No es vacío, ni crisis vital, ni la necesidad de hacer algo con mi vida (acabo de casarme, tengo un trabajo más o menos estable -crucemos los dedos con la que está cayendo- y tengo aún por delante una larga hipoteca que deja bastante claro qué hacer con mi vida: trabajar para pagarla), así que quizá sea que cada día me aburro más en mi trabajo, no importa si tengo mucho o poco que hacer. El caso es que, casi una década después de abandonar la vida estudiantil (con mi poco útil título de Periodismo bajo el brazo), voy a volver a estudiar. El trabajo y el resto de quehaceres cotidianos me hacen imposible matricularme en cualquier enseñanza presencial, así que voy a optar por la educación a distancia, o sea, la UNED, en concreto la licenciatura de Filología Inglesa, una de las carreras, junto a Historia, que dejé de lado para zambullirme en el apasionante mundo del periodismo.
A finales de semana espero haber completado la matrícula -no sé por qué dicen que se puede hacer por internet si luego te piden que envíes una absurda fotocopia compulsada de tu título (¿no te doy mis datos? Mételos en el ordenador y compruébalo)- para poder empezar con la parte divertida: comprar los libros y aprender, porque esta vez no voy a conformarme con aprobar.