Criminales y criminalistas

CSI

Hace ya algún tiempo escuché en un programa de radio que los policías estadounidenses se quejaban de que la profusión de series centradas en el mundo de los criminalistas (con la madre moderna de todas ellas, CSI, a la cabeza) estaba complicando su trabajo, porque proporcionaban a los criminales claves que hasta entonces sólo ellos conocían y les facilitaban pistas para borrar sus rastros. Por eso el criminal más escurridizo es aquel que ha estado primero al otro lado de la ley.

Esta tarde, camino del trabajo, he visto a una señora en un banco leyendo un libro (una de mis manías es fijarme en los libros que lee la gente con la que me cruzo), y el ejemplar en cuestión era Telón, la penúltima novela que publicó Agatha Christie, escrita muchos años antes y guardada en la caja fuerte de un banco hasta que la escritora decidió que ya no escribiría más y que había llegado el momento de que saliese a la luz. ¿Y por qué tanta precaución? Porque era la despedida de su personaje más ilustre, Hércules Poirot.

Habrá más de uno que cuestione mis gustos literarios, pero las primeras novelas que recuerdo haber leído son las de Agatha Christie. Aun hoy, a pesar del tiempo pasado y después de varias mudanzas, conservo varias decenas de títulos, la mayoría de ellos protagonizados por el arrogante, egocéntrico y maniático detective belga, mi primer héroe literario (el cinematográfico siempre ha sido, y será, Indiana Jones), que para mí siempre tendrá el rostro de sir Peter Ustinov.

Tras decenas de aventuras resueltas con éxito por Poirot, un verano llegó a mis manos Telón, en la que el investigador, ajado, con peluquín (incluso con bigote postizo), postrado en una silla de ruedas y al borde de la muerte, convoca a su viejo amigo Hastings a la mansión en la que resolvieron su primer caso para que detenga a un peligroso asesino que está a punto de acabar con la vida de uno de los huéspedes de la casa.

[Atención: spoilers sobre el final de la novela (quién me iba a decir a mí que la primera vez que utilizaría una advertencia como ésta iba a ser para hablar sobre una novela de Agatha Christie)]

Pero Hastings no sólo no puede detenerlo, sino que debe asistir también a la muerte del propio Poirot. Tuve que leer varias veces el pasaje para asimilar que había muerto, y una vez superado un shock que no volvería a sentir con un libro hasta mucho después (con la caída de Gandalf), seguí con la novela, que terminaba con una larga carta que Poirot había dejado a su amigo en la que confesaba el crimen (y su posterior suicidio), cuyo propósito era probar que un genial criminalista puede ser también un impecable criminal.

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