El guionista

Era esquivo, huidizo, casi un mito, una leyenda reducida a una línea en los títulos de crédito de las casi cien películas en las que participó. Sólo unos pocos privilegiados le conocían, mientras los demás nos conformábamos con disfrutar de su trabajo. No importaba cuántos homenajes le dedicaran, ni su importancia. Ya fuese una retrospectiva en alguna oscura y remota aula de cine o el Goya de Honor de la Academia, él simplemente no aparecía. Nadie lo esperaba, ni tampoco a nadie ofendía, porque todos sabían y entendían que a Rafael Azcona le molestaba el calor de los focos, el ruido de esa feria de vanidades que rodeaba y a veces engullía su trabajo.

Precisamente por ese retiro social voluntario sorprendió su inclusión, a finales de 2004, en el cartel de ponentes del Encuentro de Cine y Literatura que cada año se celebra en Pozoblanco, una de las primeras apariciones públicas (en los años siguientes vendrían muchas más) de alguien cuyo rostro ni siquiera conocían los organizadores del evento, incapaces de confirmar si había llegado o no al recinto donde tenía que participar en un debate junto a Manuel Vicent hasta que le vieron subir junto al escritor al escenario.

Yo estaba allí, junto a otros compañeros (algunos conscientes del milagro y otros meros anotadores a los que poco importaba qué nombre fuese antes de las comillas), en una localidad algo alejada de la capital -nos hospedábamos en el hotel en el que pasó su última noche Paquirri (todo sigue igual desde entonces, doy fe)-, aunque todas las incomodidades y el molesto acarreo del aparatoso portátil, sus complementos y los míos se vieron con creces recompensados con la deliciosa charla del maestro.

Después del debate pude entrevistar a Azcona, ese genio encantador, pese a su (seguramente buscada) fama de huraño, que con (verdadera) modestia («lo de escribir es sólo ponerse. Dentro del ordenador están todas las palabras») frustraba cualquier elogio de su interlocutor, quizás porque los que son realmente grandes no necesitan que les recuerden a cada paso su grandeza.

Hablador, sin resultar pesado, divertido, ingenioso, cercano… Hay tantos adjetivos cariñosos que se le podrían aplicar, y ninguno sería suficiente, tal vez porque hace ya mucho que declaró la guerra a los adjetivos, tanto que decía que era una de las claves por las que resultaba mucho más fácil escribir un guión que una novela. “En la literatura el protagonista es el adjetivo, y a mí no me resultaba fácil la elección de los adjetivos. En el cine, el que pone los adjetivos es el director. Escribir guiones es más cómodo porque en una novela debes hacer una descripción del ambiente, mientras que en el cine basta poner amanece”, decía, con su también legendario sentido del humor.

Llegó al cine casi por casualidad, de la mano de Marco Ferreri, con quien firmaría El pisito y El cochecito y quien le abriría la puerta de una industria para la que trabajó durante medio siglo y a la que regaló la partitura de sinfonías como El verdugo, Plácido, El bosque animado, La escopeta nacional (y sus continuaciones), La lengua de las mariposas o Belle epoque, con las que se ganó a pulso que todos, fuera y dentro de la industria, lo llamasen el gran guionista del cine español.

Su afán por pasar desapercibido (que le llevó a desestimar la posibilidad de ocupar el sillón en la Real Academia de la Lengua que dejó vacío Lázaro Carreter y que ocuparía finalmente Fernán Gómez) y su modestia (“yo simplemente he hecho mi trabajo. El único mérito que puedo tener es haberme ganado la vida con honestidad”) le han acompañado hasta su último suspiro. Rafael Azcona murió ayer a primera hora, pero hasta esta tarde, una vez incinerados sus restos, nadie lo ha sabido, ni siquiera los más íntimos, como Borau, que sin sospechar nada le envió ayer mismo un correo electrónico (en los últimos tiempos estaba tan enfermo que había perdido hasta el habla y sólo se comunicaba por email) que Rafael ya no pudo leer.

5 comentarios sobre “El guionista

  1. Una auténtica pena. Siempre se te hace un nudo dentro cuando alguien de quien admiras su arte nos deja. Un besito, pequeña. Por cierto, échale un vistazo a la entrevista en Kane3 que está muy simpática. Muacks. Al.

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