Mi propia ‘trampa 22’

Hace varios días que terminé la novela de Joseph Heller, y desde entonces llevo dándole vueltas a la cabeza, sin éxito, buscando un ejemplo real de trampa 22 con que ilustrar el comentario que publiqué ayer, más allá de los tópicos que he visto repetidos una y otra vez (como el de que nadie te contrata si no tienes experiencia, pero si nadie te da una oportunidad, nunca la tendrás).

Cuando ya había renunciado a ello, tuve mi propia trampa 22. Está directamente relacionada con mi trabajo (más bien con la parte recreativa o voluntaria de mi trabajo, con las cosas que escribo sin que nadie me las pida y sin que nadie -o casi nadie- las aprecie, que no pocos problemas me han causado hasta ahora) y se enmarca en la nueva política empresarial (que no periodística) del grupo de comunicación que me paga la hipoteca, que ha sido tomado en los últimos meses por una fiebre burocrática que no tiene ningún sentido en un sitio en el que se hacen periódicos.

Ya lo he contado alguna vez por aquí, pero yo no trabajo para ninguno de los periódicos de este grupo en concreto, sino para todos, pero físicamente (como es lógico) trabajo desde uno de ellos, lo que hasta ahora no era incompatible con que escribiese para otro, en el que pasé seis años. Después de batallar con todos los jefes que he tenido en mi actual sección para que me dejasen escribir (en mis ratos libres, o sea, en mi casa) para el otro, ahora el departamento de diseño de ese otro ha decidido que, pese a lo que escribo es para ellos (a veces lo cogen en otros periódicos, pero la mayoría de las veces, no), mis encargos son de fuera, así que no van a atenderlos más. Como los de aquí entienden (estos sí con razón) que mis encargos son para otro periódico, tampoco van a hacerme caso.

Así que aquí estoy, sin nadie que me maquete las páginas que hago voluntariamente, sin recibir compensación alguna y robándole minutos a mi escaso tiempo libre, porque me he convertido en una especie de apátrida en mi propia casa laboral, en la que al parecer voy a tener que dejar de escribir.

Lo mejor de todo es que la noticia la recibí el día que me había levantado a las nueve de la mañana (yo trabajo por la tarde-noche, así que llego bastante tarde a casa, por lo que es inviable irme pronto a la cama) para escribir dos páginas sobre el estreno mañana de El caballero oscuro. Por suerte, me queda algún amigo que no sólo se lee lo que escribo, sino que me llama para decirme que le ha gustado. No imagina la falta que me hacía ayer recibir esa llamada. Gracias.

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