‘La fórmula Miralbes’ – Braulio Ortiz Poole

MiralbesLa principal pega que se le puede poner a La fórmula Miralbes, la última novela de Braulio Ortiz Poole, es que se hace corta, y no por su breve extensión (supera por poco las 150 páginas, así que podría ser una novella), sino porque hay temas, personajes, historias, de los que te quedas con ganas de leer más, de saber más. Posiblemente el formato elegido por el autor (falso reportaje compuesto por capítulos muy breves en los que se va combinando la narración de los hechos con los testimonios de los principales personajes) condicione la extensión. Tal vez en una obra más larga chirríe un poco esa estructura.

Son muchas las ideas que aparecen en estas páginas, como la podredumbre de la sociedad en la que vivimos (en general, aunque en la obra se centra el foco en el mundo de la literatura y el periodismo y se personifica en la protagonista, Silvia Miralbes), la percepción que los demás tienen sobre nosotros (y que, en cierto modo, puede condicionar también el modo en que nos vemos a nosotros mismos) o ese retrato de los escritores (y los periodistas también, posiblemente) como una suerte de ladrones de almas:

“Esa entrevista […] define a Miralbes como una ladrona de almas, una autora desprovista de imaginario propio que roba el aliento a sus seres queridos para insuflar ese hálito a sus personajes, una villana que astutamente se agencia hazañas protagonizadas por los demás. Pero ¿todo escritor no es acaso un saqueador de biografías ajenas, y la creación un empeño desesperado por captar la vida?”.

Sin embargo, si tuviera que quedarme con uno solo de los temas, una sola de las ideas que aparecen en estas páginas, diría que La fórmula Miralbes es una novela sobre el perdón.

La mayoría de los personajes de esta historia (perfectamente dibujados pese a la brevedad del relato) son, como explicó hace unos días su creador en la Feria del Libro de Sevilla, personas marcadas por errores que terminaron decidiendo el rumbo que tomaron sus vidas. Pese a tener (casi) todos ellos rasgos o actitudes reprobables, ninguno es esencialmente malvado, no son villanos al uso. Son personas que se han equivocado, que no supieron o pudieron rectificar a tiempo y que ahora simplemente intentan jugar lo mejor posible las cartas que les han quedado.

Lejos de ensañarse con sus miserias humanas, el narrador (en las antípodas de esa criatura legendaria, el periodista objetivo, del que suponemos se seguirá hablando en las facultades de Periodismo) no oculta el cariño que siente por sus protagonistas (o fuentes, ya que estamos ante un reportaje) y les procura una especie de redención que, en el caso de la protagonista, viene en forma de perdón. En otros personajes el perdón no debe llegar de fuera, sino del interior, admitiendo los errores e intentando enmendarlos, o asumiendo que también se ha contribuido a forjar la podredumbre social (y cultural, política, económica…) que sirve de marco a la novela.

Hay mucha oscuridad en esta historia, ya desde la primera página, en la que se nos presenta al fantasma o espectro en que se ha convertido la mujer que aparece en el título, y también es descarnado el retrato de la industria editorial (y, en menor medida, periodística) que se nos ofrece, no por conocido menos desolador, con todos esos títulos firmados por rostros populares (y escritos por vete a saber quién) etiquetados como literatura, esas obras terminadas de cualquier forma por autores de prestigio (con o sin ayuda) que no hacen sino repetir una y otra vez la misma fórmula que garantiza el éxito de ventas… “Nos vendimos a nosotros mismos”, reconoce el editor de la protagonista en uno de los capítulos, “habíamos vendido nuestra alma […] era un pecado enorme como si hubiésemos vendido a nuestros hijos”.

Pero también hay luz, y el regusto que deja esta novela es esperanzador. Como decíamos más arriba, la obra está impregnada de la fe que tiene Ortiz Poole (según sus propias palabras) en la condición humana, y también en sus personajes. Como dijo en la presentación, cree que «hay a nuestro alrededor demasiada celebración de la ceniza, y yo prefería buscar todo lo humano que todavía ardía dentro de ellos». Lo ha conseguido.

Mis reseñas en Goodreads

Un repaso a la trayectoria de Braulio Ortiz Poole

Braulio Ortiz Poole

Hace unos días hablamos en el nuevo Libros de Babel de la publicación de Cuarentena, el último poemario del autor sevillano Braulio Ortiz Poole. Además de poeta, narrador y periodista, Braulio es compañero de trabajo desde hace unos cuantos años. Y también una buena persona, de esas que siempre tienen una palabra amable, muy raramente se enfadan y, en definitiva, me hacen pensar que a lo mejor no nos merecemos la extinción como especie. Sólo a lo mejor.

El caso es que la llegada a las librerías de su nueva obra me sirvió de excusa para echarle un vistazo a los libros que había publicado antes, así que fui a la biblioteca y saqué los cuatro títulos de la foto de arriba: los poemarios Defensa del pirómano y Hombre sin descendencia, el libro de relatos Biografías bastardas y la novela Francis Bacon se hace un río salvaje. Ha sido un viaje interesante. Ahí va un breve comentario, siguiendo el orden en el que los he leído.

‘Biografías salvajes’ (2005)

«A veces creo que la naturaleza humana resulta más vulnerable a la incertidumbre que a la tragedia. El alma sabe encajar golpes, pero sufre en exceso con las preguntas».

Los relatos incluidos en este volumen se articulan en cuatro bloques: «Biografías bastardas» (cuatro historias escritas como si fuesen, con salvedades, reportajes periodísticos; falsas biografías de criaturas ficticias: una actriz, un artista, un chef y un escritor), «El matrimonio y otros inventos» (tres relatos sobre el amor juvenil, los prejuicios y el destino que otros nos imponen), «Máxima audiencia» (tres historias con los medios de comunicación como telón de fondo) y «Cine freak», el relato final y más largo, una tragicomedia de tintes almodovarianos que no pertenece a ninguna de las secciones anteriores.

«Es curioso cómo puedes dejar de ver a una persona y no olvidas la cadencia de su risa».

Como suele ocurrir con las colecciones, sean de cuentos, de poemas o de ensayos, también estas Biografías bastardas son un poco irregulares, con algunas historias más flojas (por comparación con el resto del libro) entre otras muy buenas. Pero incluso las más flojas merecen una lectura, y desde luego no empañan la calidad de las mejores, teñidas de un humor delicioso. Mi favorita es «El demonio viaja en ferrocarril».

‘Francis Bacon se hace un río salvaje’ (2004)

La hasta ahora única novela de Ortiz Poole, editada por DVD y ganadora del Premio Andalucía Joven de Narrativa 2003, es el libro que menos he disfrutado de los cuatro, aunque eso no quiere decir que no me haya gustado.

Su propio autor la define como «una novela sobre la incomodidad», y esa incomodidad se traslada físicamente al lector, no sólo porque deba leerse en horizontal, sino porque algunas de las tipografías que emplea (van cambiando a lo largo del libro) son ciertamente difíciles de leer, al menos para mí. Además, el modo narrativo empleado, un vertiginoso monólogo interior (unos cuantos, en realidad, los de los distintos protagonistas del libro) que en ocasiones se combina con el flujo de conciencia (el stream of consciousness de James Joyce o Virginia Woolf), no da tampoco respiro al lector. Si me costó trabajo leerla, no quiero ni saber lo que le costó a él escribirla.

‘Defensa del pirómano’ (2007)

«Porque te quiero he de decirte que te odio:
no sé hablar del amor sin expresar violencia.

No sé sentir
sin esta propensión a las catástrofes».

Ya he dicho alguna vez que no suelo leer poesía. De hecho, soy incapaz de recordar cuál fue el último poemario completo que leí. Supongo que eso me invalida como crítica, así que digamos sólo que, como lectora, esta Defensa del pirómano me ha gustado mucho (y el otro poemario aún más, como veréis más abajo). Tampoco me apetece adentrarme en disquisiciones sobre las imágenes, temas, métrica, metáforas, tono o la persona poética del libro, porque no sería con ello capaz de expresar lo que he sentido leyéndolo.

«Apostemos por la alegoría.
Un poema debe alzar el vuelo
más allá de los criterios terrenales.
No hay lógica en un verso:
sólo este desabrigo».

He disfrutado (y padecido, que hay mucho dolor en estos poemas) el viaje que propone Ortiz Poole, desde el violento, desencantado y destructivo personaje inicial hasta el más conciliador que cierra la obra, que ha amado, ha perdido y ha sufrido, pero a pesar de ello, o precisamente por ello, tiene una inmensa sed de vida.

‘Hombre sin descendencia’ (2011)

«Decidí abordar esa deuda pendiente desde este punto de partida: la imposibilidad de hablar de los seres queridos, las limitaciones humanas para expresar las hondas contradicciones de la muerte -cómo puede seguir tan presente alguien que ya se fue- y la perdurabilidad del recuerdo.

[…]

Un libro que reflexiona sobre la muerte, es obvio, tiene que recoger también la vida. […] Porque está el amor, y hay un mundo colosal aguardando. […] la vida, siempre, es digna de celebración, única en su grandeza».

Ortiz Poole explica en el post-epílogo el origen de este poemario, que nació de la extrañeza que le provocó que los asistentes al funeral de su tío Braulio rezasen por el alma de un hombre que se llamaba como él. A su vez, sirvió también de homenaje a su padre, fallecido unos años antes. A él le dedica el precioso poema «Fuiste un hombre», que copiaría entero aquí pero sólo dejaré un extracto. Suscribo mucho de lo que dice, aunque en mi caso no piense en mi padre, sino en mi madre y en mi abuelo:

«A mi padre, que murió hace once años,
le debo todavía encontrar la palabra
que retrate su ausencia y todo lo que deja
a su entorno más próximo.

[…]

Mi padre, que era un hombre prudente,
medía sus palabras. Por eso aún no he podido
encontrar la sentencia que describa su falta
ni este hondo recuerdo una vez que se ha ido.

[…]

Y en su tacto guardaba el secreto del mundo:
nadie muere del todo si el amor le sucede».

Como dice el propio autor, no es una obra dedicada solamente a la muerte. También hay una parte dedicada al amor:

«Porque un hombre enamorado
está siempre desnudo
y toda desnudez exhibe sus estigmas».

A la sección sobre el amor le sigue otra dedicada a la noche, la más oscura de la obra, de la que el protagonista emerge, en el segmento del libro titulado «El mundo», a la luz y a la esperanza:

«Vuelve al pasado sabiendo que el perdón
ha cerrado todas las heridas.

Estar aquí ya es mucho.
Siempre, en realidad, fue suficiente».

El último poema del libro, que sirve de epílogo (las palabras del autor que mencionaba más arriba figuran en el volumen después de este poema), es, junto a «Fuiste un hombre», mi favorito:

«También tú fuiste luz que resplandece
y bailará en los seres que has amado.

Hoy lo sabes.
Un hombre siempre deja descendencia.
Más allá de cualquier alumbramiento,
más allá de su marcha, sobre el cosmos,
quedará su energía.

Un hombre no se acaba en su materia.
Un hombre siempre deja descendencia.

Si ha sido querido,
un hombre nunca muere».

Escribí un poco más arriba que no suelo leer poesía. Quizás porque me cansé de versos que no me decían nada y poetas embriagados de marfil, humo y vacío. Los dos poemarios de Ortiz Poole, sobre todo Hombre sin descendencia, sí que me han dicho algo. Mucho, de hecho. Gracias, Braulio.