Nunca he creído en la objetividad. Por mucho que se intente buscar o que sea deseable aspirar a ella en ciertas áreas, como en el caso del periodismo, no creo que sea posible alcanzarla. Desde el momento en que alguien cuenta algo que ha pasado, lo mismo da que sea con palabras o con imágenes, pone, consciente o inconscientemente, algo de su parte, tanto a la hora de percibirlo como a la hora de compartirlo con otro.
La historia de la ciencia está trufada de pruebas diseñadas para demostrar cómo invariablemente el observador interfiere en lo observado, aunque una de mis favoritas es la del gato de Schrödinger, un experimento mental propuesto en 1937 por Erwin Schrödinger, acertadamente explicada, junto a otras muchas historias científicas interesantes, en el libro Cuerpos negros y gatos cuánticos (que de paso me permito recomendar).
El experimento en cuestión consiste en introducir en una caja opaca a un gato, una cápsula de veneno y una partícula inestable que tiene un 50% de probabilidades de moverse, lo que liberaría el veneno y mataría al gato. La cuestión es que, como es imposible ver desde fuera lo que pasa dentro de la caja (supongo que el gato imaginario es tranquilo y callado, o se le ha drogado previamente, porque si no la viabilidad de la prueba quedaría comprometida), la única forma de saber si el gato está vivo o muerto es abrirla.
A partir de aquí viene una larga y compleja disertación sobre lo que le pasa al gato y que incluye conceptos de la mecánica cuántica que mi limitado conocimiento de la Física me impide explicar apropiadamente, así que, simplificando, en el interior de la caja se produce una superposición de estados que lleva a afirmar que el gato está, a la vez, vivo y muerto. Sólo al abrir la caja se puede comprobar si la cápsula se ha roto, es decir, que la intervención del observador determina si está vivo o no porque le obliga a decantarse por uno de esos estados.
La paradoja del citado felino sirve, además de para ilustrar la imposibilidad de la objetividad, para dar munición a los defensores de los universos paralelos o los muchos mundos (que sostienen que el experimento genera dos universos, uno con un gato vivo y otro con un gato muerto) y también, como acertadamente propone Sheldon en The Big Bang Theory, para comprobar la viabilidad de una relación o de cualquier otra cosa. La única forma de saber si es o no posible es abrir la caja.