Hace unos días me quejaba en este otro artículo de las carencias lingüísticas y de conocimientos en general que mostraban hoy en día muchos estudiantes universitarios, en concreto de Periodismo. Y me preguntaba cómo gente que claramente no sabe escribir ni sabe tampoco casi nada del mundo en que vive puede haber llegado a la Universidad.
Por mi hermano, que enseña en Primaria, sé de algunos de los disparates que se cometen en las aulas al dictado de las autoridades educativas (llamadlos consejerías o Ministerio de Educación o, simplemente, el sistema), que reprimen con dureza cualquier intento por parte de los profesores de hacer algo productivo con los alumnos que se les encomiendan. Lo que no sabía es hasta qué punto llega el disparate. Un profesor de Lengua en Secundaria me ilustró muy bien la situación en un comentario que reproduzco aquí por su interés (las negritas son mías):
Como profesor de Secundaria de Lengua, me gustaría comentarte un par de aspectos que, quizá, te ayuden a responder a algunas de las preguntas que lanzas en tu texto.
«No entiendo qué se les enseña en los niveles educativos previos», comentas. El problema no es el qué, sino en qué condiciones. Me explico: lo lógico sería, en mi asignatura, que pudiese suspender a alguien por faltas de ortografía, ¿verdad? ¡Pues no! No puedo restar ni una sola décima a aquellos alumnos que me escriben con faltas. ¿Por qué? Porque vienen unos señores inspectores que me pueden sancionar si lo hago.
Pero voy más allá. Yo no he estudiado Filología, sino Periodismo. Los avatares del destino me han llevado a trabajar en la enseñanza, campo en el que me marqué, como objetivo primordial, conseguir que las nuevas generaciones escribiesen mejor. ¿Y sabes lo que ha sucedido? Que, a pesar de que he tenido bastante éxito en esta empresa, mis compañeros de departamento, filólogos ellos, me recriminan por dedicar tiempo a escribir en vez de a enseñar morfosintaxis. Y no me apoyan en absoluto.
A esto hay que añadir un aspecto más: los padres, que suelen ser peores que los hijos. A mí me han obligado a aprobar a alguien que tenía suspendidos todos los trimestres de Lengua y el examen de recuperación de septiembre. ¿Por qué? Porque los padres se empecinaron en que su hijo tenía que pasar al siguiente curso como fuera; y, con la connivencia de los inspectores, no tuve más remedio que aprobar a una persona con faltas, que apenas entiende lo que lee y que, por supuesto, no sabe distinguir un sustantivo de un adjetivo.
Ese es el panorama al que nos enfrentamos muchos (porque, evidentemente, no soy el único) profesores de Secundaria de Lengua castellana y Literatura a día de hoy. Esa es la sociedad en la que vivimos. Entiendo tu indignación: comprende nuestra impotencia.
Un cordial saludo,
Un profesor de Secundaria
Ignoro dónde enseña este profesor, pero imagino que será lo de menos. Por lo poco que sé, creo que hace tiempo que el sistema educativo es una broma de mal gusto que, al final, terminará engullendo a este profesor y a todos los que, como él, sigan pensando que su trabajo es enseñar a sus alumnos, no aprobarles porque lo dicen los inspectores (o sus padres, tanto da). Como digo, soy profana en la materia, así que no se me ocurre cómo dar la vuelta a esta situación, pero el panorama es desolador.