Aunque se suele decir que hay gente para todo, a las personas más o menos normales no les gusta que las critiquen. Tampoco a los periodistas. En su (nuestro) caso, la crítica sienta aún peor porque son profesionales acostumbrados a criticar a los demás. Consideran que ese es su deber, denunciar ante sus lectores, oyentes o espectadores los vicios y desmanes de eso que se suele llamar personajes públicos y que van desde un gobernante a un deportista, pasando por todo lo que hay en medio. Lo que algunos de estos periodistas no entienden es que la naturaleza de su trabajo les convierte también en cierto modo en personajes públicos. Desde el momento en que muestran a los demás su trabajo se exponen también a esa misma crítica.
Esas críticas, a veces fundadas y otras no tanto, suelen proceder de fuera de la profesión. En esos casos, la reacción es casi automática: los periodistas hacen piña y atacan al crítico con uñas y dientes.
Si las críticas provienen de dentro, la cosa cambia.
No es habitual que un periodista o un medio critique directamente a un compañero. «Perro no muerde a perro», se suele decir, y ese corporativismo puede tener sentido en ocasiones, pero en otras es un disparate. No puedes presumir de objetividad y ecuanimidad si estás silenciando las barbaridades que en su medio comete el tipo que se sienta a tu lado en una rueda de prensa, pero eso se lleva mucho, sobre todo en España, donde se tiende a mirar hacia otro lado, basándose en otra premisa tan estúpida como la de los perros: «Nosotros no somos la noticia». Eso, claro, no vale siempre, porque bien que publican, a todo trapo, autobombos como lo de Kiosko y más.
Ejemplos de malas prácticas de periodistas y medios hay unos cuantos en España, pero nada de eso lo veréis en otros medios de los considerados serios (y que cada vez lo son menos). Sí en confidenciales, blogs y similares, pero sólo ahí. No quiero ni pensar qué pasaría si aquí tuviésemos un Murdochgate. Por lo pronto, como decía Rafa Ruiz en Twitter, dudo mucho que viésemos a un empresario mediático sentado ante una comisión parlamentaria.
No es tan importante ni tan escandaloso como el Murdochgate, pero en el periodismo deportivo también se cometen tropelías. Especialmente en temporada de fichajes, que suele coincidir con un parón de las competiciones durante el que hay que llenar las páginas y el tiempo como sea. Y ese «como sea» incluye en ciertas ocasiones caer de lleno en el periodismo ficción.
Hace unos días Nacho Mol publicó en Sevillismo un artículo en el que denunciaba esas prácticas y cómo algunos presuntos profesionales se servían del rumor más peregrino (cuando no directamente de la invención) para dar noticias que de noticias no tienen nada.
Con lo que he contado más arriba podéis imaginar que Nacho recibió no pocos palos tanto en los comentarios del blog como en Twitter. Pero también recogió bastantes apoyos, entre ellos el mío. Como le dije a él, no soy sevillista (ni casi aficionada ya al deporte, sólo sigo la Fórmula 1 y el tenis), pero sé que lo que dice es cierto porque lo he vivido. Y en Sevilla, que es la ciudad a la que se refiere el autor. Igual los que arremetieron contra el texto no han visto nunca prácticas parecidas, pero eso no significa que no ocurran ni desde luego les da derecho a llamar mentiroso a Nacho, como hicieron algunos.
Porque sí que ocurre. Yo he visto, en directo, cómo un jefe que no sabía cómo llenar las páginas de uno de los dos equipos de fútbol sevillanos abría al azar la Guía Marca y seleccionaba a un jugador al que dedicaba dos páginas y titular de portada con un «El club podría estar interesado en fulanito». Al día siguiente preguntaban al jugador, que por pura cortesía respondía un «el club X es muy interesante y a cualquiera le gustaría jugar en él» (traducido como «Fulanito quiere jugar en el X»). Después, preguntaban al club que, también por cortesía, no decía que no le interesaba sino que «estudiaban el mercado» o cualquier tontería similar y así, a lo tonto (porque después hay que publicar el descarte del fichaje) llenas los periódicos de toda una semana con una invención.
No todos trabajan así, por supuesto, pero lo del párrafo anterior existe. Quien lo niegue habrá tenido la suerte de no trabajar con ninguno de los medios/periodistas que lo practican, tiene poco mundo, no ve lo que tiene delante de las narices o simplemente miente. Que cada uno escoja la opción que prefiera.