No sé si es o no la mejor serie de la historia, pero seguro que es una de las finalistas. Durante siete temporadas The West Wing (El ala oeste de la Casa Blanca) demostró que, con un buen guionista (Aaron Sorkin, que se bajó del barco al final del cuarto año) y unos buenos actores, se puede hacer ficción televisiva entretenida sobre casi cualquier cosa, incluida la política norteamericana.
Como ya hemos dicho muchas veces por aquí, una de las claves de toda obra de ficción son unos personajes atractivos interpretados por actores convincentes, y de todo eso aquí estamos más que bien surtidos, aunque, por mucho que me gusten el presidente Bartlet, Leo, CJ, Josh o el desaparecido Sam (nunca debió irse de la Casa Blanca), si me reencarnase en un personaje de West Wing (cosas más raras se han visto), seguro que sería en Toby.
Toby Ziegler es el director de Comunicaciones del gabinete del presidente Bartlet, un judío neoyorquino huraño y malencarado que no duda en reconocer que «ni en mis mejores días soy un tipo amable».
Es la voz del presidente, el encargado de escribir sus discursos y elaborar la estrategia de comunicación de la Casa Blanca. Es pesimista y «un hombre triste», según su ex mujer y madre de sus hijos gemelos, pero bajo esa máscara de cinismo esconde un alma noble e idealista demasiado acostumbrada a encajar los zarpazos que da la realidad como para permitirse soñar.
Este hombre que entró en el equipo de campaña del entonces gobernador Bartlett de la mano de Leo (y que gracias al futuro jefe de gabinete de la Casa Blanca continuó en él, a pesar de que su jefe ni siquiera sabía cómo se llamaba) y que no fue la primera elección del presidente para ocupar la jefatura del área de Comunicaciones, es el contrapunto perfecto al exceso de ilusión de Sam (su ayudante y su mejor aliado), la arrogancia de Josh (que en ocasiones cree que la política no es más que un partido de fútbol en el que hay que aplastar al rival, no importa cuántos golpes tengas que dar) o la vitalidad de CJ (compañera y amiga reclutada por él que se encarga de las relaciones con la prensa y que a menudo se debate entre su lealtad a su presidente y su respeto por los periodistas).
Hijo de un antiguo miembro del crimen organizado y hermano de un astronauta, estuvo casado con una congresista que le dejó poco después de ganar las elecciones (tuvieron a los gemelos después de divorciarse), le gusta fumar puros, golpear el cristal que separa su despacho del de su ayudante con una pelota y mascullar.
Fue el más afectado por el engaño del presidente (cuando ocultó a todo el mundo que padecía esclerosis múltiple), porque se sintió, más allá de cualquier otra implicación moral, personalmente traicionado, aunque ello no fue óbice para que se entregase a fondo en la campaña de la reelección, desde los mítines por todo el país (incluidas aquellas 20 horas en las que se perdió, con Josh y Donna, en Indiana) al debate entre los candidatos, que preparó tan a fondo que fue blanco de las maliciosas bromas de sus compañeros.
Tras este iracundo y en el fondo entrañable personaje se esconde Richard Schiff, un veterano actor que comenzó como director teatral (más tarde dirigiría un par de episodios de El ala oeste) y que sólo después de varios años en la escena se atrevió a recibir formación interpretativa.
Desde entonces ha intervenido en casi un centenar de producciones tanto televisivas (Urgencias, La ley de los ángeles, Ally McBeal, Picket fences, Murphy Brown, Chicago Hope, Murder One, El abogado o Roswell) como cinematográficas (Speed, Seven, Michael, Deep impact, Locos en Alabama, Yo soy Sam o Relaciones confidenciales), casi siempre en papeles secundarios o meramente de relleno.
De esa ristra de apariciones menores se salvan trabajos como Relativity, una delicia que apenas duró una temporada completa (en España la emitió Canal+) y en la que Schiff encarnaba al hermano del protagonista, interpretado por David Conrad, el marido de Jennifer Love Hewitt en Entre fantasmas (en Relativity aparecía también Lisa Edelstein, la Cuddy de House y la chica de alterne con la que Sam se enreda en West Wing).
Sin embargo no fue ahí cuando después de décadas de trabajo lo descubrió Spielberg, sino en otra serie llamada Patrulla de asfalto que le dio un pasaporte para El mundo perdido, una aventura en la que terminó, como era de esperar, en el estómago de un Rex.
Pese a no haber salido con vida del Parque Jurásico, la experiencia le sirvió a este actor que este mismo año ha coincidido en Burn Notice con Bruce Campbell para formar parte del equipo de El ala oeste, un periplo que terminó hace año y medio y del que Schiff salió bastante cansado, hasta el punto de confesar que la serie debió haber terminado en la cuarta temporada, con una derrota del presidente en su segunda campaña electoral.
Aunque no logro imaginar cómo habría sido ese final, sí tengo claro que terminaría con al menos dos o tres suicidios (rituales, claro) de los miembros del equipo de Bartlet, incluido por supuesto ese Toby que esparciría napalm sobre Yellowstone si alguien osaba tocar a sus niños.
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