Mucho más que ‘dibujitos’

Aunque hay mucho indocumentado que sigue negándose a ver cualquier película de animación porque no le gustan los dibujitos, creo que a estas alturas todos tenemos claro que Pixar no hace simples películas de dibujos, y en los 13 años que han pasado desde el estreno de Toy Story no han hecho sino confirmarlo.

Pixar hace películas de animación para toda la familia, y por una vez eso no significa historias infantilizadas o un amplio abanico de personajes que cubra todo el espectro socio-demográfico (como ocurre a menudo en las ficciones televisivas patrias) para captar a espectadores de toda edad y condición. En las películas de Pixar hay muñequitos para los más pequeños y trabajados y geniales guiones para sus padres o acompañantes, que con ellos no tienen que dejar sus neuronas en casa cuando llevan al cine a sus niños.

Con su debut en el largometraje en 1995 con Toy Story, los chicos de John Lasseter iniciaron una progresión que parece no tener fin. Puede que Bichos y Cars (en mi opinión las dos cintas más flojas del estudio) sean las únicas sombras de una trayectoria que incluye la segunda de Toy Story (casi tan buena como su predecesora), Monstruos SA (puede que la película no sea de las mejores de la compañía, pero la idea de un mundo paralelo habitado por los monstruos que se esconden en los armarios de los niños y que necesitan sus gritos para proveer a su ciudad de energía es brillante), Buscando a Nemo, la colosal Los Increíbles (que hasta ahora era mi favorita) y la maravillosa Ratatouille.

Y en esa escalera han subido ahora un peldaño más. No sé si WALL·E es la mejor película de animación de la Historia, como dicen muchos, pero sí que su trascendencia fílmica (por muy pedante que suene la expresión) supera ampliamente las fronteras del género.

Se ha escrito mucho ya sobre la última producción de Pixar (dirigida por Andrew Stanton y en la que ha colaborado decisivamente el genio de los efectos de sonido Ben Burtt), y casi todos coinciden en poner por las nubes esta pequeña maravilla que homenajea a los grandes del slapstick (El guionista hastiado lo explica a la perfección) y demuestra, por si se nos había olvidado, que en la pantalla no son precisas las palabras ni para emocionar ni para hacer reír.

Ésa es una de las grandezas de WALL·E, cuyos primeros minutos (su vida en la Tierra y el encuentro del protagonista con EVE), prácticamente mudos, deberían enseñarse en las escuelas de cine a todos esos aprendices (y supuestos maestros) que llenan páginas y más páginas de diálogo en busca de lo que este pequeño robot, más humano que los humanos que aparecen en el filme, logra sólo con un gesto.

WALL·E, una mezcla perfecta de ET, R2-D2 y Cortocircuito (si fuera un parlanchín añadiría a la lista a C-3PO), es la estrella de una función que, de no ser por su final, no feliz pero sí teñido de esperanza, podría, como me comentaba un amigo, haber sido un filme apocalíptico en toda regla, con esa Tierra arrasada por una Humanidad que ha huido siglos atrás, seres humanos reducidos a criaturas informes subidas a sillones autopropulsados, sin masa ósea ni muscular, que han olvidado caminar, comer (se alimentan en vasos), ver más allá de la pantalla que tienen ante los ojos, tocar a quienes les rodean o sentir algo, lo que sea.

El mundo de ese feo futuro está en manos de los robots, creados para hacer más cómoda la vida de los humanos y convertidos ahora en los amos de una Humanidad que deambula sin rumbo por el espacio y cuyo destino está en manos del pequeño protagonista, el último de su especie, un robot que nadie se acordó de apagar y que sigue en la Tierra, solo (salvo por la compañía de una cucaracha), haciendo aquello para lo que fue creado, compactar la basura dejada por los hombres, sin sospechar que ha encontrado la clave para que regresen.

Aunque la animación sea una vez más prodigiosa, como los personajes, el guión, el ritmo y esa historia espeluznante sobre un posible futuro no tan lejano, cualquier elogio se queda corto. Hay quien la compara con Blancanieves, quien dice que es el inicio de una nueva etapa en la Historia de la animación y del cine en general, que es una obra maestra e incluso quien confiesa que se le “cayeron los huevos al suelo”. Y todo es cierto. Todo eso, y mucho más. La prueba es que las decenas de churumbeles que llenaban la sala cuando fuimos a verla no abrieron la boca en toda la película y eso no es fácil de conseguir.

P. D.: Como bonus, os dejo el tema de los créditos finales, Down to Earth, compuesta (Thomas Newman le echó un cable en la música) e interpretada por Peter Gabriel y pirateada vilmente (gracias) del blog de Lord Zoltan, en el que podéis leer su letra.

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