En Madrid

Aprovechando que estos días disfrutamos de unas más que merecidas (faltaría más) vacaciones y, como el ciclón San Eustaquio y el posterior viaje a New York, New York (ya sabéis que siempre hay que pronunciar dos veces su nombre), nos va a esquilmar el bolsillo y la energía, decidimos pegarnos una escapadita a nuestro destino preferido cuando queremos ir a algún sitio cómodo, cercano y atractivo: Madrid.

En la capital del reino, donde constatamos cuán lamentable es nuestro estado físico, sobre todo teniendo en cuenta que en dos meses partiremos a la conquista de la Gran Manzana, el amigo Al nos obsequió con los escasos momentos que le dejó su ajetreo laboral (él aún no ha pillado las vacaciones) y nos llevó a Vesubio, un excelente restaurante italiano en el corazón de Chueca (barrio en el que precisamente nos habíamos adentrado la tarde anterior, con un resultado desastroso: nos perdimos).

Aparte de su más que grata compañía (que tanto se echa de menos), Al nos descubrió una ruta casi tan interesante como un buen paseo gastronómico: tiendas de cómics. Ya he dicho alguna vez que los cómics nunca me han apasionado, pero los comercios que los albergan ofrecen muchas más cosas que sí que me interesan, así que sin dudarlo nos lanzamos a recorrerlas.

Entre otras, visitamos Fantasy Books and Comics (con web aún en construcción), donde compramos la primera entrega de la octava temporada de Buffy (que, al menos por el momento, sólo saldrá a la luz en viñetas), Madrid Cómics, Crisis (donde me compré una camiseta de Indy), Metrópolis (de la que salimos con una camiseta de la escuela del Profesor Xavier y un bolso estupendo; la primera para él, el segundo para mí), o Popland, en la que no compramos nada aunque yo me habría llevado la tienda enterita, o al menos lo que pude ver, porque sus angostas dimensiones y su extensa clientela me impidieron curiosear a fondo en todos los rincones.

Como en cada visita a Madrid, las excursiones a la Fnac de Callao fueron casi una peregrinación diaria, para recordar lo que es una verdadera Fnac y no la versión minimalista que nos han instalado en Sevilla, por mucho que en la madrileña se hayan cargado su antaño colosal quiosco y su cafetería, en la que un taciturno muchacho con rizos hacía uno de los mejores cafés que he tomado nunca. Mi futuro marido salió de ella más cargado que yo, que, por una vez y sin que sirva de precedente, me contuve y sólo me traje cuatro libros: el colosal Indiana Jones, historia de una saga; Soy leyenda, de Richard Matheson; Mundo maravilloso, de Javier Calvo; y una guía con la que ir preparando nuestra luna de miel, por muy cursi que suene.

Además de pasear, ver tiendas y cansarnos, también pasamos por el Museo del Prado para ver la exposición Goya en tiempos de guerra, que casualmente ha cerrado sus puertas este fin de semana y que está articulada en torno a los grandiosos, y recientemente restaurados, lienzos sobre el 2 y el 3 de mayo de 1808.

De paso, aprovechamos la visita para ver la ampliación, con su luminoso y amplio claustro, y una sala que ofrecía una muestra del artista norteamericano Cy Twombly titulada Lepanto y que, según el folleto explicativo, servía de complemento, con su personal visión de la conocida batalla, a la exposición de Goya. Pero nada más lejos de la realidad, porque este tipo pinta garabatos con supuestos barquitos dignos de una guardería pero no del Museo del Prado, dibujitos que trajeron a mi memoria la acertada exclamación de un turista escocés en el Reina Sofía ante un enorme lienzo de Miró que consistía solamente en un único punto negro: «What the fuck is this?». Pues eso.

P. D. (momento WTF): Mientras estuvimos en Madrid uno de los pocos cines que aún sobreviven en la Gran Vía acogió el preestreno de Superagente 86. No sé si al evento acudieron los protagonistas o sólo el habitual petardeo patrio, pero pasamos por allí mientras montaban el sarao y a nuestra espalda un tipo dijo algo así como: «Esto es para el estreno de una peli, superagente… no sé qué». Estuve a punto de abrirle la cabeza en castigo por tan grandiosa incultura televisiva, pero entonces la réplica de su acompañante me dejó fría: «Esa es española, ¿no?».

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