Que nadie se asuste pensando que me encaramé al sofá agitando con frenesí mis bragas. No fue así como celebré el sábado la victoria de Rodolfo Chikilicuatre en la gala para escoger al representante español en Eurovisión, sino con una carcajada monumental (seguramente una minucia comparada con la que debió de soltar Buenafuente).
En estos días mucho se ha dicho y escrito sobre el Chikichiki, y casi todo cosas malas (la de barbaridades que escribe la gente en los comentarios a las noticias al respecto, como si nuestra existencia como país o nuestra posición internacional dependiesen de la imagen que vamos a dar en Eurovisión; hasta he leído algo así como que es todo una estrategia del catalán Buenafuente para desprestigiar a España en Europa).
El mal rollo empezó precisamente en la propia gala, en la que los únicos que mostraron su respeto por Chikilicuatre (y demostraron de paso tener sentido del humor) fueron curiosamente sus contrincantes, algo que ni la presentadora, ni los ¿expertos? del jurado (lamentable Uribarri), ni los hooligans que hacían las veces de público hicieron.
Me gusta el Chikichiki, desde la primera vez que lo vi/escuché en Buenafuente, me pareció genial la gamberrada de ponerlo a competir por una plaza para Belgrado y me alegré muchísimo de que encabezase los votos en internet (con qué desprecio se refería Uribarri a los internautas), aunque temía que en el último momento TVE buscase una excusa para impedirle participar en la gala.
Pero la Corporación (antes conocida como Ente) probó que tiene mucha más clase que los energúmenos que metió en el plató de la gala del sábado y le permitió participar, abriendo la puerta a la ya conocida victoria.
A nadie se le escapa la candidez de TVE, que ha pecado de inocente al pensar que una selección abierta a todo el mundo iba a estar exenta de gamberradas como la de Chikilicuatre. Esto es España, y lo nuestro es el cachondeo, sobre todo si te ponen a tiro la posibilidad de reírte de un festival que hace tiempo que dejó de ser un escaparate de la mejor música europea.
Eurovisión es un circo, y en ese circo donde habrá pavos y gallos, entre otras rarezas, encajará a la perfección Rodolfo. ¿Que no vamos a ganar? Ya, pero nunca lo hacemos, así que esta vez por lo menos vamos a pasar un buen rato viendo a este pobre hombre (el inmenso, a pesar de su enjutez, David Fernández) que no sabía en qué fregado se metía cuando se puso el tupé, las gafas y la guitarrita de juguete.
¡Perrea, perrea!