro, es que Spielberg trabaja gratis) o su espíritu dictatorial, que ha obligado a Spielberg a bajarse los pantalones (esto lo leí hace tiempo) para hacer el cuarto Indy. George Lucas no es un santo, ni pretende serlo, pero ¿realmente alguien se cree que a estas alturas Spielberg tiene que bajarse los pantalones ante nadie (que no sea su mujer) o que Lucas convenció a Spielberg de rodar la calavera sin darle nada (creativamente hablando) a cambio?

A todos aquellos que piensen que George Lucas es un semidios capaz de manejar a su antojo la voluntad de los hombres, cuyo libre albedrío queda anulado en su presencia, os diré que no es Lucas quien quiere hacer una quinta, sino Spielberg. Si finalmente se hace, a ver qué historia es la que cuentan, si la del pasado o la del futuro. Yo tengo claro quién ganaría.

Pero por el momento parece que el desacuerdo es importante, así que con un poco de suerte tardarán otros 20 años en hacer otra, y confiemos que para entonces los dos estén demasiado mayores como para ponerse a trotar de nuevo con Indy.

Aventuras en el baño

Lo de arriba es la decoración de las puertas de los aseos del cine en el que vimos el jueves por tercera vez Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, algo que deja de ser simpático en el momento en que te das cuenta de que esa tontería de poner pegatinas en las puertas de los baños se le ha ocurrido a alguien que hasta cobrará (una pasta, probablemente) por ello.

Han pasado diez días del estreno y la cosa sigue calentita, con gente encendida a favor y en contra de la cuarta entrega de la saga mientras siguen engordando la recaudación de la película (creo que hace ya unos días que lograron los famosos 400 millones que permiten a Spielberg, Lucas y Ford comenzar a cobrar su porcentaje sobre la taquilla). Tal es la disparidad de opiniones que ni los críticos que trabajan en el mismo sitio se ponen de acuerdo. Es el caso, por ejemplo, de Blog de cine, donde cada uno de sus autores ha hecho su propia crítica, desde el entusiasmo a la decepción más feroz, pasando, también, por textos más comedidos, unos a favor, otros en contra y otros con un hermoso punto de nostalgia. Ya dije lo que me parecía El reino de la calavera de cristal, y después de verla por tercera vez sigo pensando lo mismo, así que si buscáis otro punto de vista podéis leer los artículos que enlazo y también sus decenas de comentarios plagados de descontento (hay bastantes que están satisfechos, pero creo que los otros ganan).

La excusa para volver a verla fue disfrutarla en versión original, aprovechando que la proyecta el único cine en versión original de Sevilla, un local vetusto y que desde fuera parece a un paso del derrumbe pero que curiosamente tiene unas salas recién remodeladas (hacía tiempo que no iba, así que no sé cuándo cambiaron las butacas, pero yo diría que no hace mucho).

El visionado (mira que es fea esta palabra) me permitió (aparte de disfrutar de la voz de Ford, que no es poco, y del acentazo foráneo de la Blanchett) pillar guiños que se me habían pasado por alto por culpa del doblaje, comprobar que la traducción la hicieron una sola vez y que la aprovecharon para doblarla y subtitularla (con todo lo que ello implica), que rara vez se respetan los diálogos (por mucho que el sentido sea similar) y que la secuencia de las arenas movedizas pierde bastante gracia doblada porque Indy no sólo explica qué es eso en lo que están a punto de sumergirse, sino que lo hace con el soporífero tono académico que emplea en sus clases en el Marshall College. Otro de los detalles, aunque este es totalmente personal y sólo para iniciados, fue que el doctor Jones, en su idioma natal, seguía llamando conquistador a Francisco de Orellana, lo que agradecí, porque mis amigos y yo llamamos con la traducción inglesa de ese término a un tipo que no nos cae nada bien y no me apetecía escuchar esa palabra de labios de Indy.

Indy ha vuelto

[AVISO: Este texto contiene abundantes ‘espoilers’ sobre ‘Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal’. Si aún no la has visto (más te vale que tengas una buena excusa), espera a verla antes de leer esto]

Antes de entrar en materia, quisiera hacer una aclaración. Lo que sigue a continuación es mi opinión de la película, con la que podéis o no estar de acuerdo pero, al igual que yo respeto las opiniones de los demás, pido que se respete también la mía. No pretendo convencer a nadie de nada, y no quiero que nadie intente convencerme a mí. Aunque me gusta leer comentarios favorables sobre aquello que me ha gustado (como la de Carlos Boyero o la de Carlos Colón, por mencionar las que tengo a mano), ni busco reafirmación ni me van a hacer cambiar de opinión unos señores que, al igual que yo, basan sus críticas, artículos o comentarios en la respuesta a una simple pregunta: ¿me ha gustado? Una vez aclarado que no voy a aguantar tonterías del tipo «no eres objetiva» (nadie lo es; somos personas y las personas no son objetivas) o «tú qué vas a decir», vamos al lío. Los espoilers, después de la foto.

Lejos de sentir el espíritu festivo, lúdico y dicharachero de quien va a reencontrarse mucho tiempo después con un viejo amigo, yo fui al cine con miedo. Por mucho que haya dicho, pensado o escrito que había que confiar en ellos, estaba casi segura de que George Lucas y Steven Spielberg (y, en los momentos más críticos, también Harrison Ford) la iban a cagar, así de simple, que me iban a destrozar un mito de la infancia y que ya nunca más podría decir en público que era fan de Indiana Jones (ni siquiera un tibio «me gusta») porque a partir de esta película mi arqueólogo iba a dejar de ser un icono para convertirse en objeto de mofa de grandes y pequeños. Y con todo eso en la cabeza (y puede que alguna cosa más) me metí en el cine para ver, por primera vez (ya expliqué las vicisitudes que me llevaron a duplicar la dosis inicialmente prevista), Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.

No sé con certeza en qué momento desapareció el miedo, pero lo hizo. El recelo, sin embargo, me acompañó durante un buen rato (la pifia podía aparecer en cualquier recodo), hasta que definitivamente tuve la seguridad de que aquello que veía era realmente una película de Indiana Jones. (De hecho, fue en el segundo pase, libre ya de todo temor, cuando disfruté de verdad).

Hay quien se queja de falta de originalidad, pero El reino de la calavera de cristal ofrece, a mi entender, justo lo que promete: traer a Indy de vuelta. Y ya sabemos lo que eso significa: que va a correr, a saltar, a dar latigazos, a caerse (muchas veces), que le van a dar de lo lindo y que al final, nadie sabe cómo, va a conseguir aquello que busca. Hay malos muy malos (gran Cate Blanchett), compañeros fieles (como el militar -Alan Dale, el Charles Widmore de Perdidos– que explica la honorable carrera militar y espía del coronel Jones) y otros no tanto, y una chica, en este caso su chica, Marion, que vuelve a escena como si el tiempo no hubiese pasado tampoco para ella (aparte de alguna que otra arruga).

Ya he dicho en alguna ocasión que las aventuras del arqueólogo siguen un esquema que a veces puede sufrir pequeñas modificaciones, pero que es siempre el mismo. Y en esta ocasión no ha sido diferente. La fórmula Indy arranca, una vez más, desde el mismo inicio de la película (con el logo de Paramount reflejado en el paisaje) y una secuencia en apariencia superflua pero que permite contextualizar en unos minutos la acción que nos van a contar. La elegancia sigue en la ejecución de los soldados norteamericanos (aunque parezca contradictorio) y, por supuesto, en la presentación del héroe, cuya figura vemos sacar del maletero del coche y arrojar al suelo y cuyo rostro veremos (antes, una vez más, su sombra) sólo cuando se haya vuelto a poner su sombrero.

La temprana aparición de los malos de la función da una pista de que apenas tendremos un respiro. El doctor Jones sólo puede detenerse a tomar aliento en la secuencia con Jim Broadbent, en su encuentro con Shia LaBeouf (persecución en moto aparte) y en sus breves momentos con Marion, aunque en esos tampoco está demasiado tranquilo. La parte del Marshall College, que prueba que hace ya mucho que Junior dejó de ponderar las virtudes de la investigación en la biblioteca en favor del trabajo de campo, sirve para homenajear de modo muy distinto a dos figuras importantes en la saga: una foto en su casa, un retrato en uno de los pasillos de la Universidad y hasta una estatua recuerdan la memoria del fallecido Denholm Elliot (Marcus Brody), unos honores que no comparte el padre del héroe, desaparecido también en la ficción, tal vez para cerrar cualquier posibilidad de que vuelva en una posible continuación Sean Connery (recordemos que rechazó participar en este filme porque se había retirado, aunque meses después llamó a los productores de James Bond para ofrecerse a aparecer en la próxima).

Estos momentos de respiro sirven de transición entre los grandes tramos de acción que articulan la historia: el inicio en el almacén donde guardan el Arca (por si alguien no se acordaba de que era ahí donde la metían está John Williams para recordarlo), con explosión nuclear incluida (a la que Indy sobrevive metido en un frigorífico, algo muy criticado por los adalides del realismo); la ya mencionada persecución en moto con Mutt Williams (Shia LaBeouf); el cementerio donde reposan los restos del conquistador Orellana (puro Indy, con esos pasadizos secretos, palancas escondidas, bichos y hasta siniestros guardianes); y el largo y trepidante tramo final, en el que simplemente hay de todo.

En realidad es así como podría resumirse este cuarto Indiana Jones: hay de todo, todo lo que se supone debe estar: bichos, serpientes, traidores, peligros mortales que se suceden, un sombrero que insiste en alejarse del héroe, látigo, persecuciones imposibles, saltos por precipicios, cataratas, sinuosos senderos llenos de telarañas, acertijos, carreras, trampas y hasta extraterrestres (algo también muy criticado porque las naves espaciales son poco verosímiles; supongo que también lo son los espíritus que surgen del Arca, que un sacerdote pueda arrancarle el corazón a una persona sin matarla o que en alguna parte haya un caballero de las Cruzadas vivito y coleando que se mantiene a base de agua).

Ya decía más arriba que el doctor Jones está muy bien acompañado, a uno y otro lado. Aunque se echa en falta más presencia de personajes como los de Broadbent, John Hurt y Ray Winstone, Cate Blanchett y Shia LaBeouf suplen con creces este demérito. La primera es la coronel Spalko, el ojo derecho de Stalin, como la llaman en alguna ocasión, una agente soviética experta en parapsicología y en técnicas de control mental que busca la calavera de cristal para que su líder pueda doblegar las mentes y las almas de los seres humanos de todo el planeta. El segundo es un joven chulesco e impetuoso que ama su moto y está obsesionado con mantener su peinado perfecto (algo imposible si vas de viaje con Indy). Mutt acude al protagonista en busca de ayuda para rescatar a su madre (Marion, aunque eso lo sabremos más adelante) y a su amigo, el profesor Oaxley (Hurt). Va en busca de un aventurero y sólo encuentra a un veterano profesor, aunque no tardará mucho en descubrir que Jones sólo es profesor «a tiempo parcial».

Aparte de las secuencias de acción y de todo lo relacionado con la búsqueda de la dichosa calavera (empezando, claro, por otro clásico: el héroe explicando qué es), los otros grandes momentos de la película son de Marion, tan respondona, belicosa y resuelta como siempre, la única a la altura de Indy, y la única capaz de ponerle nervioso y hacerle titubear cuando se encuentran. El otro día una amiga me contaba cómo su encuentro con Indiana Jones eliminó de un plumazo todos los príncipes azules (de ficción) que hasta entonces habían ocupado su corazón. Ella, decía, quería ser Marion. Que llegase, se tomase una copa y luego desapareciese. No le importaba. El reino de la calavera de cristal va un paso más allá. Después de dejarla una semana antes de la boda, embarazada (eso él no lo sabía) y desaparecer durante casi 20 años, él le confiesa que no ha perdido el tiempo: «He estado con varias mujeres, pero todas tenían el mismo problema». «¿Cuál?», pregunta ella. Y él responde con cuatro palabras que desarmarían a cualquiera y que, claro, desarman también a Marion: «Que no eran tú».

Las principales críticas a la película, aparte de la falta de originalidad y la poca verosimilitud de algunos fragmentos (también por la aparición de la nave espacial del final) se refieren al macguffin, a las calaveras de cristal (y todo lo que conllevan). Dicen que es poco interesante, que requiere demasiadas explicaciones, en definitiva, que no funciona. Tal vez esos críticos olvidan que, al igual que el verdadero macguffin de La última Cruzada no era el Grial, sino Henry Jones Sr., aquí el auténtico macguffin no es otro que su hijo, Indiana Jones.

Y funciona, vaya si funciona. Harrison Ford está portentoso, magnífico, inigualable una vez más en el papel de su vida. Nadie sabe interpretar como él a Indiana Jones, porque él, como no me canso de repetir (ni los padres de la criatura, Lucas y Spielberg), es Indiana Jones. Puede que otros actores lo hubiesen hecho mejor (o peor), pero sin duda sería diferente, porque el Indy al que conocemos y amamos lleva el rostro de Harrison Ford.

Han pasado 20 años, sí, pero aparte de unas cuantas arrugas, no es en su físico donde se nota (está más que en forma, tanto que mi futuro cónyuge declaró que le encantaría estar así a su edad; le dije que yo quiero que esté así ahora), sino en su mirada. Ha perfeccionado tanto la sonrisa del héroe de vuelta ya de todo (y sus expresiones de desconcierto) que uno piensa que durante los últimos 19 años, aparte de bastantes pelis malas, no ha hecho otra cosa que ensayar ante el espejo por si algún día tenía que volver a coger el látigo.

Tal vez la saga continúe con Henry Jones III, pero el sombrero y el látigo son de su padre (él se encarga de dejarlo claro en la secuencia nupcial final). Lo que venga no será Indiana Jones, sino otra cosa. El reino de la calavera de cristal es la última aventura de Indy y nadie debería perderse su despedida.

Un día con Junior

(Iba a ser sólo una tarde, pero nunca salen las cosas como uno lo planea).

Era un día importante (no, no hablo de San Eustaquio, para eso aún queda mucho), clave, crucial, el del reencuentro con Indiana Jones, un héroe, un mito, un icono al que venero desde pequeña (bueno, desde que era más pequeña que ahora, porque como dice mi futuro cónyuge, yo nunca he sido pequeña). Durante varios (bastantes) días he sido presa de una ansiedad que yo achacaba a motivos laborales (relacionados también con el arqueólogo, como el especial o los reportajes que ya comenté, todo ello hecho en mi escaso tiempo libre) pero que seguían ahí una vez aliviada del ajetreo profesional, por lo que el culpable de tanto nervio no era otro que el doctor Jones.

Pese a toda esta angustia, anoche al fin estaba más calmada, al menos dentro de lo que cabe, y lo estuve hasta que mi futuro cónyuge trazó nuestro plan para el día de hoy: estar en el cine antes de las doce de la mañana. Me parecía algo exagerado, teniendo en cuenta que teníamos entradas para las cinco de la tarde, y entonces él me espetó que debería haber sido yo quien propusiese tan, a priori, descabellado plan, porque nunca se sabe qué puede pasar (un pequeño inciso: aunque a los dos nos gusta tanto Indy como Star Wars, a él le tiran más los sables láser y a mí los látigos, uno en concreto). Y claro, me volví a poner histérica.

Esta mañana nos hemos levantado pronto (anoche llegamos del trabajo después de la una de la mañana, así que no hemos dormido mucho) y hemos llegado al cine poco después de las once y media. Antes de entrar en el parking del centro comercial, mi acompañante ha apuntado: «Sube gente para el cine». Y yo he respondido, tan tranquila: «Hoy es fiesta en Sevilla, así que habrá sesión matinal». En la última sílaba me he dado cuenta de la tragedia. Pese a que la compra por Internet y la chica que nos vendió las entradas en la taquilla el 1 de mayo indicaban que la de las cinco (para la que teníamos localidades) era la primera sesión, era más que probable que hubiese un pase matinal.

Podría decir lo vertiginosos que fueron mi entrada en el parking, mi aparcamiento y la subida de las tres plantas que separan la zona de estacionamiento de los cines, pero os lo podéis imaginar. Hemos subido, hemos comprado las entradas y nos hemos metido en la sala a velocidad de vértigo. A pesar de que no estaban numeradas, nos hemos sentado donde solemos hacerlo y hasta nos ha dado tiempo a ir al baño antes de que las luces se apagasen y saliese en pantalla (después de un anuncio inenarrablemente cursi, ñoño y horrible sobre un sitio en la quinta puñeta para celebrar bodas) el logotipo de Lucasfilm.

Mañana haré una reseña completa de la película, pero os adelanto que no sólo no me he cortado las venas ni he pillado un avión para suicidar a Lucas y Spielberg (a Harrison Ford no, porque se me ocurren otras cosas mejores que hacer con él), sino que la hemos vuelto a ver a las cinco (y no porque ya tuviésemos las entradas compradas) y nos queda alguna vez más (en versión original; las dos de hoy, una digital y otra normal, han sido dobladas).

Y termino ya por hoy con un encendido reproche a Nervión Plaza (el cine en cuestión), que al parecer no entiende el concepto primer pase, porque si había sesiones a las doce (cuatro o cinco salas), a las cuatro, cuatro y cuarto y cuatro y media, está claro que la de las cinco no era ni de lejos la primera, algo que expresamente pedí en la taquilla cuando compré las puñeteras entradas hace tres semanas. Mal, muy mal.

El fin de la cuenta atrás

Al fin, después de tanto tiempo de espera, de rumores, de dudas y, por qué no decirlo, también de miedo, hoy se estrena en todo el mundo Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Mi particular calvario termina (o eso espero, porque como sea mala me va a dar algo) a las cinco de la tarde, pero antes os dejo aquí otro reportaje escrito en mi vida real, como dicen algunos, esta vez sobre el estreno de la cuarta entrega. Es 100% libre de espoilers, así que lo podéis leer sin miedo. Y ahora os dejo porque voy a pasar la tarde con el doctor Jones. Que tengáis un buen día.

Ha vuelto

Indiana Jones regresa este jueves a los cines de todo el mundo con su cuarta aventura, ‘El reino de la calavera de cristal’.

Otros son más rápidos, más ágiles, más listos, más jóvenes, saben artes marciales, tienen sofisticadas armas y artilugios y dan más golpes de los que reciben, pero pocos son capaces de implicar tan bien a los espectadores en las aventuras, el miedo, el dolor y el triunfo de un héroe que sortea el fracaso, aventura tras aventura, sólo con un ingenioso y descabellado plan que surge siempre en el último minuto. Con su sombrero y su látigo, regresa a los cines dos décadas después de encontrar el Santo Grial. Su objetivo: El reino de la calavera de cristal. Su nombre: Indiana Jones.

Dos décadas sin Indy

Han tardado 19 años en hacerla, pero la idea de continuar la saga surgió tras La última Cruzada, estrenada en 1989 (de hecho, el plan original era hacer cinco películas). En 1994 Harrison Ford se le acercó a Steven Spielberg durante la gala de los Oscar en la que el primero le entregó al segundo la estatuilla por La lista de Schindler para decirle que estaba listo para empuñar de nuevo el látigo. Parece ser que fue entonces cuando Lucas y Spielberg comenzaron a buscar un guión para la cuarta entrega, una búsqueda infructuosa que demoró el proyecto durante años a pesar de que vieron muchos guiones (durante un tiempo prácticamente no había un guionista en Hollywood que no tuviese en el cajón una historia para Indy).

M. Night Shyamalan o Tom Stoppard (Shakespeare in love) fueron algunos de los que escribieron sobre el doctor Jones, pero todas sus propuestas fueron rechazadas. Lucas se embarcó en su segunda trilogía galáctica, que le tuvo ocupado hasta 2005, y Spielberg comenzó a encadenar rodaje tras rodaje, en un frenesí que las malas lenguas atribuyeron a una necesidad de mantenerse ocupado para rechazar, llegado el caso, filmar un nuevo Indiana Jones.

Y entonces, en 2004, la Red volvió a llenarse de rumores: tenían guión. No se sabe mucho de ese libreto, salvo que lo firmaba Frank Darabont (Cadena perpetua) y que se centraba en la relación del héroe con su hermano (que iba a ser interpretado por Kevin Costner). Cuando ya todos daban por seguro que se iban a poner manos a la obra, saltó la bomba: Lucas lo había rechazado. Siguieron llegando propuestas (que básicamente servían para que, casi cada año, se publicase en algún sitio que el rodaje comenzaría “este verano”) y todas eran descartadas, bien por Lucas (que ha confesado que no le gustaba ninguno de los macguffins –el tesoro tras el que andaría Indy–), bien por Spielberg (reticente a retomar la saga).

Hace algo más de un año volvieron a saltar los rumores. Tenían guión (esta vez de David Koepp) y la rodarían en verano. Como es lógico, nadie se lo creyó, hasta que se publicó la primera foto oficial (tomada además por Spielberg) de Harrison Ford vestido de Indiana Jones.

La historia

Una vez confirmado que sí que habría un cuarto Indiana Jones, la cuestión estaba en averiguar de qué trataría. Hasta llegar a El reino de la calavera de cristal (revelado en septiembre del año pasado por Shia LaBeouf en una entrega de premios de la MTV), registraron títulos como La ciudad de los dioses, El destructor de mundos, El cuarto rincón de la Tierra, La ciudad perdida de oro o La búsqueda de la Alianza.

Algunos de estos títulos tienen que ver con un macguffin del que se habló durante años, la Atlántida, presente en cierto modo en la historia de las calaveras, unos artefactos de origen precolombino, según la leyenda (los científicos han demostrado que las que se conservan en el Smithsonian, el Museo Británico y el museo parisino de Quai Branly datan en realidad del siglo XIX), entregados por los Itzas (habitantes del mundo perdido) a los olmecas y que poseen propiedades como la capacidad de detener el mundo si se alinean todas las existentes.

La ‘fórmula Indy’

Las series de televisión tienen su biblia, un documento que recoge los presupuestos argumentales y narrativos a los que los guionistas deben atenerse para escribir nuevos episodios, y en cierto modo también la tiene Indiana Jones. Aunque en esta entrega hay varias novedades, su espíritu es fiel al de sus predecesoras: la esencia clásica del cine de aventuras (algo de lo que inexplicablemente se quejaron algunos periodistas que la vieron el domingo en Cannes).

Se ha rodado en celuloide, en escenarios reales, no hay un solo efecto digital más de lo necesario, ni experimentos en el montaje (una vez más a cargo de Michael Kahn), Harrison Ford hace la mayor parte de sus secuencias de acción, los productores, aparte de Lucas, vuelven a ser Frank Marshall y Kathleen Kennedy, la música (por supuesto) es de John Williams y el gran fichaje del equipo, el director de fotografía Janusz Kaminski (el nonagenario Douglas Slocombe está retirado), al que le gusta experimentar con texturas y colores, ha sido aleccionado por Spielberg sobre qué aspecto tienen las aventuras de Indiana Jones.

Novedades

Como se suele decir, el tiempo pasa para todos, no sólo para Spielberg, Lucas y Ford (al que estos días le preguntan de un millar de formas si no es, a sus 65 años, demasiado viejo para volver a meterse en la piel del arqueólogo: lo poco visto hasta ahora demuestra que no lo es), sino también para la saga y para el propio personaje.

Si las historias de la trilogía se desarrollaban en los años 30, ahora la acción salta a 1957. No hay nazis (aparte de por coherencia histórica, por el deseo de Spielberg, tras La lista de Schindler, de dejar a un lado a las huestes de Hitler), sino rusos (liderados por el personaje de Cate Blanchett), y también hay varios cambios en el equipo del héroe, unos por causa de fuerza mayor (Denholm Elliot, el entrañable Marcus Brody, falleció hace unos años) y otros no tanto, como John Rhys-Davies (Sallah) o Sean Connery (Henry Jones Sr.), que rehusaron participar. La que sí repite es Karen Allen, que ya buscó con Indy el Arca, y se añaden al grupo Shia LaBeouf, Ray Winstone, John Hurt y Jim Broadbent.

El futuro

Hay quien afirma que esto no es un punto final, sino el inicio de una etapa, con una nueva generación (¿LaBeouf?) tomando el testigo, pero Indiana Jones es Harrison Ford. Ningún otro actor sería capaz de imprimir al personaje las dosis exactas de vulnerabilidad, humor, cinismo, encanto y credibilidad para crear al héroe humano y cercano que ha cautivado a varias generaciones.

Mientras Lucas da pábulo a la rumorología sobre una quinta entrega con Indy reducido a una presencia testimonial, Spielberg sólo dice que continuará si el público quiere que lo haga. El director no se ha cansado de repetir que esta película la han hecho para los fans, para los que durante 20 años se han conformado con revivir en la pantalla del televisor las aventuras que una vez les emocionaron en el cine, porque, pese a que algunos sostienen que la exhibición cinematográfica es un negocio en decadencia en favor de los formatos domésticos, es en la oscuridad de una sala de cine donde se forjan los mitos.