De vuelta

Si tenía algún lector, seguramente lo habré perdido. Estar más de un mes sin dar señales de vida es imperdonable, aunque comprensible teniendo en cuenta el hartazgo extremo con el que puse punto y final a una de las temporadas más horribles de mi carrera, a la que sólo sobrevivieron dos neuronas y media a las que no les apetecía pasarse por aquí.

El mismo día 1 (a las 07.00, para redondear la faena) volví al tajo (al que por cierto se ha incorporado el autor de este blog), unas horas después de que nuestro jefe se despidiera dejando como única instrucción un “suerte y trabajad mucho”. En estos días (todos y cada uno de los cuales los he pasado aquí, en una bonita tanda de ocho jornadas consecutivas) me he puesto al día (y he comprobado, con algo de vergüenza, que ninguno de los blogs por los que paseo a diario ha cerrado por vacaciones) y me he dejado seducir por el completo menú farmacológico (ansiolíticos incluidos) que mi traumatólogo me ha recetado para aliviar una contractura cervical brutal que arrastro desde hace meses y con la que ni siquiera las vacaciones han podido acabar.

¿Y qué he hecho en todo este tiempo? Televisivamente hablando, he terminado Studio 60 descorazonada por saber que no volverá, me he partido con The IT Crowd, he comenzado Sports Night (sí, más Sorkin) y (al fin) Los Soprano y he devorado Dexter y Jericho. De todo ello hablaré en los próximos días, de eso y de mi estupendo viaje a Londres, en el que, además de monumentos, museos y tiendas, vimos a Tim Burton y Oliver Platt y hasta charlamos con Rick McCallum en el Star Wars Celebration.

No sé si queda alguien ahí fuera, pero si lo hay, bienvenido. Estamos de vuelta.

Devuélvanle su voz al presidente

Ayer preestrenaron en AXN el primer episodio de la sexta temporada de El ala oeste de la Casa Blanca (la serie terminó en USA hace un año y ahora emiten un aperitivo, en un canal de pago, de su penúltima etapa, que tampoco ha sido editada aquí en DVD, así que supongo que aún queda bastante para que podamos ver, en canales ajenos al p2p, su desenlace) y, aunque tengo todavía a medias la quinta, me puse a ver el episodio (un deporte de riesgo, lo sé, pero se me habían acabado los subtítulos de Studio 60 y tenía mono de Sorkin).

El caso es que ya con el previously me quedé atónita. Al parecer, a Donna la mandan a Gaza (¡!) para que acompañe a una expedición del Congreso que se supone va a mediar por la paz o algo así. En el grupo va también el almirante Fitzwallace. En su excursión por Oriente Próximo, el convoy sufre un ataque en el que mueren dos congresistas y Fitzwallace y además Donna resulta herida de gravedad. Al margen de todo esto hay una supercompleja operación puesta en marcha por el presidente para que palestinos e israelíes alcancen una paz definitiva.

El episodio en sí se desarrolla básicamente en torno a las dos tramas mencionadas. Por un lado, Donna. Josh está con ella, en el hospital donde ha sido ingresada (donde la someten a una operación tras otra), junto a un irlandés llamado Colin que, francamente, no tengo ni idea de quién es. Ésta es la carita que tiene el pobre Lyman durante todo el episodio.

Mientras, en Washington, todo el mundo parece haberse vuelto loco. El presidente y Leo andan todo el día a la greña, hay un mal rollo general entre todos y encima está por allí Locke, vestido de general, tratando de convencer a todos de que la mejor respuesta al ataque contra los congresistas americanos es bombardear a discreción toda la zona, Irán incluido.

Por si fuera poco el caos (ya he dicho que tengo la temporada anterior a la mitad, pero ¿qué demonios ha pasado para que esté todo el mundo tan desquiciado?), a Bartlet le han cambiado la voz.

Ya sé que las series (y las películas) hay que verlas en la versión original, que el doblaje mutila una obra audiovisual y todo eso, pero qué quieren que les diga, yo El ala oeste la he visto siempre doblada. He intentado verla en versión original pero, aparte de que sus vertiginosos diálogos convierten en una tarea hercúlea (al menos para mí) procesar todo lo que leo y los escasos fotogramas que me da tiempo a ver, estoy acostumbrada a verles con sus voces españolas, y me chirrían algunas de las originales, especialmente la de Martin Sheen, mucho menos presidencial que la de Ernesto Aura, doblador habitual de actores como Laurence Fishburne, Tommy Lee Jones o Arnold Schwarzenegger.

Ignoro por qué (he buscado alguna noticia al respecto, pero no he encontrado nada), pero el caso es que Aura no doblaba a Bartlet en el episodio que vi ayer (podría pensarse que igual es un doblaje provisional, pero todos los demás tenían las voces de siempre). El honor le correspondió, según creo haber identificado gracias a la base de datos de El doblaje, a Salvador Vives, voz de Rupert Everett, George Hamilton o Mark Harmon en NCIS. No es mal actor de doblaje, ni su voz es mala. Simplemente, es muy diferente a la de Aura, que, aunque a su vez es totalmente distinta de la de Martin Sheen, encaja mucho mejor con la voz que debería tener el líder del mundo libre.

¿Un fracaso anunciado?


Pomposa y pedante son sólo algunos de los elogios que los críticos han otorgado a la última producción firmada por Aaron Sorkin, Studio 60 on the sunset strip, cancelada por la NBC por su baja audiencia sólo unas semanas después de su estreno. Aunque la emisora se comprometió a emitir los episodios ya grabados, parece claro que la serie no volverá.

Studio 60 era una de las series más esperadas del año. Suponía el regreso del creador de El ala oeste de la Casa Blanca tres años después de haber abandonado la Administración Bartlett, estaba ambientada en el mundo de la televisión y contaba con un reparto de lujo encabezado por Bradley Whitford y Matthew Perry.

La serie muestra las entrañas de un show televisivo, al estilo del Saturday Night Live, dirigido por Danny Tripp (Whitford) y escrito por Matt Albie (Perry). A la tensión de la emisión en directo se suma la presión de la audiencia -(que recae sobre los hombros de Jordan McDeere (Amanda Peet)-, la de los lobbies que pretenden decidir sobre los temas que se abordan en el programa y la relación que mantuvieron Matt y la actriz principal del show, Harriet Hayes (Sarah Paulson).

Aún me quedan unos cuantos episodios por ver, quizás porque a mí también me da rabia ver algo que me gusta y que se ha acabado cuando no había hecho más que comenzar. Son muchos los que han dicho que era más que previsible el castañazo, pero es bastante mejor que muchas de las producciones que ocupan la parrilla de EEUU (de las españolas ni hablo). No está a la altura de El ala oeste, pero los diálogos, el ritmo y la interpretación de los actores, en especial la pareja Josh-Chandler, una de las mejores que he visto en mucho tiempo, son más que notables. (La única pega es Sarah Paulson. Tanto la actriz como su insufrible personaje lastran un poco el conjunto.)

Pero la audiencia, esa masa informe y voluble a la que ningún estudio es capaz de comprender (otro día hablaremos de los gustos de los espectadores), le dio la espalda y Sorkin echó el cierre. En España la está emitiendo Canal+, una buena oportunidad para que no se pierdan un detalle aquellos que, como yo, tienen problemas para seguir el ritmo de los diálogos de Sorkin y su patentado (y a veces estresante) walk and talk.

Election day

Hoy es día de elecciones (o lo ha sido, porque a estas horas las papeletas están ya más que contadas) en los ayuntamientos y la mayoría de las comunidades españolas. Las cercanías de los colegios electorales se han llenado de familias enteras que han acudido a (como dicen los informativos) ejercer su derecho al voto y, de paso, a tomar luego unas cervecitas. Es un día raro, un domingo atípico, sobre todo en los periódicos (supongo que también en las radios y televisiones, pero, lógicamente, hablo de lo que conozco). Para quien no esté familiarizado con las redacciones de los periódicos (hablo de los generalistas), los domingos, salvo por los componentes de las secciones de Deportes, son unos lugares casi fantasmas. Del bullicio cotidiano se pasa a apenas un par de tipos; del ruido de los teclados (sí, también hacen ruido) y de las conversaciones a voces se pasa a un silencio pesado, ominoso, que hace aún más desagradable trabajar los domingos.

Pero hoy era un día especial. Todo el mundo estaba allí, preguntando por el porcentaje de votos de los independientes escindidos de no se qué partido, fabulando sobre la posibilidad de pactos entre unos y otros y, en definitiva, dando un poco de vida a un sitio que presupone que los fines de semana no pasa nunca nada y que los lectores tampoco esperan encontrar en las páginas que de allí salen algo interesante que leer.

Entre conversación y conversación, mientras una compañera recitaba como una letanía los concejales obtenidos por cada una de las fuerzas políticas, me acordé, como me ocurre en tantas otras ocasiones, de una de mis series favoritas, una que debería ser obligatoria no sólo en las escuelas de periodismo y artes audiovisuales, sino también en aquellas que forman a los políticos: El ala oeste de la Casa Blanca.

Ya dedicaré más adelante, espero, más tiempo a hablar de la obra maestra de Aaron Sorkin, basada en el día a día del presidente de los Estados Unidos y de su grupo de colaboradores más cercanos, que también tienen que afrontar unas elecciones, a las que precede un debate electoral para el que el presidente se prepara a conciencia ante la atenta mirada de su Director de Comunicaciones, Toby Ziegler, un tipo huraño que exige a cuantos le rodean, incluido el presidente, la perfección.

Como todos conocen su carácter, sus compañeros se apuestan diez dólares a que son capaces de sacarle de quicio (y lo logran), y él decide vengarse en la jornada electoral jugando con lo complicado que es al parecer (no conozco en profundidad el sistema) votar al candidato al que deseas votar. Así que Toby introduce en el colegio al que debe ir a votar Josh Lyman a diversos señuelos que acuden a él para que les confirme que lo han hecho bien aunque, claro está, todos han votado al rival del presidente, para desesperación de Josh, a punto de desfallecer hasta que uno de ellos le dice que tiene un recado para él de parte del señor Ziegler: “Diez dólares”.

Josh Lyman