Aunque pueda parecerlo, la historia que sigue a continuación no está sacada de las tomas falsas de The IT Crowd. Está basada en hechos reales y así es como ocurrió. Más o menos…
En casa tenemos ADSL, de tres megas, contratada con Orange, aunque la línea es de Telefónica. El lunes por la mañana la velocidad había caído en picado hasta los 400 kb. Después de varios intentos y tras comprobar que aquello no subía de ninguna de las maneras, mi novio apretó el botón del pánico y llamó a la atención al cliente de Orange. Varias llamadas después (“ha probado a apagarlo y encenderlo de nuevo”, “¿utiliza programas de descarga?”, “pues pásele un antivirus porque hay sitios muy peligrosos y gente muy mala capaz de instalar en su ordenador programas espía que reduzcan la velocidad de conexión a Internet…”), una chica diagnosticó al fin nuestro problema. Al parecer, Telefónica había decidido unilateralmente que a partir de ese día, el lunes, nuestra velocidad iba a ser de 512 kb (de ahí los 400 de más arriba). ¿Por qué? Nadie lo sabe. La muchacha que nos atendió se comprometió a resolver el problema y 24 horas después (el martes por la noche) estaba solucionado.
En condiciones normales, en un universo lógico, la historia debería haber acabado aquí. Pero no. Esta mañana, a las nueve y pico (mi novio sale de trabajar todos los días sobre la una de la mañana y yo esta semana tengo turno de tarde, así que tres cuartos de lo mismo, lo que significa que a esa hora estábamos bastante fritos) me despierta el teléfono. “¿Sí?” (con voz soñolienta, como es normal). “Le llamo de Telefónica, por una incidencia con su línea ADSL”. Ipso facto le paso el auricular a mi novio, al que el tipo en cuestión le pregunta si se ha resuelto ya el problema. Él dice que sí, pero el individuo insiste en que compruebe la velocidad. Como a mi novio le daba apuro decir que estábamos durmiendo (la mayoría de la gente cree que el universo sólo funciona de ocho a tres y no conciben que haya gente que trabaje más allá de esas horas y mucho menos que duerma mientras ellos trabajan), quedó en llamar más tarde. Una hora y algo después, sobre las once, el tipo vuelve a llamar y le dice que nos va a mandar un técnico para que compruebe personalmente que la conexión va bien porque tienen que hacerlo y bla, bla, bla y que llegará en tres cuartos de hora.
A las dos y media, con el último bocado del almuerzo aún entre mis dientes y apuradísima porque entro a trabajar a las cuatro, se persona el técnico más lastimoso, triste y apático que haya visto en mi vida, quien por supuesto no se disculpa por interrumpirnos mientras comemos ni por llegar casi tres horas después de la hora acordada. Mi novio, muy previsor, quitó de en medio el PC portátil y plantó en el salón un ejemplar de esas extrañas criaturas que atemorizan y desconciertan, a partes iguales, a los técnicos corporativos, un Mac, así que el tipo sólo toqueteó un par de teclas y, cuando comprobó que no tenía ni idea de qué hacer con aquello, se fue, pidiéndonos que le firmásemos un recibo como justificante de su visita, un recibo que por supuesto no miramos hasta un rato después y que incluye un cargo de 39 euros por comprobación de línea o algo así y que, después de llamar tanto a Telefónica como a Orange, no sabemos si vamos a tener que pagar ni quién nos lo va a cobrar.
Ay, aquellos viejos tiempos en los que curraba para Wanadoo en el servicio técnico de ADSL. Como improvisaba con algunas llamadas, improvisaciones que ni los Irrepetibles de Amstel superan, oiga! 😛>>Al.
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¡Qué malo! Seguro que te burlabas de los pobres usuarios atribulados en vez de intentar solucionar sus problemas. Podrías hacer una recopilación de esas ‘improvisaciones’. Nos podíamos reír un rato.
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