Computer says no

No a todo el mundo le gustan los cambios, las sorpresas, los sustos. Hay muchos que rehúyen todo sobresalto cuando se sientan ante el televisor y prefieren series apacibles que semana tras semana siguen exactamente el mismo patrón, sin apenas variaciones, pero también sin margen para la decepción. Los adictos a los giros drásticos de guión son también capaces de disfrutar con las series normales, aunque se enfrentan a ellas buscando guiños, detalles, sobre todo si afectan a la vida privada de unos personajes que a menudo se nos presentan parapetados tras sus batas de médicos o científicos. Sin embargo, los alérgicos a los cambios no buscan esos matices, ni disfrutan cuando el patrón se rompe para abordar otras propuestas narrativas.

En esa repetición, por llamarla de alguna forma, reside una de las claves de una de las series más fantásticamente absurdas que he visto en los últimos años, Little Britain, una sucesión de sketches protagonizados por un puñado de personajes que, semana tras semana, se comportan exactamente de la misma forma (aunque a veces hay alguna sorpresa…). Y, aunque parezca extraño, ahí es precisamente donde está la gracia. Bueno, ahí y en las decenas de personajes que interpretan el dúo compuesto por Matt Lucas y David Walliams (no, no es un error, se escribe así).

Versión televisiva de un exitoso programa de radio, Little Britain, emitida por la BBC, tiene hasta la fecha solamente tres temporadas (al estilo inglés, es decir, menos de una decena de capítulos por año). La oferta de la HBO para que hagan una versión norteamericana podría suponer la despedida de la televisión británica de personajes como Daffyd (“the only gay in the village”); el falso paralítico Andy (“Yeah I know”) que tiene a su servicio al bondadoso y cándido Lou; Sebastian (perdidamente enamorado del Primer Ministro al que encarna Anthony Head, el Giles de Buffy); la espléndida Bubbles DeVere; la poco complaciente agente de viajes (“Computer says no”) Carol; la antipática Marjorie; el exigente Mr. Mann, que cada semana visita la tienda de Roy (que cada semana vende cosas diferentes) en busca de objetos tan peregrinos como un cuadro con un caballo decepcionado (no enfadado o triste, sino decepcionado), o la imprevisible e indescriptible Anne («eh eh eh»).

A la espera de ver cómo demonios son capaces de trasladar Lucas y Walliams a EEUU el espíritu Little Britain, en España la emite ahora Canal+ (creo que reponen sin cesar los capítulos, aunque hace tiempo que le perdí la pista), por suerte en versión original subtitulada, dos ingredientes esenciales (la VO y los subtítulos) para poder apreciar (a según qué personaje no hay narices de entenderlo) una locura que se mantiene orgullosamente al margen de cualquier sombra de corrección política (y muchas veces también del sentido común).

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