[Seguimos recuperando textos. La excusa para este perfil de Orson Welles fue el 20º aniversario de su muerte]
A medio camino entre la genialidad y la inconstancia, la personalidad de Orson Welles como cineasta siempre se debatió entre el talento de un artista singular que se atrevió a plantar cara a los estudios en los años 40 para defender la integridad de sus proyectos y el impetuoso carácter de un creador voluble que concebía sin cesar ideas, planes, obras, que, en la mayoría de los casos, abandonaba antes de que se hiciesen realidad.
Más de dos décadas después de su muerte son numerosos los estudios que han intentado aproximarse a la colosal figura de Welles, tratando de aunar ambas vertientes, la de un director único y la del propio personaje en el que convirtió su vida, un individuo tumultuoso, dominado por sus pasiones, al que le entusiasmaba más el proceso que el resultado final de aquello que emprendía.
Welles nació en Kenosha, Wisconsin, el 6 de mayo de 1915. Hijo de una pianista y de un inventor, el pequeño pronto reveló una inusual aptitud para las artes que sus progenitores no dudaron en alentar. Tras la muerte de su madre (tenía nueve años) acompañó a su padre en una larga serie de viajes por todo el globo. Con 15 años asistió al entierro de su padre, y tras graduarse en la Todd School de Illinois decidió abandonar los estudios para abrirse camino en la escena. No logró entrar en el circuito teatral de Broadway ni tampoco en Londres, así que se embarcó en nuevos viajes, que le llevaron a Marruecos y España (donde la leyenda dice que incluso toreó).
Gracias a su amistad con el dramaturgo Thornton Wilder consiguió unirse a la compañía de Katherine Cornell, con la que debutó en 1934, el mismo año en el que se estrenó en la radio, como marido (se casó con Virginia Nicholson) y como director (con un corto).
A pesar de que su primera vocación era el teatro, que ya ejercitó con éxito en su etapa escolar, con innovadores montajes (sobre todo para un chico de 15 años) que osaban reinventar los textos de Shakespeare, fue la radio la que le dio la fama para dar el salto al cine. En 1937 fundó, junto a John Houseman, la compañía Mercury Theatre, con la que creó en 1938 el show The Mercury Theatre on Air, un espectáculo dirigido y protagonizado por Welles, que adaptaba los textos que habrían de ser dramatizados por sus actores. El programa, muy popular, se convirtió en un fenómeno de masas la noche de Halloween de 1938, cuando emitieron una versión de La guerra de los mundos de H. G. Wells con tan alarmante verosimilitud que muchos ciudadanos realmente pensaron que eran víctimas de una invasión alienígena.
A pesar de que tuvo que pedir disculpas al público por el susto, la aventura le abrió las puertas del cine. RKO puso sobre su mesa un suculento contrato para dirigir su primer largometraje, sobre cuyo guión, rodaje e incluso montaje final (algo insólito en la época) tendría la última palabra. Tras un frustrado intento de adaptar El corazón de las tinieblas de Conrad (y de llevar al cine la vida de Jesucristo, ambientada en el Oeste), decidió filmar una historia original, coescrita con Herbert J. Mankiewicz (aunque Welles introduciría considerables modificaciones). El proyecto, titulado inicialmente American, sería Ciudadano Kane, el retrato de Charles Foster Kane, un megalomaníaco magnate de la prensa cuya evidente semejanza con un poderoso empresario real, William Randolph Hearst, le trajo a Welles no pocos quebraderos de cabeza (reflejados en la película RKO 281) e incluso el intento, por parte de Louis B. Mayer, de quemar el negativo.
La película, que se abre con una potente secuencia visual (sobre la que vuela una única palabra, “Rosebud”, pronunciada por el moribundo Kane) en la que el chico de la radio demuestra que no sólo domina el poder de las palabras sino también el de la imagen, finalmente se estrenó, pero fue un fracaso de taquilla, aunque no así de crítica. El filme fue candidato a nueve Oscar y sólo se llevó el de Mejor Guión, la única categoría en la que Welles debía compartir el mérito.
El fiasco de Kane alteró su privilegiado estatus en RKO, para la que rodaría (casi simultáneamente) dos filmes más, El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons, 1942) y Estambul (Journey into fear, 1943). En esa vorágine Rockefeller le pidió que viajase a Brasil para rodar secuencias para un proyecto intercultural, así que Welles dejó a Robert Wise (director de West Side Story y responsable del montaje de Kane) a cargo de la edición de El cuarto mandamiento, circunstancia aprovechada por el estudio para mutilar impunemente el filme.
Aún no había cumplido los 30 y la carrera de Welles ya era un desastre. Siempre decía que arrancó en la cima y después comenzó a caer, y quizás tenía razón. Para los estudios era un fracaso comercial y un autor problemático, y durante unos años se centró en actuar, hasta que en 1946 International Pictures le encarga dirigir El extranjero. Welles se empeñó en demostrar que podía ser un buen chico y hacer una película comercial, así que se concentró en su magnífica interpretación de un criminal nazi oculto en EEUU.
Con el éxito de este proyecto logró un contrato con Columbia para rodar La dama de Shanghai, en la que compartiría cartel con la estrella de la casa, Rita Hayworth, su esposa. Pero las cosas no fueron bien (a pesar de que el resultado fue espléndido). A las injerencias del estudio se unió la tormentosa relación entre los protagonistas, en el ocaso de su matrimonio. Tras divorciarse de la actriz, el director se traslada a Europa para limitarse a actuar (de esta época datan trabajos como El tercer hombre, de Carol Reed), pero pronto tiene en mente un nuevo proyecto, un Otelo que, tras varios aplazamientos, concluye en 1952 (Welles rodaría en los 70 un documental, titulado Filming Othello, que explicaba el proceso y que sería su testamento cinematográfico).
A lo largo de la década de los 50 escribe diversos guiones que no van a ningún sitio y rueda pilotos para televisión que no vende, hasta que otro golpe de suerte le devuelve a los titulares cuando, tras lograr un papel en Sed de mal, su compañero de reparto Charlton Heston le propone al estudio para que también la dirija. Welles reescribió el guión y exigió a la productora que los títulos de crédito figurasen al final del filme (algo que Hollywood no permitiría hasta Star Wars) para no distraer la atención del espectador del impecable plano secuencia con que se abre la película. Éste y otros desencuentros provocaron el despido de Welles en la posproducción. El estudio editó el filme y hasta 1998, con un nuevo montaje, no pudo verse como el director lo concibió.
Fue en esos años cuando empezó a coquetear con una adaptación del Quijote que le acompañó a la tumba (nunca la terminó, pero tampoco la abandonó oficialmente). Sí llevó al cine El proceso y Campanadas a medianoche, basada en una obra teatral suya, Cinco reyes, que reunía a diversos personajes de piezas de Shakespeare. Welles se reservó el papel de Falstaff en una de sus últimas grandes interpretaciones. Aún rodaría algunos títulos más, y siguió actuando hasta su muerte, aunque no pudo interpretar tres papeles que sin duda habrían acrecentado su leyenda: el coronel Kurtz de Apocalypse Now (que ya encarnó en la radio), don Vito Corleone y la voz de Darth Vader (fue descartado porque su torrente vocal era demasiado reconocible, aunque Lucas le pidió que se lo prestase para el trailer de La guerra de las galaxias).
Un ataque al corazón, provocado por su gusto por esos placeres condenados por los médicos, acabó con su vida hace casi 25 años, poco después de haber legado a Peter Bogdanovich, a través de una larga serie de entrevistas, su visión del cine, el teatro y la vida en general. Welles revolucionó la radio, la televisión, el teatro y el cine de su tiempo, y algunos de sus arriesgados planteamientos visuales, fílmicos y escénicos han guiado durante décadas a directores y amantes del cine, que al fin han comprendido que sus éxitos, sus fracasos, sus obras terminadas y las inconclusas componen un soberbio mosaico que, por mucho que se escriba, jamás será posible descifrar.
Permíteme que apunte un dato: el último trabajo cinematográfico de Orson Welles fue poner voz a Unicron, 'el devorador de mundos', en la película de animación 'Transformers: the movie' de 1986.
P.D.: Ya queda menos para Transformers 3. Como es imposible que sea peor que la 2, la esperaremos con ilusión…
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Tienes toda la razón, gracias por el apunte. La verdad es que no llegué a ver la segunda por pura pereza, pero vamos, que tu comentario tampoco me anima demasiado a verla…
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