At the beginning of time the clock struck one
Then dropped the dew and the clock struck two
From the dew grew a tree and the clock struck three
Imagina una guerra.
Imagina que te toca ir a combatir en ella, a luchar en un frente a miles de kilómetros de casa, al otro lado del mundo.
Imagina que pierdes. No la guerra, pero sí la batalla por hacerse con el control de la ciudad en la que estás destacado y tu compañía se rinde al enemigo.
Imagina que ese enemigo no concibe más opciones en un combate que la victoria o la muerte y que desprecia a los que se rinden en lugar de acabar con su vida con honor. No hay honor para ellos en la derrota, y mucho menos en la rendición, así que no te ven como a un ser humano, sino como a un despojo.
Imagina que esos hombres, en lugar de matarte, a ti y a los tuyos, deciden usaros como mano de obra para construir una línea férrea en uno de los lugares más duros del mundo, una línea que incluso los británicos, en pleno esplendor imperial, descartaron porque su construcción habría exigido demasiado a sus trabajadores, esclavos y semiesclavos que ya perecían en masa en el despliegue ferroviario por el resto del Imperio.
Imagina que tienes la suerte de tener conocimientos de ingeniería y electrónica y con ello te libras de lo peor, de excavar hasta la muerte entre bosques y rocas.
Imagina que se te acaba la suerte y te pillan haciendo algo que a tus carceleros no les gusta. Y te castigan.
Imagina que durante mucho tiempo, tanto que no aciertas a precisarlo, te torturan. Tanto y de tantas y diversas formas, tan humillantes, que jamás serás capaz de contarle a nadie qué te pasó, qué te hicieron en aquella habitación. Pero no podrás olvidarlo. Décadas después, seguirán apareciendo en tus sueños, protagonizando tus pesadillas, aquella habitación y aquellos hombres que te arruinaron la vida.
Imagina que mucho tiempo después alguien te cuenta qué ha sido de tu principal torturador, dónde está ahora y cómo encontrarle.
¿Irías a buscarle? ¿Y qué harías cuando le tuvieras delante?
The tree made a door and the clock struck four
Man came alive and the clock struck five
Count not, waste not the years on the clock
Behold I stand at the door and knock.
A esa pregunta se enfrenta Colin Firth en la película The Railway Man (Un largo viaje en España), que dirige Jonathan Teplitzky y adapta las memorias de Eric Lomax, soldado británico que cayó en manos de los japoneses en Singapur durante la Segunda Guerra Mundial y en cuyo libro aparece el poema The clock of man, que he ido insertando más arriba y tiene un papel destacado en la película.
A Firth le acompañan Nicole Kidman, como la mujer que enamora a quien hasta entonces no había sido capaz de amar a nadie (el relato del inicio de su relación, desde su primer encuentro a bordo de un tren, es maravilloso) pero no consigue ahuyentar sus pesadillas, y Stellan Skarsgård, compañero durante la caída de Singapur y que, como el propio Lomax, tampoco es capaz de hablar de lo que pasó (son curiosos los encuentros de los veteranos que aparecen en el filme; en lugar de contar batallitas, como uno podría imaginar, se limitan a compartir un pesado silencio).
¿Qué hace Colin Firth cuando encuentra a su demonio (interpretado por Hiroyuki Sanada)? Para saberlo vais a tener que ver la película, algo que desde aquí os recomendamos. Sin destripar nada más (lo de arriba lo cuenta ya más o menos el tráiler, que aun así es bastante tramposo), diremos que no es una simple historia de venganza, sino un relato (a ratos hermoso, a ratos muy duro y siempre muy emotivo) sobre las cicatrices (las invisibles son con frecuencia peores que las visibles) que deja la guerra, tanto en un bando como en el otro. También diremos que Colin Firth está magnífico, aunque eso no sea una sorpresa.
No soy una lectora de cómics, nunca lo he sido. Mi principal problema con los cómics, como ya he escrito en alguna ocasión, es el formato, porque se me acaban demasiado rápido. Sin embargo, sí me gustan muchas de las historias que han salido de las páginas de los cómics y me han gustado muchas de las películas que se han hecho con ellas, especialmente las de superhéroes. No todas, claro, que basura hay en todas partes.
De entre las muchísimas películas sobre superhéroes que hay ahí fuera, guardo especial cariño por dos series: la de Los Vengadores (que empieza en Iron Man y termina ya veremos cuándo) y, sobre todo, la de los X-Men. Como no soy lectora de cómics, espero que me perdonéis que diga X-Men y no La Patrulla X. Los mutantes que conozco los conocí en la pantalla grande. Y lo que sé de ellos es lo que he visto en las hasta ahora siete películas que sobre ellos se han hecho, así que espero que también me perdonéis que mis comentarios se ciñan a ellas y no a las decenas de series de cómics que se han publicado hasta ahora.
Cuando hablamos de series, o franquicias, las historias que más me suelen gustar son las iniciales, las que presentan al personaje y, en su caso, su camino hacia aquello en lo que está destinado a convertirse, ese momento de bildungsroman que hay en toda historia sobre héroes (y también villanos, porque sin un buen villano no hay héroe que valga) antes de que se desate el apocalipsis de turno. En la serie de Los Vengadores hay varios de esos relatos (los de Iron Man, Thor o el Capitán América), que confluyen después en la película que los reúne a todos.
En la serie cinematográfica de X-Men el patrón es algo diferente. Para conocer los orígenes de Logan y saber cómo se convierte en Lobezno tuvimos que esperar hasta Origins: Wolverine (de largo, el filme más flojo de toda la serie), y hasta First Class para saber cómo Charles Xavier y Erik Lensherr terminan siendo el Profesor X y Magneto y el nacimiento de esa amistad (ya rota) de la que ya llevábamos una década escuchándoles hablar en la pantalla.
Cuando era más joven me tomaba muy en serio a los críticos. Si alguno destrozaba alguna película, libro o actor que me gustase pillaba unos cabreos monumentales. Seguramente fuera cosa de mi inseguridad que necesitase que otros (y los críticos no eran cualquier otro, sino voces autorizadas, expertos que sabían de lo que hablaban) respaldasen mis gustos y mis apreciaciones, pero lo cierto es que más de una vez lo pasé bastante mal leyendo, por ejemplo, las páginas del Fotogramas (que empecé a comprar, y a leer, cuando mis compañeras del colegio pasaban de mano en mano la SuperPop en clase; también yo la leía, que conste, en la época en la que era una revista juvenil para niñas y no eso en lo que se convirtió después… Mejor lo dejo que empiezo a sentirme mayor…).
Por supuesto, esa inseguridad y esa necesidad de aprobaciónsocial de mis gustos no se limitaba a las críticas del Fotogramas. Como muchos de mi edad entonces, imagino, ansiaba que quienes me rodeaban aprobasen lo que me gustaba. Cuando me di cuenta de que no iba a conseguirlo (una ha sido rarita desde pequeña), aprendí a fingir y a esconder lo que realmente me gustaba (a Harrison Ford, porque lo normal eran Kirk Cameron, Tom Cruise y Patrick Swayze; a decir que leía las novelitas rosas que leían las demás porque lo de leer novelas de crímenes -de Agatha Christie– a los diez, doce años era perturbador, a no hablar de Star Wars y Star Trek y ese tipo de cosas…).
Con el tiempo una fue ensanchando sus círculos de amigos y conocidos y también sus horizontes. Y si, como en mi caso, tienes la suerte de que tus padres (mi madre, concretamente) te permitan irte a estudiar fuera, el beneficio es aún mayor. Puedes dejar atrás toda esa basura y descubrir (hablo de la era pre-Internet; como decía, me hago mayor) que hay más gente, mucha más gente, a la que le gusta Star Trek y Star Wars, y hablar de ello, que lee cosas mucho más raras que tú (y te las descubren, y empiezas también a leerlas) y que a Harrison Ford no hay por qué esconderlo. Aunque estaría encantada de esconderlo, ya me entendéis…
Y llega un día en que te das cuenta de que los críticos son personas, como tú, ni más ni menos, que su opinión es tan válida como la tuya (o al menos tan respetable, porque hay críticos y críticos…) y que no por el hecho de que consideren algo una obra maestra o una basura tienes que estar de acuerdo con ellos. Ni con ellos, ni con nadie, sea o no crítico profesional. Ellos, como tú, van a ver una película, una serie o leen un libro y cuentan por qué les ha gustado o no. Parece una perogrullada, y tal vez lo sea, pero a veces a muchos se nos olvida que lo que escriben, o dicen, no es más que eso, su opinión, no un dogma de fe. Lo mismo se aplica a los premios. Que algo reciba más o menos premios no lo hace mejor, ni invalida la opinión que uno tenga de lo que ha visto o leído. Es sólo que a esas personas que han votado para ese premio les ha gustado más o menos. Nada más. No obstante, eso no es óbice para que a mí, por ejemplo, me guste que reconozcan a la gente y los trabajos que me han gustado. Porque mi opinión es también válida, pero imagino que a Colin Firth le haría más ilusión un Oscar de verdad que ver ante su puerta a una pirada española con uno de juguete, ¿no?
Y volviendo a los críticos, hay que tener en cuenta a los que escriben (literal o figuradamente) antes de ver o leer lo que critican, los que ya saben si les va a gustar o no y los que escriben sus reseñas seis meses antes de estrenarse lo que sea (como dice Kalimero en su crítica al cierre de la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman, que comparto, por cierto, al 99%). Eso tampoco es nuevo, ni exclusivo de los críticos. (Que conste que lo que sigue no está inspirado por una conversación reciente con dos asiduos de este sitio -ya sabéis quiénes sois-; es algo de lo que hemos hablado muchas veces Contradictorio y yo)
Parece que hay gente que se sienta ante una película, o serie, o libro, con un esquema mental preciso de lo que quiere que le cuenten y cómo quiere que se lo cuenten. Y si la película, o serie, o libro, no encaja al cien por cien en ese esquema no les va a gustar, no importa lo que hayan disfrutado viéndola o leyéndolo, ni si les ha entretenido, emocionado, divertido o angustiado. Nada de eso importa. Hay algo aún peor: que haya alguna sorpresa, o giro de guión, o cualquier elemento que no hubieran previsto en ese esquema o que no hayan anticipado mientras veían o leían lo que sea. En definitiva, que les engañen.
A esta gente podría aplicarles una invención (estúpida e inútil, como todas las mías) de mi cosecha: síndrome del lector de Agatha Christie. Los individuos a los que me refiero son de esos que, ante una novela de detectives (vale una cualquiera, pero por mi historial me quedo con la señora Christie), se aplican concienzudamente a la tarea de intentar descifrar la identidad del asesino, desde la primera página (o, más bien, desde que aparece el cadáver). Si el criminal resulta ser quien creían, dirán que la novela les gustó. Si no, acusarán al escritor de tramposo, chapucero o alguna cosa peor.
Esto se puede aplicar a casi todo. Hay personas que se enfrentan a cualquier película, serie o libro tratando desde el principio de atrapar al asesino y otras que preferimos acompañar al detective en su búsqueda de cada pista, en cada interrogatorio, y que aplaudimos los giros y las sorpresas (sin pasarse, claro) porque nos gusta que nos sorprendan, que nos maravillen y que nos engañen. Cuestión de gustos, supongo.
«The filmmakers had only two choices for the role of Sebastian Shaw: Colin Firth and Kevin Bacon. They decided to go with Bacon as he was American and seemed more menacing than Firth».
En lo de americano no tengo nada que objetar, claro, pero ¿Kevin Bacon más amenazador que Colin Firth? Vale que estamos acostumbrados a verlo con porte regio y/o de época, pero creo que el cine se pierde a un gran malo y, en este caso, también a un buen supervillano. A mí me habría encantado verle con el futuro casco de Magneto, y si encima se le añade una capa, mejor. Además, en Mamma Mía! ya demostró que es hombre de más de un registro, ¿no?
PD: Hace unas semanas, en el sitio en el que trabajo dos compañeros hablaban de la película El topo (que medio me destriparon, por cierto). Uno de ellos dijo que en dicha película le había gustado mucho Colin Firth y el otro le respondió que a él ya le gustaba antes del boom Colin Firth. Como soy una señora que empieza a tener una edad, escuché eso y pensé, claro, en Orgullo y prejuicio (y la camisa, y todo lo demás…). Él se refería a El discurso del rey.
Ya sé que voy un poco tarde, pero no creo que a él le importe. Después de todo, a partir de ahora será «el ganador de un Oscar Colin Firth» en todas las promos de películas que veamos. Bueno, yo sí suelo verlas (admitamos que, aunque tenga legiones de seguidoras, el señor Firth sigue sin ser mainstream; espero que eso no cambie con el Oscar…), y no todos los días le dan un Oscar a uno de los tuyos (no tiene pinta de que a Harrison Ford le vayan a dar uno que no sea honorífico) como para dejarlo pasar sólo porque no tengas tiempo de hacerlo en su momento.
Podría contar con los dedos de una mano las ocasiones en que no he seguido, como fuera (televisión, internet o radio) la ceremonia de los Oscar en las últimas dos décadas. Una de ellas fue el año pasado y otra éste. Los motivos son diversos y no vienen al caso. El año pasado, además, no me apetecía. Éste nos pilló fuera de casa y temía, por mucho que tuviese todas las quinielas a favor, llevarme otro chasco como el del año pasado (Jeff Bridges estaba genial, sí, pero él no está en mi lista).
Pero aunque no me quedé a verlo sí que me desperté pronto, en medio de un sueño en el que, precisamente, me levantaba para comprobar qué había pasado. Abrí los ojos a eso de las siete y media (bastante antes de lo que acostumbro) y, media hora después, cuando asumí que no iba a volver a dormirme, encendí la luz de la mesita de noche y luego el iPad para ver cómo había quedado la cosa. Va a sonar un poco abuela cebolleta, pero no hace tanto tiempo era una odisea enterarse de qué había pasado en los Oscar si no habías seguido la ceremonia. Tenías que esperar a un boletín de la radio, que no te daba todos los datos que tu curiosidad necesitaba, o a los informativos de mediodía, que tampoco satisfacían, en absoluto, tu ansia de información. Y si había algún español de por medio, mejor te ibas olvidando, porque sólo te contarían qué había pasado con el español en cuestión. Lo del enfoque patrio alcanzó cotas surrealistas cuando hace poco hablaron en TVE de los Bafta sólo para decir que el premio al mejor actor lo había ganado Colin Firth, «el rival de Javier Bardem en los Oscar».
En lugar de abrir Twitter, donde más tarde leería cosas como que Mark Darcy era trending topic mundial o «cada vez que Colin Firth sonríe, Dios salva a un gatito» (ambos mensajes fueron rápidamente retuiteados, claro), me fui a la web de los Oscar, donde comprobé que, esta vez sí, Colin Firth había ganado.
[El vídeo se ve de pena, pero el bueno, el oficial, tiene desactivada la opción de inserción]
Debo admitir que todavía no he visto la gala completa, salvo el vídeo de arriba (varias veces; aquí está la transcripción por si a alguien no le queda claro lo que dice el chico) y el trocito de Billy Crystal (¡vuelve!), así que no sé si es justo o no el varapalo que los críticos le han dado al espectáculo (sobre todo a James Franco), ni he visto la mayoría de las películas candidatas como para saber si los premios han sido justos o no, aunque sí me habría gustado que David Fincher se llevase el de Mejor Dirección por The Social Network y, como sorkinista reconocida, habría montado un cirio si Aaron Sorkinse hubiese ido de vacío.
[Por si a estas alturas hay alguien que no se haya dado cuenta de que esto no es un artículo sobre los Oscar sino sobre Colin Firth, aquí va otro vídeo del susodicho inglés, esta vez en la rueda de prensa posterior a la entrega del premio. Y esta es la transcripción (por Twitter decían que, ahora que ya había ganado, podía dejar de lado ese falso acento porque no había quien le entendiese)]
Y no sólo todavía no he visto la gala, sino que no vi El rey tartajaEl discurso del rey hasta la semana pasada (primero fue complicado encontrarla -no iba a verla doblada, y los que viven en Sevilla ya saben por lo que hay que pasar para ver algo en versión original-, después localizar unos subtítulos y más tarde encontrar un par de horitas libres…). Por lo pronto diré que me gustó mucho. Mucho. Colin Firth está espectacular (no es generosidad de fan) y Geoffrey Rush soberbio (as usual, en su caso no tiene mérito). Hasta Helena Bonham-Carter, a la que odio profundamente desde hace mucho tiempo, está bien.
Durante la promoción Firth hablaba de la importancia de detalles como los encuadres para acentuar esa sensación de desamparo que transmite el protagonista a través de todo el filme y que estalla en sus peores momentos de tartamudez. No sé si con otro actor me habría pasado lo mismo, pero me angustié bastante en determinados momentos de la película. Esa fue una de las razones por las que me gustó tanto, porque, como se suele decir, me metió en ella. Y eso no es algo que me suceda últimamente con frecuencia. Pero también me reí mucho, porque la película tiene momentos muy divertidos. Puede que esa sea una de las claves, el acertado equilibrio entre los detalles dramáticos y otros más cómicos y el tono sobrio, elegante, que preside la narración de la historia y articula toda la película, que nunca cae en el sentimentalismo fácil. No importa que se sepa qué cuenta y cómo acaba. Importa el viaje. Importa cómo se cuenta. Y en mi opinión está muy bien contado, aunque haya quien considere ese clasicismo aburrido. Como siempre, es cuestión de gustos.
Además, The King’s Speech tiene otro plus que no descubrí hasta que leí este post de Serieína sobre Orgullo y prejuicio: es el reencuentro de Colin Firth y Jennifer Ehle 15 años después. Y yo sin darme cuenta. Cuando digo que he perdido la cabeza…
La red social también la vi en su momento. Y también me gustó mucho, aunque de otra manera. Si cualquier producción con Colin Firth permanentemente de traje gana muchos puntos en cualquier competición, ¿qué decir de una dirigida por David Fincher y con un guión de Aaron Sorkin? De esa combinación no puedes esperar menos que la excelencia. Y lo consiguen con creces (por cierto, que cuando me enteré de que los dos gemelos son en realidad un único actor me quedé de piedra).
Si tuviese que elegir una de las dos películas, no sabría con cuál quedarme. No me habría parecido mal que ganase ninguna de las dos, aunque creo que lo más justo habría sido que una se llevase el de Mejor Película y otra el de Mejor Director, porque Montaje, Guión Adaptado yBanda Sonora se me antoja poco para el filme de Fincher. Podría decirse que La red social ha sido una más de las víctimas de la especialidad de Harvey Weinstein: las rectas finales. Al antaño cofundador de Miramax se le da muy bien promocionar sus producciones en las semanas previas a las entregas de premios para mejorar las opciones con las que arrancan la temporada de galardones, aunque para ello tenga que poner ante los focos a actores que, como Colin Firth, prefieren los cinematográficos a los de platós de televisión y cámaras de periodistas. Pero una vez más Weinstein ha ganado. Lo hizo con El paciente inglés, con Shakespeare in love y ahora con El discurso del rey. ¿Qué tienen esas tres películas en común aparte de los Weinstein? Colin Firth. Al menos esta vez no le roba su chica ningún Fiennes. Algo es algo (aunque Bonham-Carter no sea Kristin Scott Thomas ni, desde luego, Gwyneth Paltrow).
No es que Firth sea alérgico a la prensa. Lo suyo es pura timidez, como se puede apreciar en cualquiera de los vídeos que he puesto más arriba. En el momento en que sabe que ha ganado y que tiene que subir a por la estatuilla y hablar ante toda esa gente, la primera emoción que inunda su cara no es alegría, sino pánico. Después se sobrepone y tiene hasta su gracia (con lo soso que muchos dicen que es; opinión que no comparto, claro). Aunque puede que no sea humor, sino puro terror, porque decir que tiene ganas de ponerse a bailar o que a partir de ahora va a dedicarse a cocinar, aunque nadie quiera comerse lo que haga es, cuanto menos, curioso.
Leí hace unos días (sabe Dios dónde) que resultaba llamativo que ninguno de los actores premiados en los Oscar, salvo el regio Firth, al que igual le cae dentro de no mucho un sir delante («el ganador de un Oscar sir Colin Firth»; ideal para tarjetas de visita), se acordó de dar las gracias a los guionistas que escribieron los papeles por los que fueron galardonados. Por cierto, que hace rato que no pongo ningún vídeo, y aún me queda en la recámara el de los Globos de Oro. Aquí va:
Ya dije antes que hace bastante tiempo que sigo los Oscar, pero este año he hecho bueno el dicho «no te acostarás sin saber una cosa más» y he descubierto que a la entrada del Governor’s Ball tras la gala hay una especie de barra de bar donde unos señores con guantes graban el nombre de los ganadores en sus respectivas estatuillas. Algo que puede que no hubiese averiguado de no ser porque me puse exhaustiva con el material gráfico referente al señor Firth.
Este de la izquierda es el señor Firth, muy contento tras recoger su muñequito con su nombre grabado. Antes de terminar este homenaje al flamante ganador de un Oscar, un par de cositas más, como este vídeo de Sky News (3:25) en el que los periodistas le interceptan en la fiesta de Vanity Fair. Es un corte de una toma algo más larga, que vimos en directo y que muestra que, incluso «con un par de copas», como describió con mucha clase la reportera de Sky News, Colin Firth no pierde jamás la compostura (ni deja de estar bien derechito). En el vídeo original se ve cómo al ver a las cámaras se detiene durante un segundo en una escalera, como si estuviese estudiando sus posibilidades de salir corriendo sin tener que posar o hacer declaraciones. No lo consigue. Y de propina, Austenbook, una versión facebookizada de Orgullo y prejuicio, descubrimiento cortesía de Hermanastra.
En el improbable caso de que quien haya llegado al final de esto tenga ganas de seguir leyendo cosas sobre Colin Firth aquí van estos otros artículos que hemos publicado sobre él:
Casi siempre que viajo a algún sitio traigo de vuelta unos cuantos libros, y el viaje a California no iba a ser una excepción. Suelen ser libros que me cuesta encontrar por aquí (aprovecho los viajes para buscarlos y, si no hay suerte, llamo a la puerta de Amazon), títulos en oferta y ediciones curiosas. Teniendo en cuenta que estuvimos bastante tiempo fuera y que ya veníamos muy cargados de equipaje, tuve que contenerme para no llenar una maleta (otra más) de libros, pero aun así me traje unos cuantos. Éstos:
Although of Course You End Up Becoming Yourself – A road trip with David Foster Wallace
Un libro de David Lipsky sobre, como indica su título, David Foster Wallace. Como encargo para la revista Rolling Stone (que nunca lo publicaría), Lipsky acompañó a Wallace durante cinco días de su tour de promoción de La broma infinita. En ese road trip hablaron de cine, de música, de la peculiar visión sobre la vida y las artes que el fallecido escritor tenía y, claro está, sobre literatura y escritura. Dicen las críticas que es una honesta y respetuosa aproximación al autor y que la inclusión de las entrevistas (o conversaciones) que mantuvieron uno y otro, sin editar, proporciona al lector una ocasión única de acercarse un poco al escritor. En el libro también se incluyen un par de artículos de Lipsky en los que habla del suicidio de Wallace y de cómo lo afrontaron algunos de sus allegados, como su hermana o Jonathan Franzen. Yo todavía no me he leído el libro. No he leído nada que tuviese que ver con David Foster Wallace desde que murió. Ayer hizo dos años.
Pride and prejudice
Hay mucha gente que critica las grandes cadenas de librerías, como Borders o Barnes & Noble (un buen ejemplo es la película Tienes un e-mail), pero hay mucho que aplaudirles, como el WiFi gratuito en muchas de sus tiendas o, en el caso de la segunda, sus ediciones críticas de clásicos a precios muy asequibles. Este volumen pertenece, al igual que el siguiente de mi lista, a la colección Barnes & Noble Classics. En esta casa (cuando digo «en esta casa» quiero decir yo, pero creo que queda mejor así) somos muy fans de Jane Austen, y de esta novela en particular (y de su adaptación televisiva, y de Colin Firth en general…), y además es una de las lecturas obligatorias para este nuevo curso (sí, sigo adelante con Filología Inglesa, aunque al pasar a los grados de Bolonia se convierte en algo así como Estudios Ingleses; no suena igual de bien).
Great American Short Stories
De la misma colección de la que hablaba antes, este volumen incluye relatos desde Hawthorne hasta Hemingway, con ensayos introductorios y análisis (o sea, una edición crítica). Su compra fue inspirada por motivos bibliófilos y también académicos, como la del anterior.
A Heartbreaking Work of Staggering Genius
La primera novela de Dave Eggers, un estupendo novelista, editor de McSweeney’s y perteneciente a la misma generación (grupo o como queramos llamarlo) que David Foster Wallace o Jonathan Franzen. Descatalogado en español desde hace mucho, sólo he encontrado ejemplares de segunda mano en dudoso estado y una copia en catalán. En California también me costó encontrarlo, así que cuando le eché el ojo lo metí en el bolso. Después de haber pasado por caja, claro.
Como ya dije cuando hablé de Prince of Persia, esta prefería verla en versión original, y así me la proporcionó Contradictorio, al que no sólo no le molesta (al menos a mí no se me queja; quizás sufra en silencio…) que tenga una lista de hombres de interés, sino que encima me proporciona material audiovisual sobre ellos. Sí, Colin Firth está en esa lista. Bastante arriba.
Por si alguien no conoce El retrato de Dorian Gray, resumo la novela de Oscar Wilde, que cuenta la historia de un joven, Dorian Gray, al que su amigo pintor Basil Hallward pinta un retrato que considera la esencia de su arte y que en realidad es una muda rendición ante la arrebatadora belleza del joven. En casa de Basil, Dorian conoce a lord Henry Wotton, un hedonista (más de palabras que de hechos) que le instruye sobre la importancia que, a su juicio, tienen la belleza y la juventud, dos dones que ahora posee el joven pero que, le advierte, le abandonarán. Por eso le urge a aprovecharlos y a satisfacer cuanto le dicten sus sentidos y sus deseos. En ese momento, Dorian desea ser joven y bello para siempre, tan joven y bello como el retrato de Basil. Y lo consigue. Dorian permanece joven y bello a lo largo del tiempo, sin que los años ni su progresiva degeneración moral hagan mella en su rostro. Es su retrato el que irá envejeciendo y deformándose hasta convertirse en una abominación, fiel reflejo del alma de Dorian Gray.
No soy una purista. Salvo en casos concretos de veneración de una determinada obra literaria, no me importa que al llevarlas a la pantalla se cambien, añadan o supriman detalles, personajes o tramas, e incluso que se altere (pero no traicione) el espíritu de dicha obra, siempre y cuando el resultado fílmico lo merezca. Si la película me gusta, no me importa nada de eso.
Pero el problema de la versión de Oliver Parker no es que cambie algunos personajes, ni que suavice el de Wotton (Colin Firth) y endurezca el de Dorian (Ben Barnes), ni que atribuya al primero la resolución del drama en lugar de al propio Gray, ni siquiera que explicite la pasión de Basil por el joven -que estaba en el subtexto de la novela pero no en sus palabras; y aun así bastantes problemas tuvo Wilde con ella-, sino que el conjunto es gélido, desigual y sin ritmo y en ningún momento hace, al menos en mi caso, que te importe nada de lo que te están contando. No se entiende el repentino y radical cambio de personalidad del protagonista, materializado en un par de minutos, porque las escasas palabras que Wotton le dirige no habrían convencido a nadie ni para comprarle una enciclopedia. Y si no es creíble su caída, mucho menos su redención, como tampoco lo es casi nada de lo que aparece en la cinta. El retrato de Dorian Gray no es una comedia universitaria sobre las andanzas sexuales de un joven (ni una peli de terror, como parecen insinuar por momentos el tráiler e incluso la desafortunada -y abundante- banda sonora), sino el drama de un joven ingenuo que se deja corromper por un seductor Mefistófeles sin prever que algún día tendrá que pagar por su pacto con el Diablo. Y nada de eso hay en esta pelicula.