No recuerdo las palabras exactas, pero era algo así: «Llega un momento en que la vida deja de darte cosas y empieza a quitártelas». Se lo decía Jim Broadbent a Indy en El reino de la calavera de cristal cuando recordaba el fallecimiento de su padre y de Marcus. En los últimos meses la vida nos ha dejado sin Charlton Heston, Rafael Azcona o Roy Scheider. Hoy se ha sumado Sydney Pollack a esa lista.
Actor, director, productor y, sobre todo, un hombre de cine querido y admirado por sus compañeros de profesión, basta echar un vistazo a su filmografía -que incluye, por cierto, dos de las peores películas de Harrison Ford (Sabrina y Caprichos del destino) y la que es según mi inminente esposo the worst movie ever (Memorias de África, que a mí sí me gusta)- para comprobar que trabajó con los mejores y que de casi todos obtuvo lo mejor.
Tootsie, Danzad, danzad, malditos, La tapadera, Los tres días del cóndor o Tal como éramos son sólo algunos de los trabajos que firmó como realizador, a los que se unen las decenas de filmes que produjo a directores como Kenneth Branagh, Ang Lee o el también fallecido Anthony Minghella y, por supuesto, sus interpretaciones en cintas que van desde Eyes wide shut a Maridos y mujeres, pasando por El juego de Hollywood, Michael Clayton, las series Will & Grace, Frasier y Los Soprano o La boda de mi novia, una comedia romántica con Patrick Dempsey que se estrena este viernes en España.
Sydney Pollack murió anoche, a los 73 años, a causa de un cáncer diagnosticado hace diez meses. Su voz y su mirada se apagaron en su casa de Los Ángeles, rodeado por su familia. Descanse en paz.