Filosofía básica

No sabemos muy bien el lugar ni el momento, pero una vez escuchamos a alguien decir que era imposible leer todos los libros del mundo pero que, al menos, había que intentarlo. Puede que eso fuera el escaso acicate que necesitábamos, dada nuestra disposición, para comenzar una relación cuasi romántica y, por qué no decirlo, con tintes cercanos a una religiosidad ya caduca con el universo de los libros. Desde entonces no tuvimos miedo a planear atrevidos viajes en busca de anillos únicos, perseguir a los más sanguinarios de los asesinos, volar a lomos de un dragón blanco parlante, tramar los más inverosímiles de los planes, vivir las más grandes vidas, sufrir las más mezquinas existencias, amar como nunca lo habíamos hecho y llorar como nunca querríamos hacerlo. Pudimos finalmente pensar que creer en las hadas tampoco era tan malo y que cualquier filosofía, alemana o no, era mucho mejor que ser tan arrogantes como para suponer que no nos hacía falta más conocimiento ni ilusión que los absorbidos de nuestros voluntariosos maestros en el colegio. Se nos permitió sumergirnos en los sueños de otros ilusos como nosotros para moldear los propios y aprender que la vida, como ya dijo el maestro, estaba hecha de momentos que merecían vivirse en toda su grandeza o con el mayor intimismo.


Pudimos soñar.

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