Ignoro el momento exacto en que se produjo, pero probablemente fue poco después de tener conciencia de sí mismo cuando el hombre se preguntó si estaba solo o había algún ser superior que controlase sus designios. Desde entonces el ser humano se ha debatido entre el libre albedrío y el destino, una controversia que durante siglos ha alimentado el quehacer de filósofos y artistas y al que no han permanecido ajenos los fabuladores, sean literarios o audiovisuales, que han creado historias de hombres y mujeres regidos sólo por su propia voluntad pero se han deleitado especialmente componiendo relatos sobre individuos atados a las reglas que imponen Dios (o los dioses, según el caso), profecías, el karma, el orden cósmico o cualquier otra entidad con poder y sabiduría suficientes como para guiar los desorientados pasos de los seres humanos hacia una meta ya prefijada que ellos mismos desconocen.
En la creación audiovisual reciente hay abundantes casos de personajes condenados por su destino, desde las tribus errantes de Battlestar Galactica que siguen unas antiguas profecías hasta el Neo de Matrix o incluso Buffy. Y una serie con tantas referencias filosóficas y literarias como Perdidos no podía permanecer ajena al debate entre libre albedrío y destino, protagonizado desde el mismo inicio de la serie por dos hombres, uno de ciencia (Jack) y otro de fe (Locke) cuyos caminos confluyen en un lugar que es más que una simple isla en la que ocurren sucesos extraños.
Que Locke es especial lo notamos cuando supimos, después de varias semanas viéndole corretear, cazar y explorar la isla, que llegó a ella en una silla de ruedas, incapacitado de cintura para abajo. Su encuentro con el monstruo / humo negro, su convicción de que la isla era una entidad con voluntad y con la que podía comunicarse, sus visiones, su más que desgraciada vida anterior a su renacimiento y su encuentro con su padre roba-riñones (creo que los guionistas deberían apuntarse a terapia junto a sus progenitores, porque no es normal la profusión de padres cabrones de esta serie) confirmaron que, o estaba como un cencerro, o sí que podía entenderse con la isla. Para aclarar o complicarlo aún más todo, pudo ver y escuchar al fantasmagórico Jacob en su cabaña, e incluso sobrevivir (vale que le ayudó que no hubiese ahí un riñón, pero aun así es sorprendente) a un traicionero disparo del siempre entrañable Ben.
Y con todo ese bagaje a cuestas llegamos al capítulo undécimo de esta cuarta temporada, Cabin Fever, que muestra que sí que es el elegido. Aunque aún no sabemos quién le ha seleccionado, sí sabemos que el inmortal Richard Alpert le sigue desde su mismo nacimiento, que en varias ocasiones ha intentado reclutarle (no sabemos tampoco para qué) y que gracias a otro enigmático personaje, Abbadon (el tipo que en los flash-forwards visita a Hurley en el psiquiátrico y el que encarga a Naomi la misión de llevar a los científicos a la isla), se decide a embarcarse en una expedición que primero le lleva a Australia (es allí donde el guía de una excursión se niega a dejarle participar y donde se nos enseña por primera vez que está postrado en una silla de ruedas) pero que empieza en realidad cuando el avión se estrella en la isla.
Cuando no es más que un niño, Alpert aparece en el hogar de su familia de adopción para probar a Locke, y lo hace con un ritual parecido al que emplean los lamas para encontrar a su próximo líder: le muestra una serie de objetos para que indique cuáles de ellos son ya suyos. Uno de los objetos es este cómic, que habla de una tierra escondida y en cuya portada se ve una ciudad que flota entre las nubes sobre otra. Nada es casual o inocente en Perdidos, y esto tampoco, porque la idea de una tierra oculta que se mueve entronca directamente con esta imagen que ha aparecido en todas las promos de esta cuarta temporada (aunque no muchos se han dado cuenta) y con el encargo que Locke recibe del portavoz de Jacob (que no es otro que Christian Shephard, acompañado por su otra hija, Claire): debe mover la isla para salvarla.
Con este encargo llegamos a la finale de esta cuarta temporada, un triple episodio que arrancó hace dos semanas con un capítulo que situó a las piezas sobre el tablero para la traca final y mostró el regreso de los Oceanic six a la civilización. Tras una semana de descanso, Perdidos regresó esta semana con un episodio doble (más bien uno de doble duración, porque no hubo ni transición ni créditos entre uno y otro) que arrancaba justo cuando terminó la tercera temporada, con Jack hecho polvo en un aeropuerto tratando de convencer a Kate para volver a la isla. Entonces, además del shock de la incorporación de los flash-forwards como técnica narrativa, nos dejaron con la incógnita de saber quién yacía en un ataúd.
Un año después ya sabemos quién es. Su nombre es Jeremy Bentham, un tipo con nombre de filósofo (el Bentham original fue un utilitarista que defendía la felicidad de la mayoría como baremo para juzgar los hechos y pensamientos de los hombres, que inventó un sistema penitenciario muy parecido al gran hermano de Orwell y cuyo esqueleto, coronado por una cabeza de cera, sigue presidiendo las reuniones del University College de Oxford) que ha ido a ver a los seis de Oceanic (también a Walt) para decirles que deben volver a la isla porque sólo así podrán detener todas las cosas horribles que ocurrieron allí desde su marcha.
Pero Bentham, que al parecer sabe cómo volver a la isla después de que Ben la moviese (con un timón oculto en una estancia congelada tras una especie de máquina del tiempo construida por la iniciativa Dharma), ha muerto. El recorte de periódico que sostiene Jack al final de la tercera temporada asegura que se ha suicidado, pero hay otros, como Sayid, que piensan que alguien ha acabado con Jeremy Bentham, que no es más que un alias tras el que se esconde otro personaje con nombre de filósofo: John Locke.
Ya he dicho más de una vez que él es mi favorito de las docenas de personajes que pululan por Perdidos, y por eso no entiendo que le hayan matado. Ni que decir tiene que el cabreo evitó que ponderase adecuadamente el sacrificio de Sawyer, la ¿muerte? de Jin, el reencuentro de Desmond y Penny, el hecho de que, efectivamente, la isla deja de estar ahí e incluso que Jack haga caso, por una vez, a Locke y mienta a su regreso sobre lo que ha pasado después de que el avión se estrellase.
Hay algunos que sostienen que en realidad no está muerto, que finge o que es un cuerpo falso el que ocupa el ataúd, o que al volver a la isla (Ben le dice a Jack que deben volver todos a la isla, incluido el difunto) resucitará de algún modo, pero me da igual porque hasta enero del año próximo Locke estará muerto, y lo peor es que ahora sé que ya lleva un año encerrado en ese ataúd.