‘Trampa 22’

Debo reconocer que me la compré por culpa de Lost, al igual que El tercer policía. Trampa 22 no es tan surrealista como la de Flann O’Brien, aunque tiene detalles e historias tan disparatadas que uno desea que no sean verdad.

Trampa 22, que aparecía en el episodio homónimo de la tercera temporada de Perdidos, en el que Desmond encuentra entre los enseres de la recién aterrizada Naomi una copia de la novela en portugués (y una foto de Desmond y Penny), fue publicada en los años 60 por Joseph Heller (a España tardó un poco en llegar, por aquello de que no eran tiempos propicios para sátiras antibelicistas) a partir de sus experiencias como bombardero de un escuadrón de combate del ejército norteamericano destacado en Italia durante la Segunda Guerra Mundial.

La trampa 22 del título es una argucia administrativa que hace imposible a los pilotos del escuadrón, especialmente al protagonista, Yossarian, librarse de realizar más misiones de combate. La única manera de dejar de volar y volver a casa (hay un número de misiones que deben cumplir para dejar el servicio, cifra que el coronel del escuadrón aumenta una y otra vez para desesperación de la tropa) es estar loco. Pero para entrar en combate hay que estar loco, y por tanto todo aquel declarado oficialmente loco (para conseguir esto, además, hay que pedírselo a un médico; si le pides a uno que te declare loco, obviamente es que no lo estás) es apto para el servicio. (Hay más de uno que está realmente loco, pero ni por ésas se libra).

Hay más trampas 22 a lo largo de la novela, un manual de humor absurdo en el que los mandos y la demencial burocracia son los verdaderos enemigos de los soldados. Hay un oficial que censura aleatoriamente las cartas que los soldados envían a sus seres queridos (unas veces les quita los adverbios, otras los sustantivos, otras todo salvo el encabezamiento y la despedida…), otro declarado oficialmente muerto porque figuraba en la tripulación de un avión derribado (aunque nunca volase; sólo buscaba incrementar su paga) y al que, efectivamente, se le considera fallecido, por mucho que siga en el campamento, a la vista de todos, aunque no se le haga caso, ni se le alimente, ni su familia (que ha recibido una sustanciosa compensación económica) quiera admitir que sigue vivo; hay consejos de guerra en los que ni el acusado ni la acusación saben qué están juzgando; un comandante que, atenazado por el pánico que le da hablar con los demás, se convierte en un fantasma que se niega a atender a nadie; oficiales que matan impunemente a prostitutas y muchas, muchas muertes absurdas (dejando a un lado el hecho de que todas las muertes durante una guerra son absurdas).

Aunque es más que probable que haya más ficción que realidad (o al menos eso es lo que espero, porque da pavor imaginar que un ejército funciona así), no sé dónde termina una y empieza la otra. Lo que sí parece claro es que la experiencia bélica no le resultó demasiado satisfactoria a Heller.

Trampa 22 (originalmente 18) se ha convertido en inglés en una expresión equivalente a nuestro callejón sin salida, que sirve para describir toda aquella circunstancia en la que es imposible ganar, y esta lucha contra los elementos es la que articula la novela, casi un clásico en la literatura anglosajona que compré (y leí), como tantos otros, buscando claves de lo que pasa en la isla. No he encontrado ninguna (aparte de su narración no lineal en la que nunca está claro cuándo se cuentan acontecimientos del pasado y cuándo del presente), pero (pese a que es demasiado larga y que tiene un final algo precipitado) al menos he disfrutado el viaje.

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