En 1993, David Foster Wallace escribió para The Review of Contemporary Fiction un artículo titulado «Et Pluribus Unam: Television and U.S. Fiction» incluido en 1997 en el volumen Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (editado en español por Mondadori en 2001). En dicho artículo, Wallace analiza cómo había influido hasta entonces el consumo masivo de televisión en una población que, de media, pasaba seis horas al día delante de la pequeña pantalla. A lo largo de sus 70 páginas, el escritor habla de la soledad a la que se ven abocados los individuos que se lanzan en los brazos de la tele para, precisamente, huir de esa soledad, de cómo la exposición permanente a la televisión está (o estaba entonces) incluso alterando la forma en que los escritores narraban sus historias y en cómo la televisión, lejos de ser una caja tonta, demostró ser capaz de neutralizar las críticas (de alienación e idiotización de sus espectadores) interiorizando todos los pecados de los que los sesudos (y enfadados) analistas la acusaban y convirtiéndolos no sé si en virtudes, pero sí en rasgos definitorios a salvo de cualquier censura.
¿Se entiende algo de lo que he escrito más arriba? Intentar sintetizar en un párrafo un artículo de David Foster Wallace es imposible, y no voy a seguir por esa línea. Por lo que traigo aquí este artículo es porque, releyendo el libro, me he topado con una curiosa descripción de lo que entonces se consideraba que sería la televisión del futuro. En el artículo, Wallace cita a George Gilder, un tecnoutópico y activista del Partido Republicano (por lo visto ambas cosas son compatibles) que en 1990 escribió un libro titulado Life after Television: The Coming Transformation of Media and American Life, el que desarrollaba, entre otras ideas, su concepto de la televisión del futuro, lo que él llamaba el «teleordenador». Lo que sigue es parte del comentario (es mucho más largo y también muy divertido) que Wallace hace de la obra de Gider. La cita corresponde a la edición de 2001 de Mondadori. Las citas dentro de la cita, las toma Wallace del libro de Gilder. Así veía este hombre en 1990 cómo sería, o al menos debería ser, la tele del futuro (las negritas son mías):
[Según Gilder,] …el transporte de imágenes mediante fibra de vidrio en lugar de por el espectro electromagnético permitirá que los televisores se conecten entre sí en una especie de red interactiva en lugar de alimentarse todos pasivamente de la ubre transmisora de un emisor único. Y las transmisiones por fibra óptica presentan la ventaja adicional de que conducen caracteres de información digital. Dado que, tal como explica Gilder, «las señales digitales tienen la ventaja sobre las analógicas de que pueden ser almacenadas y manipuladas sin deterioro» y asimismo resultan tan nítidas y carentes de interferencias como los discos compactos, permiten al televisor equipado con microchips (y por tanto al espectador) disfrutar de gran parte de las decisiones acerca de la selección, la manipulación y la recombinación de las imágenes de vídeo que hoy día están restringidas al director. (…) «El teleordenador [es] un ordenador personal adaptado al procesamiento de vídeo y conectado mediante cables de fibra óptica a otros teleordenadores de todo el mundo». El teleordenador conectado con fibra óptica «deshará para siempre el cuello de botella de la emisión» que determina la estructura televisiva de diseminación de imágenes de Uno Para Muchos. (…) En el nuevo milenio, la televisión americana se volverá por fin ideal y republicanamente democrática: igualitaria, interactiva y «provechosa» sin ser «injusta». (…) «Con una buena programación de los teleordenadores, uno puede pasar el día interactuando en la pantalla con Henry Kissinger, Kim Basinger o Billy Graham.» Unas interacciones bastante siniestras, todo sea dicho, pero en Gilderlandia, a cada cual lo suyo:
Las celebridades podrán producir y vender su propio software. Uno podrá ver la Super Bowl desde cualquier punto del estadio que elija, o bien elevarse sobre la canasta con Michael Jordan. Visitar a la familia de uno desde la otra punta del mundo con imágenes en movimiento apenas distintas de las imágenes de la vida real. Dar una fiesta de cumpleaños para la abuela en su asilo de Florida, llevando a sus descendientes de todo el país hasta el pie de su cama a pleno color.
Y no solamente cálidas imágenes bidimensionales de la familia: cualquier experiencia será transferible a imágenes y vendible, manipulable, consumible. La gente será capaz de
ver paisajes cómodamente desde su sala de estar en pantallas de alta resolución, visitar países del Tercer Mundo sin tener que preocuparse por tarifas aéreas o cambio de moneda … se podrá volar en avión sobre los Alpes o escalar el Everest: todo en una pantalla de alta resolución.
En breve, seremos capaces de diseñar nuestros sueños. Resumiendo, un especialista conservador en tecnología ofrece una forma realmente atractiva de contemplar la pasividad de los consumidores, la institucionalización televisiva de la ironía, el narcisismo, el nihilismo, el estatismo, la soledad. ¡No es culpa nuestra! ¡Es culpa de una tecnología pasada de moda! Si la divulgación de la señal televisiva estuviera actualizada, le resultaría imposible «institucionalizar» nada mediante su diabólica «psicología de masas». ¡En cuanto toda la experiencia se reduzca a imágenes vendibles, en cuanto el receptor usuario de receptores de fácil manejo pueda soltarse de la cordada y elegir libremente, americanamente, de entre una variedad americanamente infinita de imágenes en movimiento apenas distintas de las imágenes de la vida real, y luego pueda elegir además cómo quiere almacenar, modificar, manipular, recombinar y presentar esas imágenes para sí mismo en la intimidad de su hogar y de su cabeza, entonces se romperá la presa irónica y totalitaria de la tele sobre la energía psíquica americana! Fíjense en que la visión semiconducida que tiene Gilder de un futuro de la imagen libre y ordenado es mucho más optimista que la antigua visión que tenía el posmodernismo de las imágenes y los datos. Las novelas de Pynchon y DeLillo derivan metafóricamente del concepto de interferencia: cuantas más conexiones, más caos y más difícil resulta elegir algún significado en el mar de señales. Gilder diría que su pesimismo está pasado de moda y sus metáforas infectadas con las deficiencias del transistor.
¿Qué? ¿Se parece en algo a lo que tenemos ahora, casi 25 años después? Sí, tenemos teles conectadas, con las que podemos disfrutar de cosas que hemos grabado y una infinidad de contenidos adicionales que buscamos por internet para construir nuestra propia programación. Tenemos videollamadas, Skype y Hangouts que nos permiten hablar con amigos, familiares y hasta con personajes conocidos. Pero esas imágenes no son «apenas distintas de las imágenes de la vida real», como tampoco las de los documentales de viajes con cámaras en primera persona para tener la experiencia de haber estado en uno u otro sitio y haber hecho esto o aquello. Y tampoco el 3D da esa sensación de inmersión total que anunciaba este experto hace 25 años. ¿Llegará algo parecido en los próximos años? No tengo mucho de futuróloga, así que no me atrevo a predecirlo. Eso sí, me apuntaría a lo de interactuar con personajes conocidos, con imágenes indistinguibles de las de la vida real. No con los que Gilder propone, claro. Tengo mi propia lista de intereses…
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