Mi futuro marido (*) me ha recriminado la sosez de mi texto sobre los Emmy, del que me ha dicho algo así como que es una mera sucesión de nombres salpicada con tropecientos enlaces. Como sé que, al menos en parte, tiene razón (es lo que pasa cuando no escribes algo de un tirón, sino que lo vas haciendo a trompicones mientras estás en el trabajo), vamos a intentar remediar un poco el desaguisado.
Como dijimos ayer, aunque su reparto se fue a casa con las manos vacías, la gala fue básicamente un homenaje a Los Soprano, una serie unánimemente venerada por críticos y espectadores (y mucho gafapasta, todo hay que decirlo) desde su estreno.
Los Soprano lleva años en mi lista de tareas pendientes (Mambotaxi me comentaba ayer que la reserva por si algún día le escayolan) y este verano por fin le metí mano. Vi tres o cuatro episodios (no seguidos) y la volví a aparcar. ¿Por qué? Porque no me enganchó. Sé que es buena y su historia es interesante, pero del mismo modo que cuando empiezo a ver algo que de verdad me gusta soy incapaz de parar, enseguida aparco lo que no me llena (el caso paradigmático son quizás las andanzas de la familia Fisher, que dejé a un lado porque la desolación que emana de cada capítulo me dejaba con el ánimo por los suelos).
Por eso, porque sus creadores no han sabido darle un final (lo del fundido a negro me parece una tomadura de pelo) y, sobre todo, porque creo que es un agravio comparativo con respecto a otras series que también se merecían un homenaje en su despedida, me pareció excesiva la parafernalia que se montó en torno a la serie de David Chase en el Shrine Auditorium.
Por lo que respecta a lo demás, no debemos olvidar que quienes votan los Emmy no ven las series completas (ni siquiera las temporadas completas), sino sólo los episodios que seleccionan las cadenas (¿qué pasaría si los que votan los Oscar vieran sólo diez minutos, escogidos al azar, de cada película?), una barbaridad que podría explicar disparates como que Perdidos y Cómo conocí a vuestra madre no hayan sido siquiera nominadas (a Mejor Drama y Mejor Comedia, respectivamente), como tampoco ninguna de las Gilmore (que también se han despedido este año), que James Spader haya ganado a Hugh Laurie, James Gandolfini e incluso a Kiefer Sutherland, que la sorprendida Katherine Heigl se llevara una estatuilla a casa (y Barney, que por cierto acudió a la gala con su novio, no) o que sigan premiando a El séquito (otra de la que aguanté sólo el piloto, lo siento).
(*) Esta mañana hemos iniciado los trámites para casarnos (la cosa va para largo porque nuestros papeles van a dar más vueltas que los del Archivo de Salamanca), una gestión tan emocionante como renovar el DNI (bueno, no tanto, porque ni siquiera nos han pringado los dedos de tinta), aunque al menos ya hemos dado el primer paso. Seguiremos informando.
Lo dicho: alimente mi más oscuro vicio con informes detallados del desarrollo del evento. Y no deje de alimentar a mis vicios chiquitos y más confesables desde aquí. Un beso.
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Descuide, que la mantendré puntualmente informada de cada detalle, especialmente los más sórdidos o vergonzosos, ya sea desde aquí o personalmente.>Besos.
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