Las películas de mis sueños

¿Quién no ha tenido alguna vez a su lado en el cine a alguien que se pasa media proyección durmiendo? ¿Quién no ha tenido que acallar los ronquidos de individuos que caen desplomados como troncos en cuanto se apagan las luces?

Pues bien, a mí también me ha pasado. Me he quedado dormida en el cine. No estoy orgullosa, pero tampoco avergonzada (yo al menos no ronco, todo lo más respiro un poco fuerte cuando duermo). Además, sólo me ha pasado tres veces y de todas ellas hace ya mucho tiempo.

La más intrascendente fue viendo The boxer. Sesión golfa, con mucho ajetreo previo, creo recordar. Iba con un amigo y fue sentarme y caer. No sé de qué va la película. Sólo sé lo del boxeador del que habla el título. No me he preocupado de verla después por si me había perdido algo importante.

La segunda (en realidad la última, al menos hasta el momento) fue con La delgada línea roja (akas La raya colorá). No me arrepiento. En absoluto. Lo poquito que vi me dio motivos más que sobrados para seguir durmiendo. Era un muermo. No he vuelto a verla después. Para qué. No sólo no oculto que me quedé sopa, sino que lo esgrimo como argumento cuando alguien me dice que es una obra maestra. Por suerte, la amiga que me acompañaba me despertó cuando llegó el mejor momento de la película:

Esa parte, evidentemente, sí la vi. Pero duraba muy poco, así que enseguida caí de nuevo. No es el Hombre, pero en mi corazoncito George Clooney está bastante cerca.

Y hablando del Hombre (aka Harrison Ford), suya es la tercera película de mi lista de siestas: Juego de patriotas. Tan mala que cuando la volví a ver en casa la quité porque me moría del sopor, y eso que mi colección de entradas de cine de bodrios protagonizados por él (por mucho que le venere, su filmografía no es precisamente ejemplar) es bastante abultada.