Hace unos días, la escritora Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional, culpó a las televisiones de la ausencia de programas de libros en el prime time televisivo, ya que, a su juicio, los programadores son los responsables de no haber acertado con un formato adecuado.
Dejando a un lado mi escaso aprecio por esta señora y su cuestionable gestión al frente de la institución que dirige, sí es cierto que la literatura es una de las asignaturas pendientes de la pequeña pantalla, como lo es la cultura en general (no hay más que recordar los bailes en la parrilla de Miradas 2, relegado ahora a la madrugada, al igual que el imprescindible Antonio Gasset y sus Días de cine), aunque no creo que la responsabilidad sea exclusiva de los programadores.
Es cierto que la crítica literaria suele ser aburrida, sobre todo si los sabios se parapetan en elevadas tribunas (o atriles, como en el caso de Sánchez Dragó), pero hay mejores formas de acercar la literatura a los espectadores más allá del mero análisis página a página al que se somete a unos autores a los que, salvo contados casos de vanidad patológica, poco les apetece hablar pormenorizadamente de sus obras.
Pero es posible hacer un programa ameno sobre libros, y buena prueba de ello la tenemos en el programa El público lee de Canal Sur, conducido por Jesús Vigorra, que se sienta a una mesa junto a un escritor y a un grupo de lectores que, desde su percepción, mucho más cercana a lo cotidiano que la de los ampulosos críticos, comentan con el autor sus impresiones.
Quizás sea éste un buen medio de acercar la literatura a los espectadores, porque seguro que hay (o al menos debería haberlo) sitio en una parrilla cada vez más llena de canales un huequecito para hablar de algo más que corazón, sucesos, realities y crispación política.