Ya sabemos lo difícil que es que un medio afín a un determinado partido político, un grupo empresarial o incluso un equipo de fútbol muerda la mano que le da de comer, y también sabemos (pensar lo contrario sería pecar de ingenuos) que la mayor parte de las críticas que leemos, vemos y escuchamos en los medios son cualquier cosa menos objetivas.
Al margen de las servidumbres impuestas por cuestiones editoriales o comerciales, hay otras que, sin llegar desde fuera, también marcan la opinión de los profesionales cuando se sientan a escribir una crítica.
Leo pocas críticas literarias y prácticamente ninguna musical, pero sí leo con asiduidad las cinematográficas, y hace tiempo que pienso que los críticos (al menos la mayoría) van al cine con la crítica ya escrita, si no físicamente, sí mentalmente, y que sólo acuden a las proyecciones (quiero pensar que al menos eso sí lo hacen) para recabar datos con los que sustentar sus argumentos y, por supuesto, desechar todos aquellos que no se atengan a su ya prefijada valoración.
Esto, unido al hecho de que un crítico rara vez admite un error o varía su apreciación inicial sobre un director o actor al que haya encumbrado o vapuleado, no importa que la calidad de su trabajo empeore o mejore, podría explicar los reparos generales que todos ellos tienen a decir que el último filme de un gran cineasta es simplemente malo, lo que me lleva a pensar, aunque no la haya visto, que no es precisamente buena.
Seguro que a todos se nos ocurren unos cuantos ejemplos, y uno de ellos es Woody Allen, cuya última película, Cassandra’s Dream (El sueño de Casandra, aunque los distribuidores españoles no hayan traducido su título) ha sido tibiamente acogida por la crítica, una acogida que quizás habría sido más virulenta de no llegar firmada por el director neoyorquino. Si uno lee algunas de las muchas críticas que se han publicado en los últimos días no encontrará ningún descalificativo directo a la cinta, pero sí muchas justificaciones y excusas (la edad del director o su costumbre de rodar un título al año) para perdonar que no esté a la altura de sus obras maestras.
A mí me gusta Woody Allen, pero no soy una integrista. Me gusta Woody Allen como género, y por eso me gustan los filmes que se ajustan a la fórmula de dicho género, los que incluyen los ingredientes que esperas encontrar cuando vas a ver una película de Woody Allen, no importa que cuente una y otra vez la misma historia de siempre.
Ni entiendo la fascinación general por Match Point (que, sin aburrirme, me dejó totalmente fría), ni me interesa El sueño de Casandra (no sé si llegaré a verla algún día), pero en absoluto pienso que Woody Allen esté acabado o que deba retirarse (que es lo que realmente piensan todos esos pusilánimes críticos), porque yo sigo pasándomelo en grande con obras menores como Scoop.