Aunque hace ya unos días que la vi, me han tenido ocupada otros menesteres que han aplazado hasta ahora el comentario de El caballero oscuro (sí, también yo creo que The Dark Knight suena mucho mejor). En estos días se ha hablado mucho de la película, en términos generalmente elogiosos (con excepciones, como ya comenté) y hasta superlativos. No es, como dicen muchos, la mejor película de la Historia o una de las mejores (o al menos aún no; eso sólo se podrá saber dentro de unos años), pero sí es una gran película, muy superior al resto de las adaptaciones de cómics que pululan por las pantallas desde hace unos años (y también a muchas otras de otros géneros). No soy lectora de cómics ni tampoco fan de las versiones cinematográficas del hombre murciélago. Pese a que algunos las defiendan, las dos de Tim Burton me aburrieron soberanamente (Michael Keaton no puede ser Batman), de Batman y Robin ni siquiera me voy a molestar en hablar (y eso que tiene a George Clooney, pero ni por ésas) y la única digna, en mi humilde opinión, es Batman Forever. Pero Batman begins sí me gustó, mucho, y ésa fue la principal razón de querer ver El caballero oscuro (aparte de que que me gustan los filmes que hasta ahora ha hecho Christopher Nolan y que siempre es un placer ver, aunque salgan poco, a Michael Caine y Morgan Freeman).
Las críticas y comentarios previos y posteriores al estreno se han centrado en el dúo Batman/Joker, en cómo son, en cierto modo, dos caras de la misma moneda. Christian Bale sigue aguantando con solvencia el traje de un Batman (también el de Bruce Wayne) que, como en la primera entrega, prosigue su búsqueda interior para encontrar al héroe que quiere ser (un camino en el que cuenta con Alfred -Caine- y Lucius -Freeman-, dos férreos apoyos que le mantienen anclado a la realidad y que le recuerdan dónde está el norte y dónde el límite entre un héroe y un vulgar justiciero), aunque su labor no es precisamente aplaudida por sus conciudadanos.
En ese camino irrumpe, como ya todos sabréis, Joker, al que ya llamé en otro sitio «profeta del caos» y cuyo único propósito es, como dice Alfred en el filme, «ver el mundo arder». Mucho se ha hablado (y mejor de lo que podría hacerlo yo) de este personaje, empeñado en ponerlo todo patas arriba, en propagar su amoralidad (más que inmoralidad). Y para ello no tiene más que apelar al férreo e inquebrantable instinto de supervivencia del único animal consciente de su propia mortalidad, unos seres humanos que, como decía Javier Marías en el tercer volumen de Tu rostro mañana, siempre prefieren, aunque no lo admitan, que sea otro el que muera en su lugar, que el de al lado reciba la bala que iba destinada a nosotros. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta ser el que aprieta el gatillo, como ocurre en la secuencia de los ferrys, que prueba que tal vez no todo está perdido en la sórdida y oscura ciudad de Gotham (aunque nadie duda en intentar matar a un don nadie para salvar a sus seres queridos hospitalizados).
Joker (bordado por Ledger) es el catalizador de toda la historia, el elemento desencadenante de todo lo que ocurre en El caballero oscuro y el único que, al final de la travesía, permanece inalterable. En el filme de Nolan, Joker es, no nace o se transforma, simplemente está ahí (y da la impresión de haberlo estado siempre, esperando el momento propicio), sembrando la anarquía con sólo una llamada de teléfono, algo que hace unos años tal vez ningún espectador se habría creído, pero que en el mundo post-11S es aterradoramente posible.
Se ha hablado mucho también de la atracción que ciertos villanos, o ciertas formas de maldad, ejercen sobre los espectadores (advirtiendo sobre sus peligros y asumiendo, una vez más, que todos somos imbéciles e imitamos todo aquello que vemos en una pantalla) a cuento del Joker de Ledger. Yo misma adoro a Darth Vader (por poner un ejemplo conocido por todos), y me encantaría que Hannibal Lecter me enseñase Florencia (y que cocinase para mí, aunque antes deberíamos consensuar el menú), pero este Joker no es otro malo que cae bien. Uno se alegra de que Lecter quede para cenar con el doctor Chilton, pero no puede alegrarse de que Joker se salga con la suya, porque un triunfo suyo es siempre nuestra derrota.
Pero por mucha que sea la fuerza dramática de Joker, no es él, en mi opinión, el protagonista de El caballero oscuro, como tampoco lo es Batman. Esta película es sólo un episodio en la larga lucha entre ambos (que no sé si tendrá continuidad en la pantalla), porque la historia de El caballero oscuro es la historia de Harvey Dent. Como ya he dicho, no soy lectora de cómics, así que mi única referencia del personaje fue la desquiciada interpretación que de él hizo en su día Tommy Lee Jones, con el que era un poco difícil no ya simpatizar, sino incluso empatizar. Todo eso lo consigue el Harvey Dent de Aaron Eckhart, un modelo de integridad, rectitud y honestidad que pelea contra las sombras no escondido tras una máscara, sino a cara descubierta y a plena luz del día. Es el héroe que Gotham necesita, dice Bruce/Batman, y es verdad, porque sólo él parece capaz de limpiar la ciudad de la podredumbre que se ha infiltrado incluso en el equipo del último policía incorrupto de Gotham, Gordon (Gary Oldman).
En manos de Eckhart (y de Nolan) Dent esquiva todo estereotipo para volverse real y dolorosamente humano, porque desde el inicio ya sabemos cómo terminará la historia, sabemos que la ira y la pena le derribarán, que el odio se adueñará de su corazón y le matará, convirtiendo al caballero blanco en una criatura vengativa y cruel y a la esperanza sólo en un vago recuerdo. Dos Caras es una creación de Joker. Él le infligió el sufrimiento que oscureció su alma y le dio el empujoncito que le sumergió en las tinieblas.
A pesar de ser capturado, Joker ha vencido. Ha acabado con Harvey Dent (por mucho que al menos se intente salvar su imagen pública para guardar las apariencias y la falsa sensación de que no todo está perdido) y ha convertido a Batman en un proscrito. Joker gana y todos los demás pierden. Por suerte, sólo es una película.