“…quienes compren el libro tendrán muchos más argumentos en su bolsillo (…) Tendrán mucho más material sobre el que hacer especulaciones”. Estas palabras, firmadas por uno de los guionistas de Perdidos, Craig Wright, aparecen en la fajita que acompaña a la edición de Nórdica de la novela El tercer policía, del irlandés Flann O’Brien.
Yo he sido una de las miles de personas que en los últimos meses se han dejado seducir por esa promesa y han convertido este título en un pequeño best-seller. Pero he terminado el libro, he terminado la tercera temporada y, si bien hay acontecimientos comunes a ambas historias, debo de ser muy corta porque no he pillado ninguna de las claves que se supone oculta en sus páginas.
Flann O’Brien es el seudónimo de Brian O’Nolan (1911-1966), un autor venerado por Samuel Beckett, James Joyce y Harold Bloom que cultivó la sátira, el articulismo político y la narrativa. O’Brien escribió El tercer policía con apenas 30 años y, tras varios rechazos editoriales, decidió guardarla en un cajón. El libro sólo sería publicado en 1967, un año después de su muerte.
¿Y de qué va esta extraña y sorprendente novela? Buena pregunta. La historia, narrada por el protagonista, que no recuerda su nombre, arranca con la confesión de un robo y un asesinato cometidos junto a su cómplice, John Divney, que ha escondido en lugar seguro la caja con el botín. Pero el protagonista no se fía y decide ir a buscarla a la casa del muerto, donde le espera el presuntamente difunto dueño de la propiedad.
Después de salir de allí, el joven termina en una comisaría bidimensional junto a su alma, Joe, donde encuentra a dos policías obsesionados con las bicicletas y que las hurtan a sus propietarios para impedir que la esencia de éstos se confunda con la de sus vehículos. Por si no fuera ya bastante demencial la historia, hay un mapa de la ciudad dibujado por las grietas y la humedad en el techo de la comisaría y que además indica el camino a la eternidad.
¿La eternidad? Sí, un lugar subterráneo al margen del tiempo y el espacio regido por unas enigmáticas medidas y que contiene una caja de la que puede salir todo aquello que uno imagine o desee. La pega es que nada puede salir de allí si no ha entrado antes. ¿Y el tercer policía del título? Vive en una comisaría construida en los muros –en el interior de los muros- de la casa del muerto del principio.
Pero éstos no son los únicos protagonistas de la historia. Hay uno más, un desquiciado erudito llamado de Selby, al que venera el anónimo narrador (el motivo del robo inicial no es otro que conseguir fondos para publicar una edición definitiva de su obra) y que sostiene, entre otras cosas, que la noche no existe (es una ilusión provocada por una acumulación de aire negro), ni tampoco la muerte o el movimiento, o que la Tierra tiene forma de salchicha.
Aunque hay algunos más (como la importancia de unos determinados números, mapas misteriosos…), el paralelismo más evidente con lo que pasa en la isla es esa caja mágica de la que Ben hablaba a Locke en El hombre de Tallahassee. El otro punto en común podría ser una posibilidad apuntada en los últimos episodios por varios personajes pero que ha sido negada en varias ocasiones por los creadores de la serie e incluso por el propio final de la tercera temporada (aunque uno no puede fiarse nunca de los secuaces de J. J.): que estén todos muertos y se hallen en una especie de purgatorio o incluso en el infierno.