Destino

Por su interés, reproduzco aquí unas palabras sobre Perdidos de mi marido y cotitular de este blog (no hay espoilers, ya avisaré cuando lleguen):

«Hemos permitido a estos tipos que jueguen con nuestras vidas, nuestra imaginación, nuestro tiempo, nuestras lágrimas y nuestras risas. Hemos dejado que nos manipulen mucho más allá de lo que nos dejaríamos manipular por aquellos a los que más queremos. Han entrado en nuestras vidas y, que nos quede claro por mucho que les maldigamos, no queremos que se vayan porque, mal que nos pese, de aquí a un año vista se irán a descansar merecidamente y nos quedará un vacío que sólo hubiese sido capaz de describirlo el mismo Michael Ende».

Y ahora el final del post que Mer le ha dedicado en Losteóricos al último episodio de la quinta temporada (sigue sin haber espoilers, al menos aquí, en el enlace sí que los hay):

«Creo que es imposible saber como terminará. Porque después de algunos capítulos previsibles, el de ayer, como viene siendo habitual en las finales, fue apoteósico. Un regalo. Uno de esos momentos televisivos históricos, inolvidables y gigantes. Y pueden hacer capítulos previsibles porque en la manga tienen siempre algo que nos dejará a todos con la boca abierta. Y más nos sorprenden cuando nos cogen con las defensas bajas, cuando nos creemos que estamos de vuelta de todo. Son unos hijos de puta y por eso los amo».

No pensaba hablar sobre el tema, pero necesito desahogarme, porque después de ver el final de la quinta temporada de Perdidos pensé, por primera vez en estos cinco años, dejar de ver la serie. (A partir de aquí sí que hay espoilers, así que salid de aquí)

Aquí entra poca gente, menos aún cuando hablo de Lost, y los pocos (pero siempre agradecidos) comentarios se reducen a la nada cuando hablo de los chicos de la isla, pero me da igual. También sé que mi silencioso coautor volverá a recriminarme una vez más que me preocupe tanto por Locke, pero también me importa bastante poco. Por tercer año consecutivo llego a la finale cabreada, y ya estoy harta. Recapitulemos:

– Final de la tercera temporada: Jack (we have to go back) ha salido de la isla, está en el futuro y (junto a Benjamin) ante un ataúd cuyo inquilino no vemos. Ocho meses por delante de elucubraciones y de darle vueltas a un papelito en el que se supone que está el nombre del fiambre. Cabreo.

– Final de la cuarta temporada: Llegamos a él después de que en varios episodios nos hayan contado que el muerto es un tal Jeremy Bentham, que no sabemos quién demonios es, aunque poco a poco vamos descubriendo que es un alias de uno de los losties. Lo sabemos en el último episodio: Locke. Cabreo monumental, con efecto retroactivo porque el pobre calvo ex-paralítico lleva todo un año metido en el puñetero ataúd. Otros ocho meses de espera.

– Quinta temporada: La cosa empieza de lo más entretenida, con sus saltitos en el tiempo y demás, y continúa con Locke moviendo de nuevo la isla y saliendo de allí. En el episodio Vida y muerte de Jeremy Bentham vemos qué ha hecho fuera de la isla, que ha fracasado en (casi) todos sus intentos de convencer a los Oceanic Six de que vuelvan y que, presa de la desesperación, está a punto de suicidarse. Benjamin interviene en el último momento para salvarle, sacarle la información que necesita y matarle como la rata bastarda que es. Pero parece que no es el fin de Locke. El calvo resucita en la isla al estrellarse en ella el avión en que viajaba su ataúd. (A estas alturas, si en Perdidos me dicen que la gente puede resucitar, me lo creo y punto). Pero Locke está raro. Es más seguro, sabe adónde va y qué tiene (o quiere) que hacer. La primera pista es el desconcierto de Benjamin y la segunda el posterior desconcierto de Alpert (pero Locke ha vuelto y con eso es suficiente, así que, aparte de una inquietud porque haya saltado al lado oscuro, lo dejo estar). Pero al final de la quinta temporada descubrimos qué es lo que Ilana y su troupe llevan en esa caja: el cadáver de Locke. Locke no es Locke, es un tipo (cuyo nombre por ahora ignoramos pero al que provisionalmente llamaremos Hijo de Puta, con mayúsculas) que se ha apropiado de él para matar a Jacob a través de Linus. Locke está muerto. Llevan casi toda la temporada haciéndonos creer que ha vuelto a la land of the living, pero no es cierto. Ha muerto y no va a volver.

Que quede claro que el final de temporada me ha encantado, entre otras cosas porque ha vuelto a meterme en la serie, ha hecho que vuelva a sentir a sus personajes y a importarme realmente lo que les pase. Solté unas lágrimas cuando Juliet cayó por el pozo (y eso que nunca me ha caído demasiado bien), me dolió (metafóricamente hablando, claro) cada uno de los golpes que intercambiaron Jack y Sawyer y hasta sentí pena por el ignorado Benjamin Linus.

Pero lo de Locke no me gustó. No el giro, claro, porque es asombroso, sino lo que la isla (los guionistas, aunque prefiero seguir el código de la ficción) ha hecho con el personaje (también me siento engañada por los guionistas, pero esa es otra historia). Después de una vida realmente dura (todos ellos llegaron a la isla con un pesado equipaje, pero a este hombre le robaron un riñón y lo tiraron por una ventana), llega a un sitio en el que no sólo vuelve a caminar, sino que se le brinda la oportunidad de empezar de nuevo, encontrar su lugar en el mundo y ser quien realmente quiera ser.

Locke no es un santo, no vamos a engañarnos, y se equivoca muchas veces (el porcentaje se dispara cuando su camino se cruza con el de Benjamin), pero no es el ser lloroso y acabado que era cuando llegó. La isla le brindó, entre otras cosas, la posibilidad de cerrar el capítulo de su padre. Locke creía que su destino era llegar a esa isla, liderar a los Otros y convencer a los Oceanic Six de que volvieran, pero su destino era simplemente ser el recipiente con el que Hijo de Puta consumaría su venganza contra Jacob.

Parece que al final Jack tenía razón:

«¿Te has parado a pensar alguna vez que esa vana creencia de que eres especial no es real? ¿Que quizás no hay nada importante en ti? Tal vez sólo eres un viejo solitario que se estrelló en una isla».

No se puede empezar de nuevo, no hay un destino que justifique, compense o le dé sentido a ninguna de las desgracias por las que pasamos. John Locke es sólo un peón en una guerra que ni conoce. No es el elegido. No es nadie.

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