[Atención: spoilers a tutiplén sobre los dos primeros episodios de la cuarta temporada de ‘Perdidos’, así que si no los habéis visto, ¡corred a verlos, insensatos!, y volved después]
He tardado tanto en escribir sobre el primer episodio que se me ha juntado con el segundo, así que haremos un dos por uno.
Había muchas ganas y las expectativas eran tan altas que hubo muchos que se sintieron defraudados. Que no había ninguna idea nueva, que no era un comienzo de temporada sino un episodio más de la anterior, que no aportaba nada y cosas por el estilo. Como es normal, todas esas voces críticas se apagaron cuando vieron el segundo episodio, y aunque admito que el inicio del segundo habría sido un principio de temporada más impactante, no estoy ni mucho menos de acuerdo con las críticas a la premiere.
Tengo tantas cosas en la cabeza (y todas embarulladas) que llevo horas dándole vueltas a algo que no es más que la historia de una confusión, de un tremendo lío que semana a semana es más oscuro, porque en lugar de respuestas sólo tenemos más y más preguntas, así que pido disculpas por adelantado por el caos que sigue. (Gracias, por cierto, a Lost-media por las capturas)
Volvió Perdidos, y lo hizo con The begining of the end (las palabras con que Ben advertía a Jack lo que pasaría si contactaba con el barco) y un nuevo vistazo al futuro, esta vez a un futuro anterior, en el que el cirujano aún no está hecho polvo y desesperado por volver a la isla.
Él y Kate (y el misterioso inquilino del ataúd) no son los únicos que escaparon. Lo hicieron seis, los seis de Oceanic, entre los que está un Hurley que nos confirma que hicieron algo horrible para salir de allí, y que hay algo dispuesto a todo por que vuelvan. Sabemos que en ese futuro sigue habiendo enigmas, siniestros individuos que aparecen de la nada para preguntar si siguen vivos, y sabemos, gracias a la aparición de un Charlie que está muerto pero también está aquí, que hay alguien que necesita ayuda.
Mientras tanto, o más bien mucho antes, la vida sigue en la isla, donde los náufragos esperan su anhelado rescate. Pero no todos quieren que les encuentren, y esa discrepancia les separa en dos grupos, uno liderado por Jack y otro por Locke (al que se suma Hurley, que se ha topado con lo que parece ser la cabaña de Jacob, aunque se arrepentirá de no haberse ido con Jack, o eso le dice en el futuro).
Con la llegada del primer miembro del equipo de rescate pasamos a Confirmed dead, probablemente el episodio que más corto se me ha hecho y el que más tiempo (y más veces) me ha dejado con la boca abierta, aunque no esté de acuerdo con eso de que tiene un «exceso de información».
La cosa no puede empezar mejor. Una expedición submarina que busca algo en el fondo del océano (según apuntan en muchos sitios, La roca negra, el galeón varado en mitad de la isla) y que encuentran el Oceanic 815. No restos del avión, sino el avión entero, con todo su difunto pasaje a bordo. (Durante un buen rato sólo pude decir «está entero, está entero»).
Por si fuera poco, Confirmed dead trae consigo a cuatro nuevos personajes, que forman el supuesto equipo de rescate: el chico al que vimos en el capítulo anterior (Faraday, un físico con nombre de físico), una antropóloga (que ha encontrado en Túnez los restos fosilizados de un oso polar que llevaba un collar de Dharma), una especie de cazafantasmas sin escrúpulos y un piloto medio borracho (que debía llevar los mandos del Oceanic 815, que sabe que lo que han encontrado no es realmente el avión y también que Juliet no viajaba a bordo).
Los supuestos rescatadores, que llegan a la isla con armas, máscaras antigás y chalecos antibalas, fueron reclutados por el tipo que le pregunta a Hurley en el psiquiátrico si están vivos, un individuo que ha contratado a cada uno por una razón y que ha confiado sus vidas a la difunta Naomi.
Aunque puede que los saquen de allí (al menos a los seis elegidos), no es su principal objetivo. Están allí por otra razón (probablemente por más de una, aunque ésta es la única que conocemos): buscan a Ben.
Hace tiempo que sabemos que Ben es uno de los personajes clave de la historia, uno de los vértices sobre los que gira todo lo que ocurre en la isla, un hombre que sabe mucho más de lo que calla y que siempre guarda tres o cuatro ases en la manga, aunque esté atado, y por eso, durante una fracción de segundo, realmente pensé que, cuando Locke le preguntaba qué es el monstruo, iba a resolver al fin uno de los tropecientos mil enigmas de la serie. Pero, claro, no podía ser tan fácil, porque él nunca responde a lo que se pregunta, y en lugar de eso nos sorprendió con su conocimiento enciclopédico sobre la antropóloga, a la que conoce perfectamente porque tiene a alguien en su barco.
No sabemos qué va a pasar ahora, qué pasará con los dos grupos, cómo conseguirán los seis de Oceanic salir de la isla, qué tendrán que hacer para conseguirlo, ni si volverán para ayudar a los que se han quedado atrás. No sabemos por qué buscan a Ben (ni por qué tienen una foto suya fuera de la isla) los recién llegados, ni quién les envía, ni cuál es su verdadero propósito (tal vez el cazafantasmas vaya a por Jacob y el físico a investigar el electromagnetismo de la zona). Tampoco qué ha pasado con los otros que sobrevivieron (entre ellos el eternamente joven Richard), ni qué o quién es Jacob, ni qué hacía el padre de Jack en su cabaña, ni de quién era el ojo de la ventana (¿el ruso inmortal, tal vez?).
Pasan las semanas, pasan los capítulos (con el fin de la huelga parece que tendremos algunos más de los ocho inicialmente previstos) y la sensación de que se les acaba el tiempo, de que van a dejar demasiadas cosas en el aire y que cada vez es más difícil darle a todo una explicación verosímil (los fans invocan un variopinto catálogo de teorías que van desde viajes en el tiempo a realidades paralelas pasando por la isla como un generador que funciona a partir de la voluntad humana) crece día tras día. Estoy disfrutando enormemente el viaje, pero no tengo claro que los pilotos sepan adónde vamos. Espero equivocarme.