No he visto un solo episodio de The office british version, y lo poco que he visto de la variante norteamericana no me ha gustado demasiado (llamadme simple, pero siempre espero reírme cuando veo una comedia, y no es el caso), así que no pertenezco a esa legión de seguidores con que cuenta en todo el mundo Ricky Gervais, pero eso no me ha impedido acercarme a la otra serie del actor y guionista británico, Extras, que ahora se emite en La Sexta después de Buenafuente.
Precisamente esa coincidencia me ha acercado a esta serie centrada en las vicisitudes de Andy Millman, un eterno extra de cine cuyas intervenciones suelen quedarse en la sala de montaje, por mucho que se pavonee como si fuera un verdadero actor (en Espoiler tenéis un análisis más extenso, por si os interesa saber más).
Pero uno de los atractivos de Extras es la presencia de estrellas invitadas en cada capítulo, que van desde Ben Stiller a Samuel L. Jackson, pasando por Kate Winslet, un Daniel Radcliffe obsesionado con perder la virginidad, o sir Ian McKellen, cuyo camino se cruza con el protagonista cuando Andy, cansado ya de la popular pero mediocre serie que dirige y protagoniza en la BBC, anda a la caza de un papel de prestigio que pruebe que es algo más que un gesticulante y algo ridículo cómico televisivo.
Sir Ian busca reparto para una obra suya, y allí se encamina Andy, con el que McKellen comparte su método: él simula ser esas personas que aparecen en la pantalla o en la escena. Él no es así, sólo lo interpreta. Tal cual, por muy absurdo que suene (y lo es). Y claro, Andy se queda estupefacto cuando sir Ian le cuenta que, cuando Peter Jackson le llamó para encarnar a Gandalf, él le preguntó si sabía que no era realmente un mago.
Pero lo que Andy no sabe es que la obra está centrada en la relación, a lo largo de varios años, entre dos hombres que por culpa de las convenciones sociales nunca han podido mostrar públicamente su amor. Pese a sus reticencias iniciales (cree que interpretar a un gay podría perjudicar sus aspiraciones de convertirse en una estrella), Andy acepta el reto, con una condición: que no haya un solo beso en la obra. McKellen acepta pero, cinco minutos antes del estreno, cambia de opinión y trata de convencer a un Andy en paños menores de la conveniencia de incluir un beso en el montaje, a cuyo estreno han acudido, para complicarlo todo aún más, sus viriles compañeros del colegio, a los que lleva tiempo sin ver y a los que no logra convencer de su heterosexualidad.