Quienes dicen que la historia lo es todo se equivocan. La máxima puede cumplirse en algunas novelas, películas e incluso alguna serie, pero si no hay unos buenos personajes que la sustenten (y unos actores que los hagan creíbles), la historia, por grandiosa que sea, sencillamente se desplomará.
Si esto es así en el caso de la ficción cinematográfica y literaria, qué decir de la televisiva, que nos presenta a unos individuos a los que veremos (en teoría) cada semana durante años, más incluso que a esos amigos a los que vemos de año en año o a esos familiares con los que sólo nos encontramos en Navidad.
Incluso las series con un marcado sesgo argumental (sí, una vez más hablo de Perdidos) necesitan personajes eficaces para poner en marcha la historia. Si nos diese igual lo que les pasase a los náufragos, no habría enigma capaz de mantenernos, tres años después de que el avión se estrellase, pegados aún a las pantallas pendientes de su suerte.
Y ésa es precisamente la clave, que nos importe lo que les pase. Por eso en la franquicia CSI sólo funciona (en mi opinión) el grupo de forenses original y no los de Nueva York (por insulsos) ni los de Miami (porque son sencillamente insoportables). En mi caso, puedo aguantar episodios de las dos últimas, pero no me quedaré viendo reposiciones hasta las dos de la mañana, como sí me pasa con los investigadores de la ciudad del pecado.
Como las personas reales, también las ficticias evolucionan, maduran, desde los trazos en ocasiones breves y arquetípicos con los que nacen, hasta alcanzar la naturaleza poliédrica y compleja de todo ser humano. Si no lo hacen, Sawyer siempre será un simple macarra, Sayid sólo un torturador, Jack un héroe infalible y Locke un explorador aficionado a los cuchillos y con delirios paranoides sobre el destino. Pero ellos, al contrario que los forenses de Miami (siento volver a atacarlos, pero es que no los soporto) y que muchas series españolas (el caso más reciente tal vez sea RIS, que, con una producción cuidada y unos guiones no buenos pero tampoco irrisorios, falla porque sus personajes no enganchan), sí han crecido, y por eso he estado tres años deseando saber la causa de la parálisis de Locke y con quién se quedaría por fin Kate (y también lo de los números, y lo de Dharma, y lo de la estatua con el pie de cuatro dedos…).
Si los personajes están bien construidos y bien interpretados, los incorporaremos a nuestra vida como unos amigos más, y sonreiremos emocionados cuando Marshall y Lily se reconcilien, brotaran las lágrimas cuando Monica le pida a Chandler que se case con él y nos conmoverá (por muy mal que nos caiga ella, como es mi caso) ver al fin a Grissom feliz y enamorado.