Era conservador, algo irascible y un orgulloso guardián del derecho a defenderse que confiere la Constitución de Estados Unidos a sus ciudadanos, una causa que durante años abanderó vehementemente desde la Presidencia de la Asociación Nacional del Rifle. En una de esas piruetas del destino, su última aparición en la pantalla grande tuvo que ver precisamente con su afición a las armas (llegó a decir aquello de que sólo le quitarían el rifle de sus «frías manos muertas»), retratada por Michael Moore en uno de sus panfletos, Bowling for Columbine, culpable de que muchos conserven para siempre la imagen de Charlton Heston como otro yankee loco más obsesionado con las armas de fuego.
Pero, por muy importante que fuese su faceta pública (en la que también destaca su apoyo a Martin Luther King en su lucha por el fin de la segregación racial en su país o a los profesionales acosados por la caza de brujas de McCarthy por su supuesto comunismo), ante todo hemos perdido a una leyenda del cine, una de las pocas que nos quedaban.
Charlton Heston murió anoche, después de más de medio siglo de carrera en la que participó en más de un centenar de películas y otras muchas piezas teatrales. Llevaba seis años apartado de la vida pública, desde que le diagnosticaron una enfermedad neuronal degenerativa muy similar al Alzheimer que poco a poco se lo fue llevando y que él mismo se encargó de dar a conocer:
«For an actor, there is no greater loss than the loss of his audience. I can part the Red Sea, but I can’t part with you, which is why I won’t exclude you from this stage in my life. (…) For now, I’m not changing anything. I’ll insist on work when I can; the doctors will insist on rest when I must. If you see a little less spring to my step, if your name fails to leap to my lips, you’ll know why. And if I tell you a funny story for the second time, please laugh anyway».
Durante décadas encarnó como nadie en el celuloide el héroe arquetípico, que después otros tantos heredarían (o imitarían), un rol que le llevó a interpretar, con igual e intensa convicción, a Moisés, Judá Ben-Hur, San Juan Bautista, El Cid, Long John Silver, Marco Antonio, el cardenal Richelieu o un torturado Miguel Ángel (por la Capilla Sixtina pero también por el Papa Julio II al que encarnaba Rex Harrison).
En su extensa filmografía conviven clásicos imperecederos como Ben-Hur, Los diez mandamientos, Sed de mal, Horizontes de grandeza, El planeta de los simios o 55 días en Pekín, y también ha tenido tiempo de intervenir en Mentiras arriesgadas o En la boca del miedo, de dirigir, escribir y hasta servir de musa para algunos de los vídeos antológicos de El informal.
Heston se ha ido, derrotado por una enfermedad contra la que luchó, dicen los que le conocían, hasta que ya no pudo luchar más. Como se suele decir, seguirá viviendo entre nosotros gracias a sus películas, hitos de una época de la que cada vez quedan menos testigos.
No me gusta la expresión «derrotado por la enfermedad» o algunas sinónimas que han usado en informativos y periódicos. No entiendo que su fin haya sido una derrota. Derrota habría sido rendirse en el momento en que se supo su problema. Él (y nosotros) ya sabíamos cómo acabaría. Pero luchó. Por tanto, no hay derrota. Sólo paz. Descanse en ella.
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Siempre da pena cuando personas que han sido figuras del cine clásico se van. >Criticable o no como persona lo mismo da, lo que importa es que tuvo su lugar en la Historia del Cine y siempre lo tendrá. >>Besitos!>>>Al.
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Supongo que es cuestión de opiniones, pero si la enfermedad se lo ha llevado, no creo inapropiado decir que ha sido ella la que le ha vencido, dicho con el mayor de los respetos. En cualquier caso, tienes razón, que descanse en paz.
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Aunque en los últimos años su imagen ha estado indisolublemente unida a su defensa de las armas, Heston no tiene un lugar de privilegio en la Historia del cine por eso, por mucho que haya quien se empeñe en ello, así que estoy contigo, Al.>>Besos.
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