(Seguimos con el ciclo de Sam Neill, aunque esta me gustó bastante menos que ‘Dean Spanley’)
La premisa inicial de Daybreakers es bastante interesante. En un futuro próximo (sólo diez años adelante), los vampiros se han convertido en los nuevos reyes de la creación. Los humanos prácticamente se han extinguido (o los han extinguido) y los pocos que quedan son cazados y criados como animales para obtener su valiosa y cada vez más escasa sangre, que se raciona y distribuye como si de una poderosa medicina se tratase. Y con esa medicina trabajan precisamente dos de los personajes principales: el de Sam Neill, dueño de una farmacéutica en la que también se cultiva a humanos, y el de Ethan Hawke, un hematólogo que busca, a las órdenes del anterior, una sangre sintética que palíe la inminente desaparición de la de verdad y de paso haga a su jefe más rico de lo que ya es.
Lo mejor de la película es ese mundo vampírico, con túneles subterráneos en las ciudades para que sus habitantes puedan pasearse de día, coches de cristales opacos y cámaras para ver por dónde se circula, Starbucks en los que al café le añaden no un shot de cafeína, sino uno de sangre, y ver en qué se convierten los vampiros que no quieren o no pueden beber sangre humana (esa imprescindible amenaza futura que espolea a los protagonistas para esmerarse en sus misiones).
Lo peor es que esa frialdad ambiental se traslada también a la historia y a sus personajes (a cuya nómina se añade a mitad de metraje un Willem Dafoe aún más desconcertante que de costumbre -ni es vampiro ni es el malo de la función, y eso ya de por sí descoloca- que introduce una nueva variable en la trama: la enfermedad vampírica se puede curar), y algo falla si no te importa un pimiento lo que les pasa a los protagonistas, si viven, mueren, se curan o los despedaza y devora una jauría de vampiros furibundos (bueno, eso sí que me importó un poco, porque no entiendo que, sin venir a cuento, te planten en las narices una masacre a todas luces innecesaria), aunque no desvelaré nada más por si alguien tiene intención de echarle un vistazo. No diré que verla ha sido una pérdida de tiempo, pero sí que me dejó igual que estaba, aunque fue curioso ver a Sam Neill con estas pintas (y con la inmanejable prótesis dental que le colocaron al pobre, aunque eso sólo se aprecia en movimiento):