Come fly with me

Lunes, siete de la mañana. El despertador ha sonado a las cinco y media. Era de noche. A las siete también es de noche. En la calle no hay un alma, salvo obreros y otros operarios, especialmente del sector de la limpieza, y los conductores de autobuses como el que cojo yo para ir a trabajar. Todos tienen la misma mala cara que yo y maldicen, como yo, que sea lunes, que sea de noche y que tengan que ir a trabajar.

Llego al tajo unos minutos antes de las siete, para hacer el trabajo que normalmente hacemos tres personas, con un programa que hoy tampoco funciona y sin que haya (tampoco hoy) una sola persona o responsable técnico al que recurrir.

Así que, con toda la tranquilidad que me permite mi incipiente ataque de ansiedad, arranco el mp3 y dejo que la cálida voz de Frank Sinatra me envuelva y me lleve a una dimensión lejana e irreal llena de locales de copas provistos de una big band con potentes trompetas donde las parejas bailan, charlan, beben y se enamoran.

Un poco cursi, ¿verdad? Cierto, pero esa es la fantasía que me atrapa cada vez que escucho a Sinatra, algo similar a lo que ocurre con algunos de sus coetáneos (y también con uno de sus más dignos herederos, Michael Bublé, que me hizo pasar una de las noches más divertidas que recuerdo en un concierto en Madrid hace un par de años) pero que nunca se manifiesta con la misma fuerza con que lo hace cuando es Frankie el que me canta al oído.

A estas alturas poco nuevo se puede decir de él, desde sus contactos con la Mafia a su conflictiva relación con las mujeres y la bebida, pero, ¿a quién le importa? Varias generaciones se han dejado seducir por una voz que hizo de todo lo que cantaba un clásico y cuyos temas hemos escuchado en infinidad de películas, programas y series (la última de ellas en el episodio de la séptima temporada de CSI Living Legend, recorrido de principio a fin por la canción That’s life).

Puede que a no todo el mundo le guste, e incluso que haya quien piense que su música es anacrónica y obsoleta y también quienes la escuchan, pero la verdad es que a mí me ha salvado el día.

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