Hace más o menos un año, al abrir uno de los sobres que las distribuidoras me envían con material promocional de sus películas, me encontré con esta foto. Una vez repuesta del susto inicial, porque parecía que al monje le habían hecho la foto en sus últimos segundos de vida, vi que la imagen anunciaba el estreno de una película llamada El gran silencio que retrataba, a lo largo de 160 minutos de metraje en los que no se pronuncia una sola palabra, la vida cotidiana de los cartujos que viven en el monasterio Grande Chartreuse, en plenos Alpes franceses.
Aparte de la inquietante fotografía del monje, la información de la película añadía que Philip Gröning, el cineasta que se había sumergido durante meses en el día a día de estos cartujos, tardó 16 años en obtener el permiso del prior para entrar con sus cámaras en el monasterio, una espera que habría acabado con la paciencia de cualquiera pero que no desanimó a Gröning, que llegó allí con el propósito de filmar un trabajo sobre el tiempo, sobre el paso del tiempo en un lugar apartado del ritmo natural del mundo, pero que al final acabó contando una historia sobre el silencio, auténtico señor de los confines del monasterio.
La película no habría pasado de ser un título más (aunque la foto del monje le daba muchos puntos) entre la avalancha de novedades que llega cada semana a las salas de no haber sido por el interés que por ella mostró un buen amigo, que viajó expresamente a otra ciudad para verla (en la que entonces compartíamos tardaron un tiempo en proyectarla; cuando lo hicieron, volvió a verla) y que durante meses ha aguardado expectante su salida en DVD hasta hacerse finalmente con ella.
Anoche Días de cine dedicó en su sección de DVD un pequeño reportaje a esta película. Como homenaje a su singularidad, no dijeron sobre ella ni una sola palabra.