House y Cuddy

Una buena serie de televisión no es una mera sucesión de capítulos. Es una historia que vive, respira, cambia, que a veces da rodeos o se equivoca de camino, que tiene un principio y un final o simplemente avanza sin rumbo definido. Una serie está viva, como sus personajes, que son los que la hacen latir, y para que una y otros sigan adelante deben cambiar y evolucionar. Y los seis años que lleva House en la parrilla dan para muchos cambios.

En estos seis años han sido muchas las cosas que han cambiado en el hospital Princeton-Plainsborough y mucho lo que han vivido sus habitantes. Ha cambiado el equipo de House, varias veces; Wilson se ha vuelto a enamorar, ha perdido a quien amaba y hasta se ha ido a vivir con House; Cuddy ha logrado al fin ser madre, ha tenido novio, ha vivido con él y después ha roto la relación; Cameron y Chase se han enamorado, casado y divorciado y hasta ha muerto un miembro del equipo, Kutner (Kal Penn, el actor que lo interpretaba, dejó la serie por un puesto en la Administración Obama).

Toda la serie gira en torno a Greg House, y también lo hacen los personajes que, nunca mejor dicho, le rodean. Pero House no cambiaba. A él le gusta decir que la gente no cambia (y que miente, pero esa es otra historia). Y es cierto. La gente no cambia, pero sí lo hacen sus circunstancias, y eso introduce pequeños cambios de rumbo a veces imperceptibles que no cambian radicalmente a las personas pero sí pueden hacerlas ligeramente diferentes.

En todo este tiempo, las circunstancias de House han cambiado. Casi ninguno de esos cambios fue bueno, pero aparentemente Greg siempre salía indemne, o al menos no peor de lo que estaba al principio. Recuperó a la mujer que amaba y perdió, sólo para volver a perderla; perdió a su padre y descubrió que en realidad no lo era; se enamoró y perdió otra vez; estuvo a punto de llegar a Cuddy pero lo fastidió y hasta casi recupera su pierna. Cada temporada comenzaba o terminaba, según los casos, con el intento de cambiar a House, como si de un experimento se tratase, para, al cabo de pocos episodios, dejarle como estaba. Al menos así era hasta el final de la quinta temporada, que junto a la sexta podría marcar un punto de inflexión para la serie si no abandona esa senda para volver, al cabo de unos episodios, a la ruta de siempre.

Al final de la quinta temporada House tocó fondo. No sólo eso, sino que supo que lo había tocado. Y determinó ponerle remedio. La sexta temporada arrancó con un fabuloso episodio doble, Roto, con el doctor en un psiquiátrico, decidido, aunque al principio se mostrase reticente, a levantar cabeza, a decirle adiós a la Vicodina y a tomar las riendas de su vida, sin excusarse en el dolor para ser un miserable ni hacer que quienes le rodeaban lo fueran.

House se lo tomó en serio. Dejó la Vicodina, fue a terapia (uno de los hallazgos de la temporada fue el personaje del doctor Nolan) y, en definitiva, intentó ser mejor persona. En ese camino, la historia dejó otra joya, una serie dentro de la serie, la comedia de situación que protagonizaron House y Wilson cuando se fueron a vivir juntos.

Pero en el tramo final de la sexta temporada el protagonista comprendió lo que los espectadores ya intuían. Que su propósito de enmienda no servía. Que todos a su alrededor evolucionaban mientras él seguía atascado, empeñado en atrapar una felicidad que se le escapaba. Y así llegó al último episodio, Ayúdeme, con el derrumbe de un edificio que le obliga a abrirse paso entre los escombros hasta un sótano para auxiliar a una mujer herida. La metáfora del descenso a los infiernos es bastante obvia, y en este caso también efectiva.

Para tener una oportunidad de sobrevivir, la mujer atrapada debía renunciar a una pierna. Al principio House, por motivos también obvios, se niega a autorizar la amputación. Con el paso de las horas comprende que es la única posibilidad de sacarla de allí, y para convencerla le cuenta su propia historia, sin adornos, sin guardarse nada, con una honestidad que incluso a su terapeuta le escatima. House le cuenta cómo el dolor que le causa esa pierna a la que debió renunciar ha pasado a gobernar su vida, cómo ha dejado que eso ocurra, cómo se ha escudado durante años en él para mantener todo y a todos lejos, a una distancia desde la que lo pueda controlar. House relata la crónica de su fracaso personal ante la atónita y llorosa mirada de Cuddy.

Pero de nada sirve la amputación. La mujer termina falleciendo y House se marcha de allí, en silencio, dejando su bastón atrás, de vuelta hacia la Vicodina que guarda en un escondrijo de su piso de siempre. Cuando está a punto de iniciar de nuevo el ciclo, de volver a ser él, alguien le detiene. Cuddy está allí, la real, no la alucinación de una temporada atrás. Le dice que le quiere, que quisiera evitarlo aunque no puede. Él pregunta si es una alucinación. “No”, responde ella. A lo mejor eso le asusta más, pero aun así se besan.

Y así llegamos a la séptima temporada, con mucho mejor sabor de boca que el verano pasado (al menos ahora House no está en un psiquiátrico) y unas expectativas que ojalá el equipo de la serie sepa satisfacer. La idea de ver al doctor enamorado y feliz es suficiente aliciente para los seguidores de House, que después de tantos años pensarán en él como un amigo, casi alguien de la familia, al que uno quiere que las cosas le vayan bien. Que su pareja sea Cuddy multiplica las posibilidades narrativas (sobre todo las cómicas, teniendo en cuenta el bagaje de ambos personajes) porque implica en esa relación a todo el hospital, incluido un Wilson que ojalá se prodigue en esta etapa tanto como en la anterior.

Del resto de historias de esta séptima etapa poco se sabe todavía, salvo que una de ellas contará con la presencia de Jennifer Grey (Baby en Dirty Dancing), y en cuanto al reparto, los productores han confirmado la ausencia durante unos cuantos episodios de Olivia Wilde (Trece), que rueda junto a Harrison Ford y Daniel Craig Cowboys & Aliens, de Jon Favreau. Su hueco en el equipo de House lo cubrirá una estudiante de Medicina interpretada por Amber Tamblyn. En el apartado de incorporaciones, o regresos esporádicos, Cynthia Watros (la ex mujer de Wilson) volverá a escena y Jennifer Morrison (Cameron), que fue oficialmente despedida (salía muy poco ya pero aun así seguía en nómina) de la producción la temporada pasada, volverá a pasear por los pasillos del hospital.

Este año habrá dolencias extrañísimas, diagnósticos diferenciales y puede que hasta lupus, pero la relación entre House y Cuddy está llamada a ser el motor que mueva la historia (a menos que los guionistas se cansen de ellos y los separen al cabo de un par de episodios), porque lo que muchos espectadores esperan es ver en movimiento las fotos de House y Cuddy en la playa y también esa que ha dado la vuelta a la Red en la que él, tumbado junto a ella en la cama, lleva puesto sólo un ordenador portátil. Un Mac, para más señas.

[Ésta es la versión preliminar de un texto escrito antes de ver la ‘premiere’ de la séptima temporada y hecho para un nuevo fregado en el que he metido, del que ya informaré]

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